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—Si llegas a estar más seguro de eso no dejes de informarme —contestó Raeker—. Te tendremos informado de cualquier cosa que pase en el otro extremo y que pueda tener relación con el fenómeno —el uso que Raeker hacía del «nosotros» se ajustaba a la realidad; las salas de observación y comunicación estaban llenas de geólogos, ingenieros y otros científicos. La noticia de que Tenebra estaba proponiendo el primer misterio en década y media se había esparcido con rapidez por toda la nave y las hipótesis circulaban con rapidez.

Easy estaba dando una fascinante y fascinada descripción de los acontecimientos que rodeaban al batiscafo; pues aunque ella y su compañero ya habían visto la lluvia nocturna, se encontraban por primera vez en un lugar desde el que podían observar su efecto sobre el nivel del mar. La orilla estaba a la vista y la forma en que el mar se levantaba de ella mientras el agua se unía al ácido sulfúrico fumante era algo que los niños no habían visto. Mirar a la cercana costa era desconcertante; mientras el batiscafo ascendía con la subida del nivel del mar, éste penetraba con facilidad tierra adentro con su superficie ascendente. Así continuó hasta que la densidad del mar era muy baja para que flotara la nave: incluso entonces algún golpe ocasional les indicaba que el movimiento no había cesado.

—No puedo ver nada más, papá —gritó Easy finalmente—. Tenemos que dejar de dar información. Además me estoy durmiendo. Despertadnos si es necesario.

—De acuerdo, Easy —Rich respondió en nombre de Raeker—. Nada, excepto el viento, ocurre ahora en el campamento de Nick, y el viento tiene más de sorprendente que de crítico —la niña apareció brevemente en la pantalla, les dio las buenas noches a todos y desapareció; el estrecho rostro de Aminadorneldo le siguió y luego la estación se detuvo durante toda la noche.

Como es natural, la atención se centró en la sala de observación, desde donde podía verse la superficie de Tenebra. Pero nada ocurría. El robot, como era usual, estaba situado en medio de un círculo de fuego bastante desequilibrado con cuatro de los nativos a su alrededor… no de modo uniforme esa noche; tres de ellos se agrupaban en el lado noroeste mientras que el cuarto ocupaba las tres cuartas partes restantes del círculo. La razón se comprobaba fácilmente a los pocos minutos de observación; por cada hoguera que se apagaba en donde estaba el solitario, doce le seguían en el noroeste. Continuamente tenía que adelantarse alguien a reavivar uno o dos de los fuegos de ese lado. Ocasionalmente desaparecía uno de los fuegos del anillo interior —cuando una segunda gota caía muy pronto a través del espacio que había quedado sin protección por el efecto de la primera—. Sin embargo, no parecía haber ningún peligro real; ninguno de los nativos se había desvanecido ni sus formas de actuar mostraban alguna excitación.

Mientras Raeker había estado comiendo su ayudante hizo que uno de los pupilos midiera una distancia que él comparó con la longitud del robot y luego, al medir el tiempo que tardaba en pasar una gota por la distancia medida, calculé en casi dos millas por hora la velocidad del viento, lo que significaba todo un récord; la información se corrió entre los científicos, pero ninguno de ellos pudo explicar el fenómeno o aventurar sus probables efectos. Uno de los tripulantes, que se encontraba fuera de servicio, tras detenerse unos momentos en la puerta de la cámara de observación, hizo una pregunta sobre la materia.

—¿A qué distancia del mar está el campamento?

—A unas dos millas de la línea de la costa durante el día.

—¿Y por la noche?

—El mar alcanza el valle justamente debajo de esa colina.

—¿Y es ése margen suficiente?

—Por supuesto. La cantidad de lluvia no varía de un año a otro. La tierra se mueve, desde luego, pero no de una forma que no puedas saberlo.

—Si concedemos eso, ¿qué hará ese viento a la línea de la costa? Con el mar no mucho más denso que el aire, tal como está esta noche, yo diría que hasta con ese miserable huracán de dos millas por hora se puede conseguir una diferencia.

