—¿Poblado? —de nuevo fue Jim el causante de la interrupción; Fagin no dijo nada.
—Es la única palabra que conozco para ello. No era como el nuestro; era un lugar que se encontraba al pie de un risco cortado cuyas paredes estaban cubiertas de agujeros. Algunos de ellos eran muy pequeños, como los agujeros causados por la disolución que podéis ver en cualquier piedra; otros eran mucho más grandes y la gente vivía en ellos. Yo estaba en uno de ellos. Quedaron muy sorprendidos al verme y trataron de hacerme muchas preguntas; pero no pude comprenderlas lo suficiente para darles una respuesta. Mi compañero de viaje habló con ellos y supongo que les diría cómo me encontró; su interés permaneció y muchos me rodeaban observando cualquier cosa que hiciera. La tarde ya estaba muy avanzada citando llegamos al risco y yo ya estaba buscando un lugar para acampar por la noche. No comprendí al principio que vivían en los agujeros de las rocas, y al descubrirlo no me encontré muy feliz. Noté que había más temblores allí que en los alrededores y ese risco me pareció horriblemente insalubre. Cuando el sol ya casi se había ocultado, decidí abandonarlos y acampar más abajo en una colina que había descubierto, pero entonces descubrí que no querían dejarme ir. Estaban dispuestos a golpearme para evitar que me fuera. Ya había aprendido algunas de sus palabras por aquel entonces y pude convencerles de que no estaba intentando irme para siempre y que sólo quería pasar la noche según mi costumbre. Había una sorprendente cantidad de leña por los alrededores y pude recoger la suficiente para una noche sin grandes problemas…, hasta algunos de los pequeños me ayudaron cuando vieron lo que trataba de hacer.
—¿Pequeños? ¿No eran todos del mismo tamaño? —preguntó Dorothy.
—No. Esa es una de las cosas curiosas que no he mencionado. Algunos de ellos no tenían más de un pie y medio de altura, mientras que otros son el doble de altos que nosotros… nueve pies o más. Empero, todos tienen nuestra misma forma. No encontré ninguna razón para ello. Uno de los más grandes parecía decirles casi siempre a los otros lo que tenían que hacer y descubrí que con los pequeños era más fácil de entenderse. Pero esto se sale de la historia. Cuando formaba los leños muchos me miraban, pero no parecían hacer lo propio; cuando los encendí se produjo el mayor grito de asombro que he oído en mi vida. No conocían nada acerca del fuego. Imagino que a eso se debía la abundancia de leña. Como es lógico, comenzó a llover. Resultó divertido verlos. Parecían tener mucho miedo a que la lluvia les cogiese fuera de sus agujeros, pero no querían perderse el espectáculo de los fuegos. Iban nerviosos de un lado para otro, pero acabaron por desaparecer gradualmente. Cuando ya se habían ido todos, algunos permanecieron distantes pava ver lo que los fuegos hacían a la lluvia. Ya no les volví a ver durante el resto de la noche. El agua no era muy profunda junto al risco y salieron por la mañana tan pronto como ésta se secó. Podría contar una larga historia del resto del tiempo que pasé con ellos, pero tendrá que esperar. Aprendí a hablar muy bien su lenguaje —la manera en que juntan la palabras tiene mucho sentido una vez que se comprende— y a conocerlos muy bien. Lo que ahora nos interesa es que estaban muy interesados en lo que yo supiera y ellos no, como el fuego, el cuidar animales y el cultivo de plantas como comida; querían saber cómo había aprendido esas cosas. Les hablé de ti, Fagin, y ése fue mi error. Hace unos días su profesor, o jefe, o como quieras llamarlo, vino a verme y me dijo que quería venir aquí y llevarte hasta el risco para que pudieras enseñarle las cosas que sabes a su pueblo. Ahora lo veo todo claro. Pensé que cuanta más gente conozca que puedan ayudar en las cosas que quieres que hagamos, mejor irá todo —se detuvo para dar a Fagin la oportunidad de contestar.
—Tienes razón —dijo la voz del robot tras el intervalo habitual—. ¿En qué te equivocaste, entonces?
