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—De acuerdo —contestó John—. Aunque nos separemos unas cuantas millas de nuestra zona de búsqueda, ello no impedirá que dejemos de ver la máquina.

Nancy hizo un movimiento que pareció un encogimiento bajo sus escamas.

—No merece la pena que nos esforcemos especialmente. Podremos verlo desde muchas millas si es tan brillante como dijo Fagin. Creo que será mejor que nos concentremos en el mapa ahora hasta que nos aseguremos de que estamos en donde creemos que estamos.

—Fagin habría replicado algo a esa frase —murmuró John—, pero supongo que tienes razón. Continuemos.

Dos millas, veinticinco minutos, una breve lucha y un prolongado estremecimiento en el que se pusieron en una posición en la que se sintieron seguros. A pesar de lo uniforme que era la superficie de Tenebra, moldeada por la solución, y de lo rápidos que eran los cambios, aquella región se parecía demasiado a la de los mapas para que fuese una mera coincidencia. Emplearon cinco minutos en decidir si sería mejor empezar a reunir leña para la noche, para la que no faltaban muchas horas, o acercarse a la primera área de búsqueda para perder menos tiempo a la mañana siguiente. Eligieron la segunda alternativa y continuaron.

La caída de la noche estaba cada vez más cercana cuando ambos se pararon a la vez. Ninguno necesitó hablar, pues les resultaba evidente que habían visto la misma cosa. Lejos, hacia el sur y algo desviado hacia el oeste, brillaba una luz.

Permanecieron varios segundos mirándola. Lo que veían no era especialmente brillante… sólo lo suficiente para poderlo notar; pero una luz distinta a la del día de Tenebra sólo podía explicarse de muy pocas formas. O eso supusieron, al menos, los pupilos de Fagin.

Tras mirar un momento, cogieron los mapas de nuevo y trataron de localizar en ellos la fuente de luz. Era difícil, pues resultaba casi imposible calcular la distancia. La fuente en sí no era visible, sólo el resplandor que producían en la superficie de Tenebra los fuegos, los focos y Altair. La dirección era la correcta, pero caía dentro de lo posible que la fuente real de luz estuviera, bien fuera del territorio incluido en el mapa o en la región poco señalizada por Nick durante el viaje en el que descubrió el poblado de las cuevas. Era igualmente probable que no pudieran alcanzar el lugar antes de la lluvia, pero tras una breve discusión estuvieron de acuerdo en continuar.

La marcha fue normal al principio, pero luego se hizo más difícil. Esto estaba de acuerdo con lo que recordaban del informe de Nick sobre el viaje. También recordaron su mención de unas formas de vida que habitaban en agujeros y eran peligrosas, pero no encontraron señales de ellas. La luz se hacía cada vez más brillante. Pero durante varias horas no se pudieron hacer una idea de lo que la producía.

Luego comenzaron a tener la impresión de que provenía de un punto que se encontraba por encima de su propio nivel, y a la media hora ambos estaban seguros de ello. Aquello era difícil de comprender; Fagin había dicho que el batiscafo no podía volar porque estaba roto y no existía ninguna mención de alguna colina —al menos no de algo inusual en este aspecto— en la descripción de los alrededores de la máquina. De hecho recordaron que se había establecido que se encontraba en el pie de la colina.

Luego John recordó el relato de Nick acerca de una colina notablemente alta en la región y ambos cogieron los mapas de nuevo. Parecía posible, aunque no seguro, tras una cuidadosa comprobación, que la luz viniera de la colina; si ése era el caso podía quedar alguna posibilidad de que habían hallado el batiscafo. La otra posibilidad que encontraron era que la gente de Swift estuviera allí con algún fuego.

