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—Esto puede esperar un día —señaló John—. Podemos acampar aquí, investigar mañana nuestras áreas y regresar según lo planeado. No podemos dejarlo todo de lado por un nuevo descubrimiento.

—Imagino que no —concedió Nancy, aunque no muy segura de lo que decía—; pero no podemos acampar aquí. No hay combustible suficiente para doce horas en esta roca negra, ni que decir tiene que no hay para el resto de la noche, y las gotas empiezan a hacerse más claras.

—Ya lo había notado —contestó John—. Entonces será mejor que nos vayamos. Espera un momento, aquí hay suficiente para hacer una antorcha. Vamos a encender una, pues puede que después tengamos poco tiempo.

Nancy se mostró de acuerdo y a los diez minutos estaban de nuevo caminando. John tenía una antorcha y Nancy material para otras dos, todo lo que la vegetación permitía. Se dirigieron a una región en la que, según los mapas, había colinas ligeramente más altas de lo usual, con lo que evitarían encontrarse en un lago por la mañana. Ambos estaban un poco inquietos a pesar del éxito de Nick en su primer viaje durante toda la noche; pero algo les distrajo una vez más antes de llegar a estar realmente preocupados.

De nuevo divisaron una luz frente a ellos. No era fácil percibirla, pues el resplandor de sus espaldas todavía era muy grande, pero no cabía duda de que existía algún tipo de fuego en alguna de las colinas que tenían frente a ellos.

—¿Vas a actuar con ésta de la misma forma que lo hiciste con la otra? —preguntó John.

Nancy miró a las gotas de lluvia, ahora claramente peligrosas, y no se molestó en contestar. Su compañero tampoco esperaba respuesta y al cabo de un momento hizo otra pregunta más sensata.

—¿Qué haremos con esta antorcha? Si nosotros podemos ver el fuego, cualquiera que esté cerca de él podrá vernos a nosotros. ¿Quieres apagarla?

Nancy miró hacia arriba… o, mejor dicho, dirigió su atención en esa dirección mediante una sutil alteración en las posiciones de sus espinas visuales, que actuaban más como un sistema interferómetro de radio, salvo porque eran sensitivos a longitudes de ondas mucho más cortas.

—Será mejor —contestó—. Hay luz suficiente para evitar las gotas.

John se encogió de hombros y lanzó el pedazo de madera encendida a una gota de lluvia. Los dos se deslizaron hacia la distante luz.

Cuando se aproximaron pudieron ver que se trataba de un fuego ordinario esta vez. Desgraciadamente, no había nada visible a su alrededor y la vegetación no era lo suficientemente densa como para ocultar a cualquiera de talla ordinaria a menos que la estuviera usando deliberadamente para ese propósito. Ello sugería la posibilidad de un problema, y los dos exploradores rodearon la colina en donde se encontraba la hoguera con extrema precaución buscando el rastro de cualquier cosa que hubiera estado por allí en las últimas horas. Como carecían de la habilidad de rastreo de los cavernícolas, no encontraron signos de gente. Tras dos vueltas completas y alguna discusión en voz baja, acabaron por concluir que lo que había hecho el fuego estaba todavía en la colina, pero notablemente bien escondido, o, de no ser ése el caso, el fuego se había iniciado de alguna manera poco usual. La última hipótesis no se les hubiera ocurrido de no ser por su reciente experiencia con el volcán. No había forma de decidirse por una de las posibilidades con el uso exclusivo de la razón. Se imponía una investigación más cercana, y esperando oír en cualquier momento la aguda voz de Swift, la emprendieron. Con sumo cuidado, examinando cada arbusto, ascendieron por la colina.

La subida guardaba más parecido con un experimento científico, su realización eliminó ambas hipótesis y les dejó sin ideas durante un rato. Pero sólo por poco tiempo: cuando los dos llegaron junto al pequeño fuego, que obviamente había sido hecho por manos inteligentes, oyeron un grito desde la colina siguiente.

—¡John, Nancy! ¿De dónde venís?

