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– Le dije que habías ido a Cambridge, a preguntar lo que necesitabas para ser readmitida.

Lancé una carcajada.

– Y eso es lo que quiero que hagas -terminó.

– Entiendo. -Vacié el vaso. Pensé en atizarme un tercero, pero los dos primeros me estaban afectando con más rapidez de lo que suponía-. ¿Y si no lo hago?

– Imagino que ya adivinarás las consecuencias.

– ¿Qué significa eso, si se puede saber?

– Que tu padre y yo hemos decidido que te pagaremos los gastos de la universidad, pero de ningún sitio más. Que ninguno de los dos estamos dispuestos a ver cómo arruinas tu vida.

– Ah, gracias. He comprendido el mensaje.

Dejé el vaso sobre el bufete, crucé el comedor y salí por la puerta.

– Tienes tiempo de pensarlo hasta mañana -dijo-. Quiero que me digas tu decisión por la mañana.

– De acuerdo -dije, y pensé, vaca estúpida.

Subí lá escalera. Mi habitación estaba en el último piso de la casa, y cuando llegué, las piernas me temblaban y tenía la nuca cubierta de sudor. Permanecí un momento con la frente apoyada en la puerta, pensando. Que le den por el culo, que le den por el culo a esto, que les den por el culo a todos. Aquella noche necesitaba salir. Era la cura y la libertad, al mismo tiempo. Me dirigí al cuarto de baño, porque había mejor luz para maquillarme. Entonces fue cuando Richie Brewster telefoneó.

– Te echo de menos, nena -dijo-. Se terminó. La he dejado. Quiero hacerte feliz de nuevo.

Dijo que telefoneaba desde Julip's. El grupo había firmado un contrato por seis meses. Habían efectuado una gira por los Países Bajos. Habían conseguido marihuana muy decente en Amsterdam, la habían pasado de contrabando, la parte de Richie llevaba impresa por todas partes «Dulce Liv», me estaba esperando detrás del escenario para que la fumara.

– ¿Recuerdas lo bien que lo pasamos en el Commodore? Esta vez aún será mejor. Fue una idiotez abandonarte, Liv. Eres lo mejor que me ha pasado en años. Te necesito, nena. Contigo, me sale mejor música que con nadie.

– Me libré del niño. Hace tres días. No estoy en forma. ¿Vale?

Richie era un músico consumado. No se perdía una nota.

– Oh, nena. Nena. Oh, coño. -Le oí respirar. Noté tensión en su voz-. ¿Qué puedo decir? Me asusté, Liv. Huí. Me afectabas demasiado. Me hacías sentir cosas inesperadas. Escucha, era demasiado para mí. Jamás había sentido nada parecido. Me asusté, pero esta vez tengo las ideas claras. Déjame compensarte. Deja que lo intente otra vez. Te quiero, nena.

– No tengo tiempo para estas chorradas.

– No terminará como antes. No terminará nunca.

– Vale.

– Dame una oportunidad. Si la lío, te pierdo, pero dame una oportunidad.

Después, se limitó a esperar y respirar.

Dejé que siguiera así un rato. Me encantaba la posibilidad de tener a Richie Brewster donde yo le quería.

– Por favor, Liv -dijo-. ¿Recuerdas cómo fue? Pues aún será mejor.

Sopesé las alternativas. Al parecer, había tres: volver a Cambridge y a la vida cutre que Cambridge implicaba, buscarme la vida por las calles, e intentarlo otra vez con Richie. Richie, que tenía un trabajo, que tenía dinero, que tenía chocolate, y que también tenía un lugar donde vivir, según me decía ahora, un apartamento en una planta baja de Shepherd's Bush. Y había más, dijo, pero no hacía falta que lo concretara, porque le conocía: fiestas, gente, música y acción. ¿Cómo iba a elegir Cambridge o las calles, cuando, con trasladarme a Soho en aquel mismo momento iba a aterrizar en mitad de la vida auténtica?

Terminé de maquillarme. Cogí el bolso y una chaqueta. Dije a mi madre que iba a salir. Estaba en el saloncito, ante el escritorio de la abuela, poniendo la dirección en un montón de sobres. Se quitó las gafas y empujó hacia atrás la silla. Me preguntó adonde iba.

– Fuera -contesté.

Lo sabía, con esa intuición llamada materna.

– Has tenido noticias de él, ¿verdad? Acaba de llamarte por teléfono, ¿acaso no es cierto?

