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En primer lugar, las gotas de lluvia no caían rectas; eran arrastradas horizontalmente mientras descendían en la misma dirección en que ellos viajaban. Era razonable si uno se paraba a pensarlo; conocían desde sus primeras clases la existencia de las corrientes de convección y advección. Lo notable era la velocidad; las gotas se dirigían hacia el fuego a unas dos millas por hora. La corriente de aire que las impelía podía realmente ser sentida… y eso era un gran huracán para Tenebra. Si lo que había delante era un fuego, era el mayor fuego que los pupilos de Fagin habían encendido o visto nunca.

—Si Swift encendió eso debe haber prendido toda una sección del mapa —comentó John.

Nancy se volvió hacia él abruptamente.

—¡Johnny! ¿Recuerdas lo que ocurrió la última noche, cuando Nick sacó al profesor del poblado de las cuevas? ¡Encendió una gran parte de la sección! ¿Crees que todavía puede estar ardiendo y haberse desparramado así?

—No sé —John permaneció inmóvil y pensativo durante unos momentos. Luego miró al mapa, fácilmente legible bajo la luz brillante—. No comprendo cómo pudo ocurrir —dijo al fin—. Estamos más cerca de las cuevas de lo que lo estuvimos esta mañana, pero no tan cerca. Además, la lluvia de la noche habría apagado cualquier fuego si nadie lo estuviera cuidando.

—Pero si fuera lo suficientemente grande agitaría el aire de forma que siempre tendría bastante oxígeno…; siente el viento a nuestras espaldas. ¿Has visto alguna vez algo así?

—No. Debes tener razón, pero podemos ir y verlo; todavía pienso que es más probable que sea Swift. ¿Sigues en tu idea?

—Desde luego, es lo mejor que podemos hacer con el viento llevando las gotas a esta velocidad.

—Espero que tengas tanta razón como lógica.

Continuaron, aunque más lentamente, porque era necesario seguir un camino más tortuoso para, entre las gotas de lluvia, mantener su objetivo a la vista. Las gotas alcanzaban ahora la superficie en gran número y permanecían líquidas, excepto en las partes más directamente expuestas al calor de los cuerpos de los dos viajeros. Les costó más de lo que esperaban cubrir las doscientas yardas de rocas que tenían delante, en las que la ausencia de otra cosa que no fuera la luz más allá de ellas parecía marcar la cima de la colina. En aquel momento Nancy decidió que había que actuar con cautela, pues entraba en acción la parte más peligrosa de su plan.

Al encontrar una gota de lluvia excepcionalmente grande y todavía nubosa que caía a no mucha distancia, se colocó de forma que ésta la envolviese al caer a tierra. Como era natural, el fondo de esa porción esférica de cincuenta pies desapareció en seguida por el calor de su cuerpo; pero al descender más la gota acabó por cubrirla y esconderla. La gran burbuja líquida comenzó a seguir el mismo camino de las otras, moviéndose lentamente hacia la luz, y Nancy hizo todo lo que pudo por seguirla. No resultó tan sencillo como había previsto, a pesar de que el gas que la rodeaba era perfectamente respirable, pues como no se veía nada de los alrededores, era imposible calcular la velocidad de la gota. El viento servía de alguna ayuda, aunque no suficiente, y varias veces John pudo ver su contorno cuando ella se acercaba al borde del volumen de niebla. El permaneció allí, sin considerarse cobarde por ver cómo funcionaba el experimento antes de intentarlo él mismo.

En un sentido, el intento fue un rotundo éxito; es decir, Nancy permaneció consciente en tanto duró la gota. En otro, sin embargo, había un fallo: la gota no duró lo suficiente. Al sufrir el asalto de la radiación de calor de Nancy, y del fuego simultáneamente, desapareció abruptamente en una turbulenta ola final, dejándola a la vista.

Aquello fue menos catastrófico de lo que podía haber sido. Los tres o cuatro segundos posteriores a la desaparición de lo que la ocultaba, Nancy permaneció en perfecta inmovilidad; luego, sin hacer esfuerzo alguno por desviar la voz de la luz que tenía delante, gritó:

—¡Johnny! ¡Ven rápido!

