Ya habían visto charcas como ésas antes, por supuesto; se formaban en los agujeros de su valle hacia el final del día. Estos agujeros eran lagos de agua cuando amanecía, pero se habían transformado en delgadas charcas de ácido sulfúrico a mediodía. Las de ahora eran mucho más grandes y tenían una capacidad mucho mayor.
La tierra también era diferente; la vegetación era tan espesa como siempre, pero entre los tallos que pisaban se encontraban esparcidos cristales de cuarzo. Al ganado no parecían molestarle, pero los pies de Nick y sus compañeros no eran tan resistentes y cada avance les costaba más trabajo. Esas masas cristalinas se encontraban por todas partes, pero sobre todo en parcelas aisladas que podían ser evitadas.
La búsqueda de un lugar para detenerse fue en esta ocasión más breve y menos cuidadosa de lo que lo había sido en otras ocasiones. Se pusieron de acuerdo rápidamente en elegir una península cuyo cuerpo principal estaba formado por una colina de unos treinta a cincuenta pies por encima del mar y que estaba unida a la tierra por un pasillo cubierto de cristales de unas doce yardas de anchura. Nick no era el único miembro del grupo que seguía considerando el problema de la defensa; además de las ventajas que tenía para ello, la península era suficientemente espaciosa para albergar al ganado. Arrastraron sus pertenencias por el mar, subieron a la colina y se dedicaron inmediatamente a la ocupación habitual de buscar leña para las hogueras. Realizaron este trabajo a conciencia, y al llegar la oscuridad habían recogido un suministro satisfactorio. Cuando hubieron formado los fuegos de vigilancia, y tras matar y comerse a uno de los animales del rebaño, se establecieron para pasar la noche. Hasta que aparecieron las primeras gotas y encendieron los fuegos nadie pensó en lo que le ocurriría al nivel del mar durante la lluvia de la noche.
Capítulo 4 — Comunicación; penetración; aislamiento.
Aminadabarlee permanecía en silencio con los ojos fijos en la pantalla de visión; Raeker se compadeció de él a pesar de lo poco agradable que había sido. El mismo, bajo circunstancias similares, habría sido por lo menos tan insociable. Pero no había tiempo para la piedad mientras quedase alguna esperanza; había que hacer muchas cosas.
—¡Wellenbach! ¿Cuál es la combinación del batiscafo?
El oficial encargado de las comunicaciones se inclinó sobre su hombro.
—Yo lo haré por usted, doctor.
Racker le detuvo con un gesto.
—Espere. ¿Hay un aparato normal en el otro extremo? Quiero decir si es un fono normal o algo que necesita ser manejado en los paneles.
—Totalmente ordinario. ¿Por qué?
—Porque si no fuera así y usted taladrara su combinación, esos muchachos, al tratar de contestar, podrían abrir la compuerta del aire o cualquier otra cosa peligrosa. Si su diseño y apariencia son los habituales, la niña será capaz de responder sin exponerse a un peligro.
—Ya entiendo. Ella no tendrá ningún problema; la vi utilizar aquí combinaciones de perforación.
—Entonces llámeles.
Raeker trató de no demostrar la inseguridad que sentía cuando el oficial pulsó los botones. Todavía no era posible saber lo que había ocurrido sobre la atmósfera de Tenebra; era evidente que algo había producido la apertura de la compuerta de aire de la nave auxiliar, pero no se sabía si ello había afectado o no al batiscafo. Si así había ocurrido, los niños debían estar muertos… aunque quizá su guía les había puesto los trajes espaciales. Siempre se tiene una esperanza.
A su espalda, Aminadabarlee parecía la estatua gigante de una nutria fundida en un acero gris y de apariencia aceitosa. Raeker no malgastó tiempo en preguntarse por lo que sería de él si recibían malas noticias como respuesta y la estatua volvía a la vida; toda su atención estaba centrada en el destino de los jóvenes. Su cabeza se llenó de especulaciones en los segundos que transcurrieron hasta que se iluminó la pantalla. En ese momento desechó lo peor.
Un rostro humano les miraba desde ella; era delgado, estaba muy pálido y en su extremo superior lucía un pelo que parecía negro en la pantalla pero que Raeker sabía que era rojo; tenía una expresión que sugería un terror apenas controlado, pero… era un rostro vivo. Ese era el hecho importante.
Casi al mismo instante, una figura cruzó violentamente la puerta de la sala de comunicaciones y se deslizó hasta detenerse junto a la figura inmóvil del drommiano.
—¡Easy! ¿Estás bien?
