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—¿Haréis todo lo que os diga vuestro profesor?

—Así es —Nick no mencionó las veces que había dudado si obedecer las órdenes de Fagin; pero, para ser honestos, ni siquiera las recordó en aquellos momentos.

—Déjame oírle cómo te dice que no me haréis daño. Viene hacia aquí. Le esperaré, pero no me desharé de las armas hasta que no esté convencido de que no las voy a necesitar.

—Pero no conoces nuestro lenguaje y no sabrás lo que nos está diciendo.

—Aprendió alguna de nuestras palabras mientras estuvo con nosotros, aunque no podía pronunciarlas bien. Creo que podré preguntarle si va a herirme o no y que podrá decir sí o no.

El explorador quedó en silencio, observando la aproximación del robot y asiendo con firmeza cada lanza con dos manos. Estaba dispuesto a batirse con ellas, no a tirarlas.

Incluso Raeker pudo ver cómo se preparaba mientras se acercaba el robot al círculo y se sintió un poco inquieto; si ocurría cualquier cosa, tardaría dos segundos en reaccionar. Como en muchas otras ocasiones anteriores, deseó que el Vindemiatrix estuviera en órbita justo al lado de la atmósfera de Tenebra y con tres o cuatro estaciones intermedias que se ocupasen de los problemas causados por el horizonte.

—¿Qué ha ocurrido, Nick? ¿Va a luchar?

—No, si le convences de que no es necesario —contestó Nick. Le contó las últimas afirmaciones del cavernícola—. No sé qué hacer con él ahora que lo tenemos —acabó.

—Yo no diría que lo tenemos realmente —contestó secamente Raeker—; pero comprendo el problema. Si le dejamos ir, Swift caerá sobre nosotros en unas horas. Si no, tendremos que vigilarlo constantemente, lo que es una molestia, y podrá escaparse en cualquier momento. No hay excusa, desde luego, si le matamos.

—¿Ni siquiera después de lo que les ocurrió a Alice y Tom?

—A pesar de ello, Nick. Creo que vamos a tener que dejarlo en libertad y enfrentarnos al hecho de que Swift sabrá dónde nos encontramos. Déjame pensar.

El robot quedó en silencio, pero no los hombres que lo controlaban; mientras los nativos esperaban, se propusieron, discutieron y rechazaron planes a una gran velocidad. Easy no había cortado la comunicación, pero no ofreció ninguna idea. Hasta los diplomáticos, que podían oírlo todo desde la sala de comunicaciones, se quedaron callados.

El cavernícola no había podido seguir la conversación entre Nick y el profesor, y al cabo de un minuto de silencio pidió que se le tradujera. Se las arregló para pedirlo de forma que Nick, cuando le proporcionó la información requerida, sintió que estaba reparando una omisión en lugar de concediendo un favor.

—Fagin está decidiendo lo que podemos hacer. Dice que no debemos matarte.

—Haz que me lo diga a mí. Podré comprenderle.

—No se interrumpe al profesor cuando está pensando —respondió Nick.

El cavernícola quedó impresionado, o por lo menos no dijo nada hasta que el robot volvió a hablar.

—Nick —la voz de Raeker resonó en la densa atmósfera—, quiero que traduzcas con mucho cuidado lo que le voy a decir. Hazlo palabra por palabra, siempre que las diferencias de lenguaje te lo permitan; y no digas nada por ti mismo, porque hay alguna información que no tenemos tiempo para decirte ahora.

—De acuerdo, profesor.

Todos los del círculo concentraron su atención en el robot; pero si el explorador se dio cuenta de ello, no hizo ningún esfuerzo para sacar ventaja de la situación. También escuchó, haciendo grandes esfuerzos por sacar algún sentido, no sólo de la traducción de Nick, sino del discurso humano. Raeker habló lentamente, con muchas pausas, para que Nick pudiera hacer su trabajo.