No tardaría mucho en llover y viajar sin antorchas no sería posible. Si el área que tenían enfrente era realmente un campamento de los cavernícolas de Swift, el acercarse a ella con antorchas sería como pedir que les capturasen. El jefe debía haber aceptado la propuesta de Fagin, por lo que técnicamente eran aliados; pero por lo que John y Nancy sabían de Swift, preferían no arriesgarse. Desde cierta perspectiva no había ninguna razón para que se acercasen, pues estaban buscando el batiscafo en lugar de inspeccionar a los cavernícolas; pero no se les ocurrió tal cosa a ninguno de los dos. Si se les hubiera preguntado, probablemente habrían insistido en que no estaban seguros de que la luz proviniera de la máquina estropeada. De todas formas, continuaron intentando trazar un plan para acercarse a la luz.

Fue Nancy la que finalmente lo esbozó. A John no le gustó y no confió en él. Nancy le recordó, con razón, que sabía más física que él y que si no comprendía lo que estaba diciendo era mejor que confiara en ella. El le replicó, igualmente con razón, que podía ser mejor matemático que químico, pero que conocía la lluvia lo suficiente como para no aceptar ideas como la suya acríticamente. Nancy ganó finalmente la disputa por el método más simple: comenzó a andar sola hacia la luz, dándole a John la oportunidad de seguirla o quedarse. La siguió.

A Raeker le hubiera gustado oír ese argumento. A las criaturas que habían salido de los huevos cascados les había puesto nombre de forma arbitraria y todavía no conocía el carácter real de ninguno de ellos. La exhibición de Nancy de tal característica humana femenina le hubiera resultado fascinante, si no concluyente.

John miraba al cielo con inquietud mientras avanzaban. En su interior sabía perfectamente que la lluvia no podía preverse durante un rato; pero el hecho del desafío de Nancy al fenómeno le hacía anormalmente consciente de él. Cuando aparecieron las primeras gotas estaban lo suficientemente cerca de la luz para ver que había algo entre ellos y la fuente real… brillaba detrás de alguna barrera, posiblemente una colina.

—¿Seguimos adelante o damos un rodeo? —preguntó John cuando esto se hizo evidente—. Si subimos nos encontraremos pronto con la lluvia.

—Esa es una buena razón para hacerlo —replicó Nancy—. Si es el poblado de las cuevas no nos esperarán en esta dirección y pronto verás que tengo razón. Por otra parte, nunca he subido una colina realmente alta y Nick dijo que ésta tenía doscientos o trescientos pies… ¿no recuerdas?

—Sí, pero no estoy tan seguro como tú de que ésta sea la colina de la que estaba hablando.

—¡Mira tu mapa!

—Ya sé que estamos cerca de ella, pero sus notas eran aproximadas, lo sabes tan bien como yo. Una vez que él regresó no hubo tiempo de hacer un mapa decente. Desde entonces nos hemos dedicado prácticamente a luchar o a viajar.

—No necesitas hacer una tesis con ello. Sigamos —ella inició la marcha sin esperar respuesta.

Durante un tiempo no hubo una elevación apreciable en el nivel general del terreno, aunque el número de montículos era el habitual. La primera implicación que demostraba que Nancy podía tener razón sobre la naturaleza de la colina fue un cambio en la naturaleza de la tierra. En lugar de la usual roca granítica rica en feldespato, y muy agujereada por la solución, predominaba un material mucho más oscuro y bruñido. Ninguno de ellos había visto nunca lava fresca, pues Nick no había traído muestras, y les costó trabajo que sus pies se acostumbraran a ella.

La lluvia ya no estaba muy cercana a la superficie. No había dificultad en evitar las gotas, pues venía más luz de adelante que la que Altair daba a mediodía; el problema era que Nancy no se preocupaba de evitarlas. Teóricamente ella tenía razón; les cubrían burbujas de oxígeno, pero el calor de sus cuerpos las convertía en aire perfectamente respirable. John tardó tiempo en seguir su ejemplo. A los tenebritas les cuesta lo mismo que a los humanos romper con los hábitos.

Gradualmente, la inclinación de la oscura roca comenzó a crecer. Se hallaban en una colina y la luz estaba mucho más cerca. Las rocas marcaban agudamente sus siluetas contra ella mucho más de una milla. Nancy se detuvo, no a causa de la lluvia sino para echar una última ojeada, y entonces ambos notaron algo más.