Durante medio minuto, una figura armada y escamosa permaneció en una de las puertas de los cobertizos, haciendo frente al exterior y golpeando las crestas de todos los atacantes que se aproximaban demasiado. Otros tres, aparentemente heridos, se arrastraban hacia él por el impulso de poderosos brazos para refugiarse en el edificio; uno de ellos, agazapándose con dos lanzas y cubriendo de golpes bajos al hombre del hacha.
Luego otro defensor se colocó al lado del primero mientras los otros dos se retiraban al interior del cobertizo. Ninguno de los habitantes de las cavernas parecía ansioso por seguirlos.
—¿Estáis todos dentro, Nick? —preguntó Racker.
—Aquí estamos cinco. No sé nada de los otros. Creo que Alice y Tom están muertos; estaban cerca de mí al principio y hace tiempo que no les he visto.
—Llama a los que no estén contigo. Tengo que hacer algo muy pronto y no quiero herir a ninguno de vosotros.
—Ya deben estar a salvo o muertos. La lucha ha cesado; es mucho más fácil oírte de lo que era antes. Es mejor que lo hagas sin preocuparte de nosotros; creo que los de Swift se están dirigiendo hacia ti. Fuera de aquí sólo quedan dos; los otros están formando un amplio círculo en donde te vi por última vez. No te has movido, ¿no es cierto?
—No —admitió Racker—, y tienes razón en lo del círculo. Uno de los mayores de ellos se dirige hacia mí. Asegúrate de que todos estáis a cubierto… a ser posible en algún lugar en donde mi luz no os alcance. Os doy diez segundos.
—De acuerdo —respondió Nick—. Nos hemos metido bajo las mesas.
Racker contó lentamente hasta diez, mientras miraba en la pantalla a las criaturas que se aproximaban. Con el último número sus manos oprimieron una barra que actuaba sobre veinte conmutadores simultáneamente; como Nick lo describió más tarde, «el mundo se incendió».
Sólo eran los focos del robot, en desuso durante años pero todavía en funcionamiento. Les parecía imposible a los humanos que cualquiera que fuesen los órganos ópticos sensitivos capaces de funcionar con los pocos quanta de luz que alcanzaba el fondo de la atmósfera de Tenebra pudieran resistir tal resplandor; las luces habían sido diseñadas con la posibilidad de que pudieran traspasar el polvo o la niebla… eran mucho más poderosas de lo que en realidad necesitaban los receptores del robot.
De acuerdo con los cálculos de Racker, los atacantes serían cegados inmediatamente, pero en seguida se dio cuenta de que no ocurrió así.
Quedaron algo sorprendidos; detuvieron su avance por un momento y hablaron ruidosamente entre ellos; luego, el gigante que estaba al frente de todos dio unas zancadas hasta el robot, se inclinó y examinó una de las luces con detalle. Hacía ya tiempo que los hombres habían aprendido que los órganos de visión de Tenebra estaban relacionados de alguna forma con las crestas espinosas que había sobre sus cabezas, y ésta era la parte que el ser, que Racker sospechaba que era Swift, acercó a una de las delgadas aberturas por las que salía la corriente de luz.
El hombre suspiró y cerró las luces.
—Nick —llamó—, creo que mi idea no ha funcionado. ¿Puedes entrar en contacto con este camarada de Swift y tratar de solucionar el problema lingüístico? Creo que él debe estar tratando de hablarme ahora.
—Lo intentaré —la voz de Nick se oyó débilmente a través de los instrumentos de transmisión del robot; era un parloteo incomprensible que recorría a velocidad fantástica los tonos más altos y bajos de la escala. No había forma de saber quién había hablado y mucho menos de comprender lo que se estaba diciendo, por lo que Racker se arrellanó inquieto en su sillón.
—¿No podría usarse el equipo del robot para la lucha? —la voz aguada del drommiano interrumpió sus preocupaciones.
