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Desafortunadamente se produjo un retraso en la visita del batiscafo. Cuando Raeker y el drommiano llegaron al hangar de la pequeña nave auxiliar del Vindemiatrix, lo encontraron vacío. La información del oficial de vigilancia de la nave, no del robot —ambas organizaciones carecían de conexión— les reveló que la nave auxiliar estaba siendo utilizada por el tripulante, a quien Raeker le había ordenado que acompañase a Aminadorneldo.

—El drommiano quería ver el batiscafo, al igual que Easy Rich.

—¿Qué quién?

—La hija del Canciller Rich. Excúseme usted, señor, pero los equipos de inspección política me parecen muy bien en tanto se dediquen a inspeccionar; pero cuando convierten el viaje en una excursión para sus hijos…

—Yo también traje a mi hijo —le dijo Aminadabarlee.

—Lo sé. Pero hay una diferencia entre alguien que tiene edad suficiente para cuidarse a sí mismo y un niño al que hay que separarle los dedos de los contactos de alta tensión… —el oficial dejó su voz en el aire e hizo un gesto con su cabeza. Era un ingeniero; Raeker sospechó que el grupo había descendido a la sala en donde se encontraba el equipo del motor, pero prefirió no preguntarlo.

—¿Sabe cuándo regresará la nave? —preguntó.

El ingeniero se encogió de hombros.

—No. Flanagan dejaba que la niña le guiase. Imagino que volverán cuando ella se haya cansado. Pero puede usted llamarle.

—Buena idea —Raeker se dirigió a la sala de comunicaciones del Vindemiatrix, se sentó en un sillón y pulsó la combinación correspondiente a la nave auxiliar. A los pocos segundos se iluminó una pantalla y en ella se vio el rostro de Flanagan, mecánico de segunda clase, quien hizo un gesto de reconocimiento al ver al biólogo.

—Hola, doctor. ¿Puedo ayudarle en algo?

—Queríamos saber cuándo regresaría. El canciller Aminadabarlee desea ver el batiscafo —la pausa de dos segundos, tiempo empleado por las ondas en llevar hasta la nave y volver el Vindemiatrix apenas fue notada por Raeker, quien ya estaba acostumbrado a ello; el drommiano mostró más impaciencia.

—Puedo regresar y recogerles cuando deseen; mis clientes están muy ocupados en el «escafo».

Racker se mostró sorprendido.

—¿Quién está con ellos?

—Estaba yo, pero no sabía mucho acerca del aparato y me prometieron no tocar nada.

—No me parece muy seguro. ¿Cuántos años tiene la niña? Unos doce, ¿no es cierto?

—Yo diría que sí. No la habría dejado sola, pero el drommiano estaba con ella y me dijo que él la cuidaría.

—A pesar de eso creo… —Racker no pudo terminar la frase, cuatro juegos de dedos largos palmeados y ásperos oprimieron sus hombros, apartándole y haciendo sitio a la lustrosa cabeza de Aminadabarlee. En la imagen aparecieron un par de ojos amarillo verdosos, y una voz, más profunda que la que Raeker había oído antes al drommiano, interrumpió el silencio.

—Es posible que conozca menos su lenguaje de lo que creía —fueron sus palabras—. ¿Debo entender que ha dejado dos niños solos en una nave en el espacio?

—No exactamente niños, señor —protestó Flanagan—. La niña ya tiene edad suficiente para mostrar un poco de sentido y su hijo no es ya un niño, es tan grande como usted.

—Alcanzamos nuestras condiciones físicas de adulto al año —le espetó el drommiano—. Mi hijo tiene cuatro años, que es el equivalente a un ser humano de siete. Estaba convencido de que los seres humanos eran una raza admirable, pero el hecho de que le hayan dado responsabilidades a un individuo tan estúpido como usted sugiere un conjunto de normas sociales tan deficientes que no es posible distinguirlas de las de los salvajes. Si le ocurre algo a mi hijo… —se detuvo; el rostro de Flanagan había desaparecido de la pantalla y se debía haber perdido las dos últimas frases de la reprimenda de Aminadabarlee; pero el drommiano no había terminado. Se volvió hacia Raeker, cuyo rostro estaba más pálido de lo normal, y prosiguió—. Me enferma pensar que a veces, durante mi estancia en la Tierra, he dejado a mi hijo a cargo de cuidadores humanos. Había supuesto que su raza era civilizada. Si esta estupidez alcanza su resultado más probable, la Tierra la pagará en todo lo que vale; ninguna nave tripulada por humanos aterrizará de nuevo en ningún planeta de la galaxia en el que se valoren los sentimientos de los drommianos. La historia de vuestra idiotez se prolongará en años luz y ninguna nave humana durará lo suficiente para entrar en los cielos drommianos. La humanidad se habrá ganado el desprecio de todas las razas civilizadas en…