Se había detenido al borde de un hoyo de lados casi verticales y de dos millas de anchura. Los primeros segundos de silencio los pasó felicitándose por haber tenido la suerte de que su gota no hubiera durado unos segundos más; luego, la corriente de calor que provenía del suelo del cráter, de apenas cien pies de profundidad, la forzó a admitir que no se trataba de suerte. Desde este lugar estratégico podía verse que ninguna gota de lluvia se aproximaba al área, a excepción de las que ascendían la pendiente desde el exterior. Todo el suelo resplandecía y había numerosos trozos con un brillo casi sorprendente. Estos últimos parecían líquidos, aunque el líquido poseía una superficie notablemente aguda y bien definida.

Raeker, e incluso Easy, habrían reconocido en seguida que se trataba de un volcán; pero el fenómeno era completamente extraño a la experiencia y educación de los pupilos de Fagin. Raeker había notado, de pasada, la primera referencia de Nick a la forma cónica de la alta colina de su informe; los geólogos también le prestaron alguna atención e incluso habían situado el fenómeno en la lista de cosas que tenían que ser investigadas concienzudamente; pero las cosas no habían pasado de ahí, Nick no había dicho nada que sugiriera que aquello estaba activo… o al menos nada que los hombres hubieran reconocido como una evidencia de tal cosa; él había mencionado viento. En realidad no fue tan violento cuando él había pasado por allí tres meses terrestres antes. Sólo su talla y forma habían sido dignos de notificar.

—Esto sería un lugar maravilloso para un poblado —comentó John tras unos minutos de silencio—. No necesitaríamos mantener fuegos encendidos.

—¿Te olvidas de la comida? —contestó Nancy—. Las plantas que crecen en esta roca oscura son diferentes de las que conocemos; podría ser que el ganado no las comiera.

—Eso sería fácil saberlo…

—De todas formas no nos interesa eso ahora. La luz no es lo que estábamos buscando, aunque admito que es interesante. Será mejor que prosigamos con nuestro trabajo.

—Está lloviendo —señaló John—, y no creo que podamos proseguir la investigación por la noche con la misma facilidad que por el día. Por lo menos sí parece un lugar perfecto para dormir.

—Eso es cierto… —el acuerdo de Nancy fue interrumpido de pronto.

A unas trescientas yardas a su izquierda, un segmento del borde del hoyo, de unas cincuenta yardas de largo y diez o quince de ancho, se desprendió y cayó con un ensordecedor estruendo. Con esa gravedad, hasta la atmósfera de Tenebra era un freno inefectivo, y diez o quince mil toneladas de detritus volcánico bien cementado siguieron sin esfuerzo su camino por la corteza roja y caliente, casi de lava, que se encontraba al pie de la plataforma saliente. Los resultados no dejaron dudas sobre el estado líquido del caliente material… o no habría dejado ninguna si los dos exploradores todavía estuvieran mirando. Pero no lo hacían; bajaban la colina en la misma dirección por la que habían venido antes de que la masa de roca se hubiera soltado completamente. Incluso corriendo, John tuvo tiempo para agradecer que el incidente hubiera ocurrido justo en el momento en que Nancy se mostró de acuerdo con él en que el lugar era excelente para acampar. No es necesario decir que no lo mencionó en voz alta. Ni siquiera John se preocupaba de evitar las gotas de lluvia en ese momento, mucho menos de hablar sobre materias irrelevantes.

Descendieron una milla corriendo antes de detenerse. Todavía quedaba suficiente luz para leer los mapas, y a los pocos minutos ya se habían convencido de que se trataba de la alta y cónica colina del informe de Nick. Sin embargo, una vez decidido aquello, ninguno de los dos sabía qué hacer. El impulso natural era regresar al campamento para informar a Fagin de aquello; contra ello se oponía el que tenían que completar otra tarea que era un caso de vida o muerte.