Nick se detuvo y, como todos los que estaban escuchando, excepto Fagin, buscó una posición más segura sobre sus piernas mientras la tierra se sacudía bajo sus pies.
—Hice una buena tirada hacia el oeste y luego fui dando rodeos por el norte hasta llegar de nuevo al este y regresar aquí. A cada minuto esperaba ser capturado, pues esa gente es maravillosa para cazar y rastrear. Todas las noches viajé unas cuantas horas en la oscuridad, pero me detenía a tiempo para encontrar madera y hacer fuegos permanentes. La lluvia ya no me cogió de nuevo y ellos no me capturaron. Antes o después encontrarán este pueblo y creo que debemos abandonarlo lo antes posible.
Durante un momento, tras el fin del relato de Nick, se produjo un silencio; luego todos empezaron a parlotear y a exponer sus propias ideas sin prestar mucha atención a la de su vecino. Poseían muchas de las características humanas. El ruido continuó durante varios minutos y sólo Nick permaneció en silencio esperando que Fagin hiciera algún comentario.
Finalmente, el robot habló.
—Estás en lo cierto cuando dices que los habitantes de las cuevas encontrarán este pueblo; probablemente ya saben dónde está. Habrían sido unos locos al capturarte cuando tenían razones para suponer que te estabas dirigiendo a casa. Sin embargo, no creo que ganemos nada con irnos; pueden seguirnos adonde quiera que vayamos. Ahora que conocen nuestra existencia tenemos que encontrarnos con ellos sin pérdida de tiempo. No quiero que luchéis con ellos. Os he cogido cariño y he pasado mucho tiempo educándoos, así que no quiero veros descuartizados. Nunca habéis luchado, eso es algo que no estoy calificado para enseñaros, y no tendríais ninguna oportunidad contra esa tribu. Por ello, Nick, quiero que tú y otro de vosotros vayáis a encontrarlos. Llegarán aquí siguiendo tu rastro, así que no tendréis problemas en encontrarlos. Cuando veas a Swift, dile que nos complace ir a su pueblo o el permitirle que venga al nuestro, y que le enseñaré a él y a los suyos todo lo que quieran. Si le dejas claro que yo no conozco su lenguaje y que él te necesitará para hablar conmigo, probablemente no tratará de heriros a ninguno.
—¿Cuándo partimos? ¿En seguida?
—Eso sería lo mejor, pero acabas de hacer un largo viaje y te mereces un descanso. Por otra parte, la mayor parte del día ya ha pasado y probablemente no se perderá mucho permitiéndote una noche de sueño antes de que te vayas. Sal mañana por la mañana.
—De acuerdo, profesor.
Nick no demostró la inquietud que le producía el tener que ver de nuevo a Swift. Había conocido al salvaje durante varias semanas; Fagin no lo conocía. Pero el profesor sabía mucho; le había enseñado todo lo que ahora sabía y durante toda una vida —al menos la vida de Nick— había sido la autoridad principal en el pueblo. Probablemente todo saldría tal como lo predijo Fagin.
Pero también podía ocurrir que los hombres que se encontraban tras el robot hubieran subestimado la capacidad de rastreo de los habitantes de las cavernas. Nick ni siquiera tuvo tiempo para dormir junto a su fuego tras encenderlo bajo la lluvia. Un grito de sorpresa de Nancy sonó cuatro fuegos a su izquierda; un segundo después vio al mismo Swift, flanqueado por una línea de sus más corpulentos luchadores que desapareció por el otro lado de la colina, subiendo silenciosamente la colina hacia él.
Capítulo 2 — Explicación; concatenación; recriminación.
—¿Qué hará ahora?
Racker ignoró la pregunta; aunque sabía que quien hablaba era importante, no tenía tiempo para una conversación casual. Tenía que actuar. Las pantallas de televisión de Fagin se alineaban en la pared a su alrededor y todos mostraban las multitudinarias formas de seres cónicos en forma de abeto que atacaban al pueblo. Tenía ante él un micrófono con el conmutador en posición cerrada para que la charla casual de la sala de control no alcanzara a los compañeros del robot; su dedo estaba suspendido sobre el conmutador, pero no lo tocó. No sabía qué decir.
Lo que le había dicho a Nick a través del robot era totalmente cierto; nada se ganaría luchando. Desgraciadamente, la lucha ya había empezado.
Incluso aunque Racker hubiera estado calificado para dar consejos sobre la pelea, ya era demasiado tarde; ya ni siquiera le era posible a un ser humano el distinguir a los atacantes de los defensores. Las lanzas surcaban el aire con velocidad ciega —con tal campo de gravedad las cosas no podían meramente sacudirse— y las hachas y cuchillos centelleaban a la luz de las fogatas.
—De todas formas es una buena competición —la misma voz aguda que había hecho la pregunta anterior se dejó oír de nuevo—. La luz del fuego parece más brillante que la del día.
El tono intrascendente puso furioso a Racker, para quien la difícil situación de sus amigos era algo importante; pero no fue por consideración a la identidad o importancia de quien había hablado que mantuvo sus nervios y no dijo nada desafortunado. Aunque sin intención, el espectador le había dado una idea. Su dedo cayó vertiginosamente sobre el botón del micrófono.
—¡Nick! ¿Puedes oírme?
—Sí, profesor —la voz de Nick no mostraba los terribles esfuerzos físicos a los que estaba sometido; su voz no estaba tan unida al aparato respiratorio como la de un ser humano.
—Muy bien. Abriros camino luchando hasta el cobertizo más cercano lo más rápidamente posible, todos vosotros. Poneos fuera de mi vista. Si no podéis alcanzar un cobertizo, poneos tras un montón de leña o algo parecido… en la otra parte de la colina si no encontráis nada mejor. Cuando todos lo hayáis conseguido, hacérmelo saber.
—Lo intentaremos —Nick no tuvo tiempo de decir nada más; los de la sala de control sólo podían mirar, aunque los dedos de Racker estaban suspendidos sobre otro juego de conmutadores del completo panel que tenía ante él.
—Uno de ellos lo está consiguiendo —esta vez Racker tuvo que responder.
—Hace dieciséis años que conozco a esa gente, pero ahora no puedo distinguirlos de los atacantes. ¿Cómo puede identificarlo?
Giró por un momento su vista desde la pantalla a los dos no humanos que se alzaban tras él.
—Los que atacan no tienen hachas, sólo cuchillos y lanzas —contestó con calma.
El hombre regresó precipitadamente a las pantallas. No estaba seguro de que otro tuviera razón; sólo podían verse tres o cuatro hachas y los que las llevaban no eran muy visibles en aquel torbellino de formas. No había notado la falta de hachas en las manos de los atacantes mientras subían la colina en los breves momentos en que fueron visibles para el robot antes de comenzar la batalla; pero no había razón para dudar que alguno más podía tenerlas. Deseó haber conocido mejor a Dromm y a su pueblo. No respondió al poco convincente comentario del gigante, pero desde entonces prestó atención a las hachas que centelleaban a la luz de la fogata. Parecían estar abriéndose camino hacia los cobertizos que bordeaban lo alto de la colina. No todos lo consiguieron; más de una de las herramientas que tan repentinamente se habían convertido en armas dejaron de moverse mientras los ojos del robot miraban.