—Bajo otras circunstancias sería posible —contestó Racker— pero ahora estamos demasiado lejos. Ya habrá notado las pausas que se producían entre las preguntas y las respuestas cuando estaba hablando con Nick. Seguimos la órbita de Tenebra desde muy lejos y no podemos mantener la misma longitud; su día es como cuatro de la Tierra y eso nos aleja a ciento sesenta mil millas. Casi dos segundos de demora convierten al robot en un luchador muy ineficaz.
—Por supuesto. Debería haberme dado cuenta. Debo excusarme por hacerle perder el tiempo e interrumpirle en lo que debe ser una situación muy apurada.
Racker, haciendo un gran esfuerzo, separó su atención de la alejada escena y se volvió hacia los drommianos.
—Creo que soy yo el que debe excusarse —dijo—. Sabía que venían y el porqué. Ya que no podía hacerles los honores debería haber señalado a alguien para que se los hiciera. Mi única excusa es la emergencia del caso. Permítanme que me rehabilite ayudándoles ahora. Imagino que les gustará ver el Vindemiatrix.
—De ningún modo. No sería capaz de sacarle de esta habitación precisamente ahora. Además, la nave no tiene ningún interés en comparación con su fascinante proyecto sobre el planeta y puede explicárnoslo perfectamente desde aquí mientras esperamos la respuesta de su agente o de cualquier otro. Me doy cuenta de que su robot ya hace tiempo que está en el planeta. Probablemente a mi hijo le gustaría ver la nave, si hay alguien que pueda ser relevado de sus deberes.
—Por supuesto. No me di cuenta de que era su hijo; el mensaje que nos hablaba de su visita no lo mencionaba y supuse que era un ayudante.
—Es perfectamente lógico. Hijo, te presento al doctor Helven Raeker; doctor Raeker, éste es Aminadorneldo.
—Encantado de conocerle, señor —contestó el drommiano más joven.
—El placer es mío. Si espera un momento, un hombre viene para enseñarle el Vindemiatrix… a menos que prefiera quedarse aquí y unirse a la conversación con su padre y conmigo.
—Gracias, preferiría ver la nave.
Racker asintió y esperó en silencio durante unos segundos. Ya había pulsado el botón de llamada que atraería a un hombre de la tripulación a la sala de observación. Se preguntaba por qué el más joven venía con su padre; posiblemente se debía a algún propósito. Sería más fácil hablar sin él, pues era incapaz de distinguir a uno del otro y le resultaría embarazoso el equivocarse. Ambos eran gigantes desde el punto de vista humano; colocados sobre sus patas traseras —actitud muy inusual en ellos— alcanzarían los diez pies de altura. Su aspecto general era el de una comadreja… o más exactamente el de una nutria, pues los largos dedos en los que terminaban los cinco pares de miembros eran palmeados. Los miembros eran cortos y fuertes y las palmas de los dos primeros se reducían a un borde de membrana a lo largo de los dedos… una evolución perfectamente normal para seres anfibios inteligentes que vivían en un planeta en cuya superficie la gravedad era cuatro veces la de la Tierra. Ambos llevaban unos aparejos que sujetaban unos juegos de pequeños tanques de gas de los que salían unos tubos que se introducían en las esquinas de sus bocas; llevaban oxígeno a una presión parcial tres veces superior a la normal en los hombres. Carecían de pelo, pero en su piel había algo que daba un reflejo similar al de la piel de foca.
Se habían extendido por el suelo en una actitud relajada difícil de describir, levantando sus cabezas lo suficiente para ver las pantallas con claridad. Cuando se abrió la puerta y entró el tripulante, uno de ellos se puso de pie con un movimiento ondulante y una vez dadas las instrucciones, salió de la habitación detrás del hombre. Raeker notó que caminaba sobre los diez extremos, incluso sobre aquellos que habían sido modificados para permitirles coger los objetos, a pesar de que la «gravedad» centrífuga del Vindemiatrix lo hacía innecesario. Al fin y al cabo, la mayor parte de los hombres usan sus dos piernas en la Luna, aunque sería perfectamente posible utilizar sólo una. Raeker se quitó la idea de la cabeza y se dirigió al otro drommiano…, aunque siempre reservaba parte de su atención para las pantallas.