Raeker no necesitaba esas palabras para reconocer al canciller Rich. Tampoco Aminadabarlee ni la niña de la pantalla. Tras los dos segundos de pausa para la conexión de regreso, el terror desapareció de la delgada cara y la niña se relajó visiblemente.
—Sí, papá. Estuve muy asustada hace un minuto, pero todo está bien ahora. ¿Vienes hacia aquí?
Por un momento se produjo una confusión, pues tanto Rich como Raeker y el drommiano intentaban hablar al mismo tiempo; luego, la superioridad física de Aminadabarlee se hizo sentir y se vio su cabeza en la pantalla.
—¿Dónde está el otro…, mi hijo? —chilló.
La niña replicó al instante:
—Está aquí, se encuentra bien.
—Déjame hablar con él —la niña abandonó un momento la zona de visibilidad y todos pudieron oír su voz, pero no sus palabras, que se dirigía a alguien más. Luego reapareció con su pelo oscuro algo despeinado y con un arañazo en un carrillo del que manaba sangre.
—Está en una esquina y no quiere moverse. Subiré el volumen para que pueda hablar con él.
No hizo ninguna referencia a su herida y, para sorpresa de Raeker, tampoco la hizo el padre. Aminadabarlee parecía no haberla notado. Comenzó a hablar en su agudo lenguaje, que de todos los que estaban en la habitación sólo parecía tener sentido para Rich, y siguió así durante varios minutos, deteniéndose de vez en cuando para esperar una respuesta.
Al principio no recibió ninguna; luego, mientras se hacía más persuasivo, se oyó por el altavoz un débil sonido. Al oírlo se restableció la compostura del drommiano y habló con más lentitud; al cabo de un minuto la cabeza de Aminadorneldo apareció junto a la de Easy. Racker se preguntaba si parecía avergonzado de sí mismo, pero las expresiones de los drommianos eran un libro cerrado para él. Sin embargo, uno de los miembros de la familia debió tener conciencia de la situación, porque a los pocos momentos de haber hablado el padre, el niño se volvió hacia Easy y le habló en el idioma de ella.
—Siento haberla herido, miss Rich. Tenía miedo y pensé que quería hacerme salir de la esquina. Mi padre me ha dicho que usted es mayor que yo y que debo hacer lo que usted diga hasta que esté con él de nuevo.
La niña pareció comprender la situación.
—Todo está bien, Mina —le dijo gentilmente—. No se preocupe por haberme arañado. Cuidaré de usted y regresaremos junto a su padre… dentro de poco —miró a las cámaras mientras decía las últimas palabras y Raeker se puso en tensión. Una mirada al canciller Rich confirmó sus sospechas; ella estaba intentando hacernos entender algo, a ser posible sin alarmar a su compañero. Gentilmente, pero con firmeza, Raeker tomó el lugar del drommiano en el área de visibilidad. Easy dio muestras de reconocerlo; lo había conocido unos momentos en su visita al Vindemiatrix.
—Miss Rich —comenzó—, apenas sabemos nada de lo que ha ocurrido ahí. ¿Puede contárnoslo? ¿O está ahí su guía para darnos un informe?
Negó la última pregunta con un gesto de la cabeza.
—No sé dónde está mister Flanagan. Se fue a la nave para fumar un cigarro; nos dijo que tuviéramos cuidado de no tocar ningún control… debía pensar que éramos estúpidos. Por supuesto que permanecimos alejados del tablero de control. En realidad, después de una primera ojeada, salimos de la habitación de control y miramos por las otras habitaciones. Todas están dedicadas a la observación o a dormitorios, a excepción de la cocina, y ya nos íbamos a vestir para regresar a la nave cuando sonó una llamada de mister Flanagan en un equipo que había dejado sintonizado con la frecuencia apropiada. Nos dijo que estaba en la compuerta exterior y que la abriría tan pronto cerrara la que daba a la nave —las dos naves estaban tan juntas que pudimos tocarlas a la vez cuando pasamos de una a otra— y que debíamos permanecer absolutamente inmóviles y no tocar nada hasta que él viniera. Mina acababa de abrir la boca para responderle cuando se produjo la sacudida; fuimos lanzados contra la pared y yo me quedé allí atraída por una aceleración tres o cuatro veces superior a la nuestra. Mina podía moverse perfectamente e intentó llamar a mister Flanagan desde el panel, pero no obtuvo respuesta y yo no le permití que tocara nada más. Creo que la aceleración duró medio minuto; ustedes lo podrán saber mejor. Se detuvo un momento antes de que llamaran.