—Así es —reconoció Nick—. Por eso no quiero nada contigo. Si te acercas más, allá tú con lo que te ocurra.
Nunca había visto antes a Swift dudoso o incierto, pero por, un momento el jefe pareció impresionarse ante las posibles implicaciones de las palabras de Nick. Pero en seguida recuperó su aplomo.
—Muy bien —dijo, y se lanzó hacia adelante sujetando cuatro lanzas a lo largo de sus antebrazos.
El plan de batalla de Nick debía desecharse en su principio; las lanzas eran más largas que las antorchas. Podría hacer a un lado sus puntas antes de que le tocaran, pero ni siquiera con las lanzas ladeadas podría alcanzar a Swift. Su odio por él le paralizó el juicio por un instante y lanzó las dos antorchas de sus manos izquierdas al pecho del gigante.
Swift se agachó a tiempo. Los que se encontraban tras él formaban una cuña y sus miembros centrales no pudieron evitarlas con rapidez. Varios aullidos de dolor se alzaron cuando las antorchas les golpearon, y se rompieron, dispersándose en todas las direcciones como carbones encendidos. El jefe retrocedió la distancia de una lanza y recuperó su actitud de ataque.
—¡En medio círculo! —rugió. Los guerreros le obedecieron con rapidez y precisión, formando una delgada línea que apuntaba a Nick—. ¡Ahora, todos juntos, a por él! —el semicírculo se redujo y las puntas de las lanzas se abalanzaron sobre la puerta.
Nick no se alarmó mucho. Ninguno de los atacantes estaba en posición para darle el golpe hacia arriba que podría penetrar bajo las escamas; lo mas probable es que las puntas de piedra le tirarían hacia atrás en lugar de penetrar. El problema habría estado en ser empujado contra algo sólido; el único peligro real, por el momento, era que alguno de los luchadores podían quedar a la distancia de un cuchillo, ocupándole de forma que un lancero podría acercarse lo suficiente para darle un golpe desde abajo. Por un instante dudó, preguntándose si sería mejor empuñar las antorchas o lanzarlas; pero en seguida tomó una decisión.
—¡Las cortas! —gritó a sus ayudantes.
Nancy ya tenía preparadas varias estacas largas con los extremos encendidos, pero las dejó al instante y encendió otras. Durante diez segundos Nick hizo lo posible para emular a una ametralladora. Más de la mitad de sus proyectiles erraron el blanco, pero no todos; a los tres o cuatro segundos, otro factor les complicó la lucha a los atacantes. Estacas y fragmentos prendidos se esparcían cada vez en mayor cantidad, ante la puerta, y los hombres de Swift se mezclaban con ellos. Los pies eran todavía más sensibles al fuego que las escamas y ello produjo un efecto por lo menos momentáneamente disuasorio. Es de justicia resaltar que Swift permaneció junto a sus hombres y luchó tan duramente como cualquier otro. Pero a la distancia que se encontraba recibió bastantes quemaduras y se retiró unas yardas cojeando ligeramente. Nick se rió lo más alto que pudo.
—¡Swift, amigo mío, será mejor que te hagas tu propio fuego! Por supuesto, no encontrarás nada que te sirva a una hora de camino del poblado; todo lo que podía servir lo gastamos hace tiempo. Aunque conocieras los lugares mejores para conseguir leña no serías capaz de ir allí y regresar bajo la lluvia. Pero no te preocupes, cuidaremos de ti cuando te duermas. ¡No quisiéramos que nada te comiera, amigo Swift!
Casi era divertido ver la furia de Swift. Sus manos apretaban los mangos de la espada y se puso completamente de pie sobre sus miembros posteriores agitándose con rabia. Durante varios segundos pareció dudar entre lanzar las espadas o cargar contra la puerta pasando por encima de los rescoldos encendidos. Nick se encontraba dispuesto para repeler ambas cosas, pero deseaba que hiciera la última; la imagen de Swift con los pies quemados le resultaba atractiva.
Pero el jefe no hizo ninguna. En medio de su furia se relajó de repente y bajó la punta de las lanzas como si las hubiera olvidado por el momento. Luego, echándolas hacia atrás hasta sostenerlas por el centro de gravedad, en posición de «transporte», se alejó del cobertizo. En ese momento, como impulsado por un pensamiento repentino, regresó y se dirigió a Nick.