Un sonido le detuvo, pero no eran palabras. Un fuerte golpe sonó en el altavoz y un gran número de objetos se hicieron visibles en la pantalla saltando con fuerza contra la pared cercana. La golpearon suavemente y rebotaron, pero sin obedecer las leyes de la reflexión. Todas rebotaban en la misma dirección… en la dirección que Raeker reconoció, con un sentimiento de angustia, como la de la compuerta de aire de la nave. Un libro pasó volando por la pantalla en la misma dirección y chocó con un objeto metálico que flotaba más lentamente.

Pero esta colisión no pudo ser oída. Ningún sonido salía ya del altavoz; la nave estaba en silencio, con el silencio de la falta de aire.

Capítulo 3 — Meditación; transporte; emigración.

Nick Chopper se encontraba junto a la puerta del cobertizo y pensaba con furia. Tras él, los siete supervivientes del ataque yacían con diferentes grados de imposibilidades. Nick mismo no había salido totalmente indemne pero todavía era capaz de caminar… y, si era necesario, de luchar, se dijo a sí mismo con tristeza. Todos los demás, a excepción de Jim y Nancy, estarían imposibilitados por lo menos durante unos días.

Suponía que Fagin había tenido razón al ser tan complaciente con Swift; por lo menos así el salvaje había cumplido su palabra de dejar que Nick recogiese y cuidase a sus amigos heridos. Sin embargo, cada vez que Nick pensaba en el ataque, o en Swift, sentía reanudarse en él el deseo de guerra. Le hubiera gustado quitarle una a una las escamas a Swift y usarlas para cubrir un cobertizo a la vista de él.

No estaba rumiando pensamientos; estaba pensando realmente. Por primera vez en muchos años estaba valorando una decisión de Fagin. Le parecía ridículo que el profesor pudiera escapar del poblado de las cuevas sin ayuda; no había podido luchar contra la gente de Swift durante el ataque, y si tenía algunos poderes para ello que Nick no conocía, había sido el momento de usarlos. De nada valía que se fuera por la noche; sería rastreado y apresado nada más empezar el día.

¿Pero qué podían hacerle en realidad los habitantes de las cuevas a Fagin? El duro material blanco con el que estaba cubierto el profesor —o del que estaba hecho, pues eso no lo sabía Nick—, podía estar a prueba de cuchillos y lanzas; este punto no se le había ocurrido nunca pensarlo ni a Nick ni a sus amigos. Podía ser ésa la razón por la que Fagin se estaba comportando con tanta docilidad ahora que su pueblo podía ser herido; podía ser que planease actuar con más efectividad cuando estuviera solo.

Le gustaría hablar de ello con el profesor sin la interferencia de Swift. Por supuesto, de nada le servía al jefe escucharles, pues no podía entenderles, pero sabría que estaban conferenciando y estaría preparado para bloquear cualquier actividad planeada. Si fuera factible alejar a Swift del campo de escucha…, pero si eso fuera posible ya no habría problema. El núcleo del problema era que Swift no podía ser alejado.

Ya era de noche y estaba lloviendo. Los invasores, de momento, estaban protegidos por los fuegos del poblado. Sin embargo, reflexionó Nick, nadie cuidaba los fuegos. Miró hacia arriba, a las gotas de treinta a cincuenta pies que brotaban sin cesar del cielo negro; siguió a una de ellas hasta un punto situado a unas trescientas yardas por encima de su cabeza. Allí desapareció atrapada por la corriente ascendente formada por las hogueras. En el poblado de Fagin no causaban ningún problema las gotas que caían verticalmente.