—Ya sabes —comenzó— que Swift me quería en su poblado para que yo pudiera enseñarle a él y a su pueblo a hacer fuegos, apacentar ganado y el resto de cosas que ya he enseñado a mi propio pueblo. Yo quería hacerlo, pero Swift pensó, por algo que Nick dijo, que mi pueblo se opondría, y por eso luchó cuando no era necesario que así fuera. No tendría importancia ahora si no fuera porque retrasa algo vital para Swift y para nosotros. Hasta ahora, lo único que he sido capaz de dar es conocimiento. Era el único de mi pueblo aquí y no podré regresar, por lo que no podía dar más cosas. Ahora han venido otros de mi pueblo. Van montados en un gran objeto que han hecho; no tenéis ninguna palabra para ello porque no se la he dado a Nick y no creo que el pueblo de Swift tenga una cosa como ésa. Es algo que nosotros hicimos, igual que vosotros podéis hacer un cubo o una lanza, y que es capaz de llevarnos de un sitio a otro, pues el lugar de donde vengo está tan lejano que nadie puede llegar andando, está tan arriba que sólo un flotador podría coger la dirección correcta. Los que vienen serán capaces de ir y venir en esa máquina y podrán traer cosas, como mejores herramientas, para todos vosotros, llevándose a cambio quizá cosas que queráis darles. Sin embargo, la máquina no funciona muy bien: es como una lanza con la punta rota. Bajó hasta donde vosotros vivís, pero no podemos hacer que flote de nuevo. Mi pueblo no puede vivir en el exterior, por lo que no pueden arreglarla. Necesitamos la ayuda del pueblo de Nick y, si queréis dárnosla, también la vuestra. Si podéis encontrar la máquina en la que se encuentran mis amigos y aprender lo que os diga para arreglarla, podrán regresar de nuevo y traer cosas para todos vosotros; si no podéis o no queréis, mi pueblo morirá aquí y no habrá conocimiento ni siquiera para vosotros… pues ya sabéis que yo también moriré algún día. Quiero que lleves este mensaje a Swift y luego, si él te deja, que vuelvas con la respuesta. Me gustaría que él y su pueblo me ayudaran a encontrar la máquina y, cuando se haya encontrado, los pueblos de Nick y Swift pueden colaborar juntos para arreglarla. No tiene por qué haber más luchas. ¿Lo harás?

Nick lo había traducido palabra por palabra, en cuanto se lo permitía su conocimiento del lenguaje de Swift. El explorador, al final, quedó en silencio durante medio minuto. Todavía sostenía sus armas con firmeza, pero Raeker se dio cuenta de que su actitud con ellas era menos agresiva. Podía ser un espejismo, por supuesto; los seres humanos tienden a creerse las cosas que desean así como los drommianos se creen lo primero que se les ocurre.

Luego el explorador comenzó a hacer preguntas y el juicio de Raeker sobre su inteligencia subió varios puntos; había tenido antes la inclinación de tomarlo como un salvaje típico.

—Si puedes saber que algo va mal en la máquina de tus amigos es porque puedes hablar con ellos de alguna forma.

—Sí, nosotros… yo puedo hablarles.

—Entonces, ¿cómo es que necesitas buscarles? ¿Por qué no pueden decirte dónde están?

—No lo saben. Bajaron a un lugar en el que no habían estado nunca antes y flotaron en un lago durante cinco días. La última noche fueron arrastrados por un río. Estaban en el fondo y no podían ver por dónde iban; además, no conocían el lugar, ya te dije que no lo habían visto antes. El río ha desaparecido y pueden ver los alrededores, pero no les sirve de nada.

—Si puedes oírlos, ¿por qué no puedes ir adonde están? Yo puedo encontrar cualquier cosa que oiga.

—Hablamos con las máquinas mientras viajan. Las máquinas hacen una especie de ruido que sólo puede ser oído por otra máquina y que viaja mucho más rápido que la voz. Esa máquina puede hablar conmigo; pero se encuentra muy lejos para poder decirnos con exactitud dónde está. Lo único que podemos hacer es dejarla que nos diga que paisaje puede ver; entonces yo puedo decíroslo a vosotros y vosotros podéis empezar a buscarla.

—¿Ni siquiera sabes lo lejos que está de aquí?

—No con exactitud. Estamos bastante seguros de que no está demasiado lejos… no a más de dos o tres días de camino, y probablemente a menos. Cuando empecéis a buscarles podemos decirles que enciendan luces como éstas… —los focos del robot se encendieron brevemente—, y así seréis capaces de verlas desde muy lejos.