«¿Acaso no es cierto?» Profesores de inglés. Ni siquiera en una crisis bajan la guardia contra las impurezas gramaticales. No contesté.

– No hagas esto, Olivia. Puedes llegar lejos. Has pasado una mala época, cariño, pero eso no significa el fin de tus sueños. Yo te ayudaré. Tu padre te ayudará, pero tú has de colaborar.

Adiviné que estaba acumulando un buen lote de fervor predicador. Sus ojos estaban adoptando aquel brillo ardiente.

– Corta el rollo, Miriam-dije-. Me largo. Volveré después.

Lo último era mentira, pero quería quitármela de encima. Cambió de estrategia al instante.

– Olivia, no estás bien. Has sufrido una hemorragia seria, por no mencionar la infección. Has sido sometida… -¿era mi imaginación, o a sus labios les costó formar las palabras?- a una operación quirúrgica hace sólo tres días.

– Un aborto -corregí, y disfruté viendo su estremecimiento de asco.

– Creo que es mejor olvidar y seguir adelante.

– Exacto. Sí. Tú te olvidas y vuelves a tus sobres, mientras yo sigo adelante.

– Tu padre… No hagas esto, Olivia.

– Papá lo superará. Tú también.

Di media vuelta.

Su voz cambió del razonamiento al cálculo.

– Olivia, si te vas de casa esta noche…, después de todo lo que has pasado, después de todos nuestros intentos de ayudarte…

Vaciló. Me volví. Aferraba la pluma como si fuera un cuchillo, aunque su cara aparentaba una calma total.

– ¿Sí?

– Me lavaré las manos con respecto a ti.

– Quítate el jabón.

La dejé mientras componía una adecuada expresión de madre afligida. Me zambullí en la noche.

Cuando llegué a Julip's me acodé en la barra, contemplé a la multitud y escuché tocar a Richie. Al final de la primera tanda, se abrió paso entre la gente, sin hacer caso a quienes le hablaban, con los ojos clavados en mí como plomo a un imán. Me cogió la mano y fuimos detrás del escenario.

– Liv. Oh, nena -dijo, y me abrazó como si fuera de cristal y jugó con mi pelo.

Me quedé detrás del escenario el resto de la noche. Fumábamos hierba entre tanda y tanda. Me sostenía sobre su regazo. Me besaba el cuello y las palmas. Decía a los demás tíos de la banda que se alejaran cuando se acercaban a nosotros. Dijo que no era nada sin mí.

Fuimos a tomar un café cuando Julip's cerró. La iluminación era buena, y observé al instante que Richie tenía mal aspecto. Sus ojos se parecían todavía más a los de un basset. Le pregunté si había estado enfermo. Dijo que la ruptura con su esposa le había afectado más de lo que suponía.

– Loretta aún me quiere, nena -dijo-. Quiero que lo sepas, porque no va a haber más mentiras entre nosotros. No quería que me marchara. Aún quiere que vuelva, pero así no puedo enfrentarme a la situación. Sin ti no. -Dijo que la primera semana sin mí le había revelado la verdad. Dijo que había dedicado el resto del tiempo a reunir fuerzas para actuar con sinceridad-. Soy débil, nena, pero tú me das más fuerzas que nadie. -Besó las yemas de mis dedos-. Vamos a casa, Liv. Vamonos ya.

Esta vez, las cosas fueron diferentes, tal como había dicho. No dormíamos en una pocilga maloliente de un tercer piso con cuadrados de alfombra en el suelo y ratones en las paredes. Teníamos un piso remozado con ventana salediza y elegantes columnas corintias a cada lado de la terraza. Teníamos una chimenea adornada con carpintería metálica y azulejos. Teníamos un dormitorio, una cocina y una bañera con patas, íbamos a Julip's cada noche donde el grupo de Richie tocaba. Cuando el local cerraba, la marcha continuaba, íbamos a fiestas, bebíamos. Esnifabamos coca siempre que podíamos. Conseguimos algo de LSD. Bailábamos, nos magreábamos en el asiento posterior de los taxis y nunca volvíamos a casa antes de las tres. Tomábamos comida china en la cama. Compramos acuarelas y nos pintamos el cuerpo mutuamente. Una noche nos emborrachamos y me hizo un agujero en la nariz. Por las tardes, Richie ensayaba con la banda, y cuando se cansaba, siempre volvía a mí.