Unos cuantos entusiastas continuaron mirando a través de los ojos del robot, en parte con la esperanza de que ocurriera algo y en parte por acompañar a Racker. El biólogo se había negado a abandonar la sala de observación; estaba seguro de que las cosas estaban llegando a una especie de clímax, pero no sabía de qué tipo. Durante la noche ese sentimiento se fue acrecentando… especialmente en los momentos en que veía u oía a alguno de los diplomáticos. Raeker estaba sufriendo de una repentina falta de autoconfianza; se preguntaba cómo podría enseñar a sus pupilos a hacer las reparaciones necesarias al batiscafo, en caso de que se dedicasen a escucharlo. Si no querían o no podían, no quería oír ni ver de nuevo a ninguno de los cancilleres; se había convencido a si mismo, bastante injustamente, de que sus propios argumentos habían hecho que perdieran la fe en él y que no se diesen más pasos hacia el rescate.
A pesar de que la tensión de la ansiedad le hacía dormirse breves momentos, aguantó toda la noche. La salida de la nave le distrajo unos minutos…; en un momento casi se convenció a si mismo de que debería ir en ella, pero el sentido común prevaleció. En el campamento ocurrieron varios accidentes, vistos a través de los ojos del robot, que le hicieron reír por diferentes circunstancias. Los cavernícolas todavía no estaban habituados a los fuegos y tenían extrañas ideas acerca de sus propiedades, usos y limitaciones. Varias veces, Nick, o algún otro de los nativos educados por los humanos, tuvieron que rescatar a alguien que se introducía despreocupadamente en la zona de aire muerto de una gota —que acababa de desaparecer para reavivar el fuego. Cuando descubrieron que una gota recién desaparecida— era como un lago evaporado en las primeras horas de la mañana, la mayoría de ellos esperaban mucho tiempo antes de aventurarse cerca de los fuegos extinguidos, de forma que el combustible se enfriaba mucho y la hoguera no se reavivaba con el mero contacto de una antorcha. Varios de ellos se preocuparon por el abastecimiento de combustible, que los del grupo experimentado consideraban suficiente, y trataron de persuadir a Swift para que organizase partidas de recogedores de leña. Por supuesto, Raeker no podía entender esas peticiones, pero oyó a un par de los suyos comentándolo con regocijo en sus voces. Ello le hizo sentirse algo mejor; si sus pupilos sentían eso acerca de los cavernícolas, quizá todavía seguían unidos a su profesor.
La mañana llegó por fin sin que ningún incidente serio se hubiera producido ni en el campamento ni en el batiscafo; en seguida, la colina en la que se encontraban dejó de ser una isla —había sido rodeada por la lluvia, pero no por el océano—, y el grupo se encaminó al lugar en el que esperaban encontrar el batiscafo. Ello significaba una marcha tan larga como la de la noche anterior, pues Swift y los suyos esperaban poco movimiento por parte de la nave encallada. Raeker no sabía si Easy había informado de algún movimiento; no había oído apenas su voz durante las últimas cuarenta y ocho horas.
Racker no estaba seguro de hasta qué punto se podía creer en las predicciones de los nativos ni de hasta qué punto él deseaba creerles. Si ellos demostraban tener razón, ello significaría mucho para los geofísicos pero ello significaba también que Easy tenía algún motivo para el optimismo del día; y Raeker no podía imaginar cómo ella esperaba que la máquina volara, o flotara o fuera transportada hasta un punto en el que la nave pudiera recogerla. Ello sólo era bueno si era un motivo sólido. En las pocas ocasiones en las que se había dormido sus sueños habían sido turbados por pesadillas que implicaban flotadores, volcanes y formas de vida marina cuyos contornos nunca eran muy claros.
No es necesario decir cómo se sintieron los geofísicos cuando se llegó al lugar en que se esperaba encontrar el batiscafo y éste no estaba presente. Zumbaron como un enjambre de abejas, lanzándose hipótesis los unos a los otros sin apenas dar tiempo a sus vecinos para que las escuchasen. Aminadabarlee se desmayó y constituyó una absorbente primera ayuda al problema durante varios minutos, hasta que se reanimó por sí mismo, pues ninguno de los hombres tenía la menor idea de lo que se podía hacer con él. Afortunadamente, la nave apareció al cuarto de hora de búsqueda exactamente en el mismo sitio en el que había estado la noche anterior, lo que facilitó las cosas para los padres, pero dejó a muchos seres humanos y a algunos tenebritas intentando buscar una explicación. El mar había estado allí, Easy lo había afirmado. Pero su capacidad de transporte había sido más reducida de lo esperado. Alguno de los científicos señaló que ello era obvio; al haberse alejado más de su cuenca usual, el mar se habría diluido mucho más con el agua. Esto le satisfizo a él y a alguno de sus amigos, pero Raeker se preguntaba cómo una disolución ligeramente mayor de algo que ya había sido casi H2O puro, tan puro como puede serlo el agua de Tenebra, podía producir esa diferencia. Se preguntó qué excusa estaría buscando Swift, pero no pudo descubrirla.
Tampoco pudo encontrar, excepto por meras conjeturas, la naturaleza del plan que estaba siendo ejecutado ante los ojos del robot.
Había salido un gran número de partidas de cazadores —a juzgar por su armamento—, acompañada cada una por uno de los pupilos de Fagin con su hacha. La balsa hacía viajes al batiscafo y Swift, acompañado de unos cuantos, examinaron su superficie con gran cuidado; Easy hablaba con ellos mientras esto sucedía, pero ni Raeker ni sus compañeros pudieron escuchar lo que ella decía. Los nativos estaban muy interesados en el área caliente que se encontraba en lo alto de la nave, dentro de cuya superficie los refrigeradores bombeaban hacia afuera las calorías que habían extraído de los cuartos habitados; comenzaron a escalar hasta la cima, por medio de cuerdas de nudos, para examinarla más de cerca. Esta actividad, como el aparato era de sección circular y no estaba flotando, hizo que la nave rodara hacia la balsa y que los escaladores cayeran precipitadamente. Uno de ellos cayó en el lago y perdió el conocimiento antes de poder agarrar los remos que le ofrecieron y tuvo que ser empujado toscamente hasta un lugar menos profundo por los compañeros que se encontraban en la balsa encima de él. Ello acercó más la balsa al robot y Raeker pudo oír que Nick le decía a Betsey:
—Esto ahorrará mucho tiempo. Si a los profesores que hay dentro no les importa, podemos hacer girar la cosa hasta aquí para trabajar en ella.
—Tendremos que hacerlo tanto si les importa como si no, si Swift tiene la idea —respondió—. Será mejor que les preguntemos en inglés primero.
—De acuerdo, regresemos allí —ambos deslizaron la balsa a la charca y remaron hacia la máquina encallada. Esta vez Raeker pudo saber de qué trataba la conversación, aunque no pudo oírla, y supo también cómo se desarrolló…; pudo ver a Easy asintiendo con la cabeza. A los pocos segundos un pensamiento le atemorizó y le hizo llamar al departamento de ingeniería.
—¿Girar el batiscafo como un rodillo le producirá algún daño? —preguntó sin preámbulos—. Los nativos están planeando sacarlo así de la charca.
Los hombres que se encontraban en el otro extremo intercambiaron miradas y se encogieron de hombros.