Los sorprendidos exploradores reconocieron en seguida la voz de Oliver y, simultáneamente, el hecho de que habían sido un poco apresurados al eliminar posibilidades; era obvio que habían perdido el rastro, pues ni Oliver ni Dorothy podían volar. Ninguno habló de ello en voz alta; todos decidieron para sí mismos que la diferente vegetación del área era la responsable.

Cuando Oliver y su compañera regresaron junto al fuego desde la colina en la que se habían escondido al ver la antorcha de John, al momento quedó claro que también ellos vieron la luz del volcán y se acercaron a investigar. Sus aventuras habían sido muy similares a las de John y Nancy, salvo por el hecho de que no trataron de esconderse en las gotas de lluvia. Oliver y Dorothy habían llegado una hora antes que los otros y encontraron un buen abastecimiento de combustible, por lo que estaban bien provistos para la noche.

—Apuesto a que Jim y Jane están con nosotros antes de que pase la noche —dijo Jane, cuando. ambos grupos habían completado su intercambio de informaciones—. Sus áreas de investigación eran más cercanas a este lugar que las tuyas, Oliver, y a menos que se hayan desviado al venir también deben haber visto la gran luz.

—Puede ser que pensaran que era mejor ceñirse a la tarea asignada —señaló John.

—¿No formaba parte del trabajo investigar las luces brillantes? —replicó su compañera—. En cuanto a mí, si no están aquí en una o dos horas voy a comenzar a preocuparme por ellos. No es posible perder o ignorar esa colina de fuego.

Nadie tuvo una respuesta apropiada para ello, pero nadie quedó realmente impresionado por el razonamiento, pues todos habían pasado cierto tiempo discutiendo la conveniencia de ir a investigar la montaña. En cualquier caso, pasaron las horas sin que apareciesen. Si Nancy estaba preocupada, no lo demostró, ni ninguno de los otros tampoco. Era una noche muy tranquila y no se produjo nada que les preocupara. Las horas pasaban, pero eso era normal; la luz se hizo más brillante, pero se le achacó a la peculiar colina; la lluvia estaba disminuyendo, pero de eso también podía echársele la culpa a la colina de fuego. El fuego consumía el combustible a una velocidad inusual, pero había mucho. Sin duda el viento era el responsable…; ninguno de ellos había experimentado nunca tal viento y una corriente de aire que se pudiera sentir; en realidad podía producir sin duda muchas cosas extrañas. Los cuatro exploradores permanecieron junto al fuego y se adormilaron mientras el viento se hacía más fuerte.

Capítulo 9 — Deducción; educación; experimentación.

—¡Papá! ¡Doctor Racker! ¡Mina tenía razón; es Nick —la voz de Easy rayaba en la histeria. Los hombres se miraron el uno al otro, con el ceño fruncido en sus rostros. Rich le indicó a Raeker con un gesto que se encargara de responder y en su expresión se demostraba elocuentemente la preocupación. Racker asintió y abrió el conmutador del micrófono.

—¿Estás segura de que es Nick, Easy? —preguntó con una voz a la que intentó imprimir un tono flemático—. Ya sabes que tenía que permanecer en el campamento. Hay otros seis que os están buscando, se supone que por parejas. ¿Viste a dos de ellos?

—¡No! —contestó Easy con una voz mucho más calmada. Su padre se hundió en el sillón con una expresión agradecida en su rostro—. Sólo había uno, y lo vi nada más un segundo. Espere… ahí está de nuevo —Racker hubiera deseado ver el rostro de la niña, pero ésta gritaba sus mensajes desde una de las cámaras de observación y se encontraba fuera del campo de visión del transmisor—. Sólo puedo ver a uno de ellos y está casi totalmente escondido tras un arbusto…; sólo la cabeza y los hombros, si así pueden llamarse, sobresalen. Ahora se está acercando. Debe estar viendo el batiscafo, aunque no puedo decir dónde está mirando ni con qué. No estoy segura si es del mismo tamaño, pero sí es de la misma forma. No comprendo cómo puede usted distinguirlos.