Raeker le miró con asombro en los ojos; luego observó a los que se encontraban en la sala. Sus caras demostraban que ese pensamiento no se les había ocurrido a ninguno de ellos, pero que la mayoría —sobre todo los más titulados para ello— sentían que así podía ser. Eso le ocurrió a Raeker, y cuanto más pensaba en ello más se preocupaba. Su expresión era clara para Rich, quien no había perdido un ápice de su sagacidad durante aquel mes de preocupaciones.

—¿No cree que será mejor hacerles retroceder mientras haya tiempo, doctor? —preguntó.

—No estoy seguro. No es posible mover todo el campamento con cuatro de ellos, y no me gustaría dejar algún material para que se lo llevase el mar. Después de todo, en esa colina se encuentran cincuenta pies por encima del nivel que alcanzó antes el mar.

—¿Y es eso mucho para ese mar?

—No lo sé, ni puedo decírselo —la expresión del rostro de Rich era difícil de interpretar; había pasado toda su vida dedicado a una profesión en la que había que aceptar las decisiones, fueran cuales fueran, y aceptar así mismo las consecuencias como algo necesario.

—Creo que tendrá que hacer algo —dijo—. Lo perderá todo si el mar les alcanza mientras están ahí.

—Sí, pero…

—¡No hay tiempo para peros! ¡Mire ahí! —era el mismo tripulante que había planteado la cuestión del viento que se desvió a la de los cambios. Sus ojos estaban fijos en la pantalla que mostraba el mar y Rich y Racker vieron lo que él había visto en la décima de segundo anterior a que ellos mirasen. Tenían razón.

Con horas de antelación a su tiempo acostumbrado, unas lenguas del mar se dejaban ver por los alrededores de las colinas del este. Durante un segundo nadie pronunció una palabra; luego Raeker procedió a destruir la imagen que el diplomático se había formado de él… la de un pensador lento, poco práctico, la de un indeciso «típico científico». Con la seguridad del proyecto y de sus pupilos en peligro, hizo los planes y los transmitió con rapidez.

—¡Nick! ¡Atención todos! Mirad un segundo al este y luego poneos a trabajar. Aseguraos de que todo el material escrito, los mapas especialmente, están bien envueltos y atados a la balsa. Atadlos firmemente, pero dejad suficiente cuerda para ataros a vosotros. Vosotros y los mapas tenéis prioridad, no lo olvidéis. Cuando éstos estén a salvo, haced lo que podáis para atar vuestras armas a la balsa o a vosotros mismos. ¡Rápido!

Nick hizo una pregunta; el retraso de la transmisión no permitía saber si había aprovechado o no el tiempo de observación.

—¿Y qué hacemos con el ganado? Sin ellos… —Raeker le interrumpió sin permitirle acabar.

—No te preocupes del ganado. Hay una gran diferencia entre lo que es agradable hacer y lo que se puede hacer. No pienses en otra cosa que en cuidar de vosotros, de los mapas y de las armas.

Los tres compañeros de Nick habían comenzado a actuar sin argumentar nada; la urgencia de la voz del profesor impulsó a Nick a seguir la orden, y en la sala de observación se produjo un tenso período de espera. Los observadores se sentaron sin atreverse a respirar mientras que la obra y el océano se enfrentaban…; un encuentro más mortal que el que ninguno de ellos había visto en la Tierra.

Raeker notó que las corrientes de ácido sulfúrico eran mucho más altas en el centro que en los bordes, como hilos de agua en un papel encerado, aunque todavía mostraban una superficie diferente; evidentemente, el mar ya se había diluido en gran parte por la lluvia. Eso significaba que no podía esperarse que la balsa flotara. Sus sacos llenos de aire eran casi la mitad de densos que el ácido; con ese material diluido su fuerza ascensional apenas podía tenerse en cuenta.

Casi se equivocó, como pudo descubrir. El agua ascendía por los alrededores de la colina apagando los fuegos casi de un solo golpe, y por un instante, al cubrir el campo de los ojos del robot, borró la imagen transmitida. Luego las pantallas se hicieron más claras y mostraron las fláccidas figuras de los cuatro nativos sobre una estructura que apenas rozaba lo que ahora era el fondo del océano. Se movía, pero sólo unas pulgadas cada vez; Racker, pesimista, mandó al robot que les siguiera.