—Gracias, Chopper. No esperaba mucha ayuda por tu parte. Es mejor que te diga adiós, por ahora; y lo mismo deberías hacer tú… con tu profesor.
—Pero… no puedes viajar de noche.
—¿Por qué no? Tú lo hiciste.
—Pero ¿y Fagin? ¿Cómo sabes que él puede?
—Me dijiste que él podía hacer lo que yo le pedía. Si lo ha olvidado, o cambia de opinión, te agradecemos que nos hayas enseñado lo que tenemos que hacer. ¿Crees que a él le gustará el contacto del fuego más que a nosotros? —Swift se rió y regresó a grandes zancadas hasta donde se encontraba el grueso del grupo dictando órdenes. Nick comenzó a gritar con todas sus fuerzas.
—¡Fagin! ¿Oíste eso? ¡Fagin! ¡Profesor! —en su ansiedad había olvidado el tiempo que tardaba en responder y acorraló a preguntas al profesor por unos momentos. Luego se oyó la respuesta de éste.
—¿Qué ocurre, Nick? —no era posible saber por la voz que Raeker no estaba en el otro extremo; el pueblo de Nick tenía una idea general de la situación del «profesor», pero no conocían todos los detalles y pensaban inevitablemente en el robot como en un individuo. Esta fue la primera vez que se notó una diferencia; el hombre que estaba de guardia conocía los rasgos generales de la situación, pues Racker le había hecho un resumen de ésta al abandonar su trabajo, pero no había estado presente durante el ataque inicial de Swift o en el momento de la tregua. En consecuencia, no extrajo pleno significado de las palabras de Nick.
—Swift va a emprender ahora mismo el regreso a las cuevas; dice que usará fuego contigo si no vas con él. ¿Podrás resistirlo?
Hubo una demora algo más larga de lo habitual. Nadie había medido la temperatura del fuego de Tenebra y el hombre que estaba de vigilancia no era físico y no podía arriesgarse a improvisar un cálculo de su capacidad de radiación. La primera consideración en su mente la ocupaba el coste del robot.
—No —respondió—. Iré con él.
—¿Qué haremos nosotros?
Racker no había mencionado a su sustituto la orden de permanecer en el poblado que les había dado; esperaba regresar a sus deberes mucho antes de que se iniciara la jornada. El relevo, dadas las circunstancias, lo hizo lo mejor que pudo.
—Hacer lo que creáis más conveniente. Ellos no me harán daño; me pondré en contacto con vosotros más tarde.
—De acuerdo —Nick evitó cuidadosamente el recordarle al profesor su orden anterior; prefería mucho más la nueva. Observó en silencio cómo los invasores, dirigidos por Swift, cogían las antorchas que podían de los fuegos apagados. Luego se agruparon en torno de Fagin, dejando abierto el lado por el que deseaban que ésta avanzase. Aunque todo se hizo sin palabras, el significado de las acciones era evidente. El robot comenzó a arrastrarse en dirección al sur y los habitantes de las cuevas se pusieron en marcha a su alrededor.
Nick sólo dedicó unos momentos a preguntarse si encontrarían más antorchas antes de que gastaran las que tenían. Centró su atención en otros asuntos antes incluso de que la procesión quedara fuera de su vista.
Se le había dado una oportunidad de elección y todavía sentía que lo mejor era abandonar el poblado; lo harían tan pronto como les fuera posible. Por supuesto, el plan no era factible en unos cuantos días, hasta que todos fueran capaces de viajar, pero podía emplearse el tiempo en planearlo. Estaba la cuestión de adónde ir y, por consiguiente, de cómo llegar hasta allí. Nick comenzó a comprender lo que significaba abandonar un poblado en el que se habían acumulado objetos durante toda una vida. También estaba el problema de cómo entrar en contacto con Fagin cuando el viaje se hubiera realizado. Era fácil pensar que el profesor podría encontrarlos dondequiera que estuviesen, pero Nick había madurado hasta el punto de dudar de la omnisciencia de cualquiera, incluido el robot. Había que solucionar, por tanto, tres problemas. Como Nick no deseaba parecerse a Swift en nada, pospuso la solución hasta que los otros despertaran y pudieran participar en la discusión.