—Creo que no expresé correctamente mi respuesta. Interpreté lo que me dijo como una petición y le respondí que estaba dispuesto a regresar a casa y preguntarte si querías ayudar a la gente de la cueva. El jefe, Swift —su nombre significa Veloz en sus palabras; todos sus nombres significan algo—, se puso furioso. Por lo visto siempre espera que todos hagan lo que él dice sin la menor duda. Me di cuenta de ello, pero fui muy lento en sacar una consecuencia práctica de mi conocimiento. De cualquier forma, no veo cómo podía esperar que tú cumplieras sus órdenes. Desgraciadamente, si lo esperaba; de mi respuesta sacó la conclusión de que probablemente tú y el resto de la tribu se negarían a su deseo. Cuando eso ocurre, su primer pensamiento es el uso de la fuerza y desde el momento de mi respuesta comenzó a planear el ataque a nuestro pueblo para llevarte con él, tanto si tú querías como si no. Me ordenó que le dijera cómo encontrar el pueblo, y cuando me negué a ello volvió a ponerse furioso. Yacía allí cerca el cuerpo de una cabra muerta que alguien había traído para comer, lo cogió y comenzó a hacerle cosas terribles con sus cuchillos. Al rato me habló de nuevo.
»Ya viste lo que he hecho con mis cuchillos —me dijo—. Si la cabra hubiera estado viva no hubiera muerto por las cuchilladas, pero habría sufrido mucho. Lo mismo te haré a ti mañana al amanecer a menos que guíes a mis luchadores hasta tu pueblo y tu profesor. Ya estamos muy cerca de la noche para que te escapes; tienes la noche para pensar en lo que te he dicho. Salimos mañana por la mañana hasta tu pueblo… o desearás que lo hagamos.
»Puso a mi lado a dos de sus luchadores más corpulentos hasta que comenzara la lluvia. A pesar de todo el tiempo que yo había estado allí nadie salía de las cuevas una vez que comenzaba a llover, así que me dejaron solo cuando encendí mis fuegos. Tardé mucho tiempo en decidir lo que tenía que hacer. Si ellos me asesinaban os encontrarían tarde o temprano y no estaríais sobre aviso; si iba con ellos todo iría bien, pero no me gustaban algunas de las cosas que Swift había estado diciendo. Parecía pensar que ninguno de nuestro pueblo debería quedar vivo una vez que te hubiera capturado. Eso parecía significar que yo iba a ser asesinado de todas formas, pero que si me mantenía en silencio sería el único. Entonces se me ocurrió viajar por la noche. Era más o menos lo mismo que ser asesinado, pero al menos moriría durmiendo… y había una pequeña posibilidad de conseguirlo. ¿Acaso no hay muchos animales que no tienen cuevas ni fuego y no despiertan tan pronto como algunos de los comedores de carne y todavía están vivos? En ese momento tuve una idea; se me ocurrió llevar fuego conmigo. A menudo llevamos un palo con el extremo encendido para distancias cortas cuando estamos encendiendo los fuegos nocturnos; ¿por qué no llevar un suministro de estacas y mantener una encendida todo el tiempo? Cabía la posibilidad de que el fuego no fuera lo suficientemente grande para proporcionar protección, pero merecía la pena el intentarlo. ¿Qué podía perder? Recogí todas las estacas que podía llevar conmigo, las apilé y esperé a que dos de mis tres fuegos fueran apagados por la lluvia. Luego cogí mis estacas, encendí el extremo de una en el fuego que quedaba y me marché tan rápido como pude. No sabía si ellos permanecían despiertos en sus cuevas —ya dije que el agua no les despertaba—, pero ahora sospecho que no lo estaban. De cualquier forma, nadie pareció notar mi marcha. El viajar por la noche no es tan malo como pensábamos. No es demasiado difícil esquivar las gotas de lluvia si se tiene suficiente luz para verlas venir y se pueden llevar suficientes estacas para alumbrarse durante mucho tiempo. Hice unas veinte millas, y habría hecho bastantes más de no ser por un estúpido error. No me acordé de reponer mi suministro de madera hasta que estaba utilizando mi última estaca, y entonces no encontré nada lo suficientemente largo en los alrededores que pudiera servirme. No conocía esa parte; me había dirigido al oeste en lugar de hacia el norte para engañar a la gente de las cuevas que hubiera podido verme marchar. En consecuencia, me ahogué en las gotas de lluvia un minuto después de que se hubiera acabado mi última estaca; ya debía ser bastante tarde, porque la atmósfera era irrespirable. Me había mantenido todo el tiempo en las tierras más altas y desperté por la mañana antes de que algún animal hubiera desayunado conmigo.