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Cuando consiguió dejarlo lo más seco posible, colocó más ropa sobre su pecho y sus hombros. Finalmente se acostó a su lado, se acurrucó bajo todas aquellas prendas contra él, lo rodeó con los brazos y por último puso otra camisa sobre sus cabezas para que el aire que respiraran fuera más cálido. La camisa no impedía completamente que la luz pasara, pero el efecto era como estar en una cueva. Casi de inmediato pudo notar cómo su respiración conseguía calentar el aire contra su rostro y ese hecho tan simple la llenó de tal regocijo que podría haber llorado de alivio.

Sentía al piloto frío como el hielo contra ella. Necesitaba beber algo caliente o comer algo dulce que le ayudara a combatir el frío y la conmoción. Se dio cuenta de que todavía no era capaz de pensar con claridad, porque aunque no tenía nada de beber, había puesto un montón de chocolatinas y chicles en una de las maletas, evidentemente la que no había abierto. Debería haberlo pensado y haberse tomado unos minutos para buscarlos.

El temblor de ella estaba disminuyendo, pero él no se estremecía en absoluto. Eso no podía ser bueno.

– Eh, Justice -dijo-. Manténgase despierto. Hábleme. Dígame si puede sentir el calor que intento transmitirle.

Durante un largo instante no contestó, por lo que temió que hubiera perdido la consciencia de nuevo, pero finalmente dijo:

– No.

Quizá llevaba demasiada ropa puesta para que el calor de su cuerpo pasara al de él. Retorciéndose bajo todo aquel montón de prendas, se quitó el chaleco y lo puso sobre él, la primera capa sobre su cuerpo. Sintió más frío sin el chaleco, pero se acurrucó lo suficientemente cerca para quedar parcialmente cubierta por él también. El plumón había absorbido algo de su calor corporal, porque lo podía notar contra sus manos heladas.

– Siento eso -murmuró él con un tono somnoliento.

– Bien. Tiene que permanecer despierto, así que siga hablándome. Si no puede pensar en algo interesante que decir, limítese a emitir algún gruñido de vez en cuando para que yo sepa que todavía está consciente. -Empezó a frotar su pecho, sus hombros y sus brazos con la mano izquierda, tratando de estimular su circulación-. Hay algunas chocolatinas en una de mis maletas. Cuando haya entrado un poco en calor, iré a buscarlas y le daré algo de azúcar; eso le hará sentirse mejor. -Hizo una pausa-. Ahora diga algo.

– Algo.

– Muy gracioso.

A pesar de que aquella palabra fue pronunciada lentamente y con voz débil, provocó un estremecimiento en el corazón de Bailey. Si todavía era capaz de bromear, quizá no estuviera tan grave como ella temía.

***

Cam oía hablar a la señora Wingate. Sentía como si su mente estuviera dividida en dos y parte de él se alejara a la deriva en la niebla, ligada únicamente a los ruegos ocasionales de ella para que hablara. En un nivel mucho más cercano era también consciente de su sufrimiento físico; sentía tanto frío que tenía una apreciación del mundo completamente nueva. ¿Por qué no podían ambas partes cambiar de lugar y la conciencia física flotar allí fuera, en el éter? Lo único que no quería que ocurriera, ahora mismo, era que las dos se fusionaran, pero, al mismo tiempo, sabía que no podía abandonarse.

Oír su voz le daba algo en lo que concentrarse, le ayudaba a evitar flotar hacia la oscuridad. Sabía que estaba herido e incluso sabía por qué, aunque no estaba muy seguro del cómo. Había hecho un aterrizaje forzoso, evidentemente con éxito, puesto que los dos estaban vivos. Recordaba que el motor se había detenido inexplicablemente y que había tratado de llevar el avión a la línea de árboles para que la vegetación ayudara a amortiguar el impacto. Eso era todo; nada sobre el mismo golpe. Su siguiente recuerdo había sido notar su cabeza como si alguien la hubiera golpeado con un bate de béisbol -demonios, así sentía todo su cuerpo- y que nada tenía sentido excepto la señora Wingate llamándolo por su nombre.

Tenía que concentrarse con todas sus fuerzas para aferrarse al hilo de lo que decía, y a veces sus pensamientos iban a la deriva y perdía contacto, para ser traído de vuelta por una pregunta aguda o un golpe de dolor. A veces cada palabra era clara como el agua; otras sólo oía sonidos que probablemente significaban algo, pero él no era capaz de descifrarlo. No había una línea clara de separación entre lo que era real y lo que no lo era, y él flotaba en esa tierra de nadie.

Ahora ella estaba tocándolo. Eso al menos era real, porque podía sentirla. Le invadió una vaga y sorprendente sensación: no quería hablar con él, pero lo tocaba. Extraño. Lo había tapado con algo, no sabía con qué, pero lo notaba agradable y pesado. Después se había acostado a su lado, lo había rodeado con sus brazos y había empezado a frotar enérgicamente su pecho y sus hombros. Una débil sensación de tibieza empezó a filtrarse hacia su interior.

Aquella calidez, aunque débil, le resultaba muy agradable. Y lo mismo sucedía con el pecho de ella contra su brazo, lo que, según se imaginaba, probaba que, incluso estando medio muerto, un hombre era aún un hombre, y un pecho, cualquier pecho, siempre era digno de atención. Empujado por el bienestar que le producía aquel pecho y la sensación de calidez, empezó a deslizarse hacia el sueño.

Pero su placidez se hizo añicos cuando todo su cuerpo se tensó de repente y se estremeció. Había sentido frío antes, castañeteo de dientes, escalofríos… Pero jamás había experimentado nada como esto. Los temblores recorrían todo su cuerpo, agarrotándole todos los músculos, provocando el crujido de los huesos. Temblaba tanto que pensó que se le podían romper los dientes y los apretó. La señora Wingate lo abrazó con más fuerza, murmurando algo que no pudo entender. Transcurridos unos minutos el temblor convulsivo cesó y, exhausto, sintió que los músculos se aflojaban.

Aún no se había relajado del todo, cuando le acometió otro espasmo.

No supo cuánto tiempo duraron los insoportables espasmos, sólo que suponían un gran sufrimiento y que se sentía incapaz de controlarlos. Ella permaneció a su lado todo el tiempo, sujetándolo, acariciándolo, hablándole. Él se aferraba al sonido de su voz como si fuera un salvavidas, aunque la mayor parte del tiempo no podía entender lo que estaba diciendo, pero mientras pudiera oírla, eso significaba que no estaba muerto. Su cuerpo estaba tratando de matarlo, pero al demonio con ello. A la mierda la muerte. No tenía la intención de claudicar, aunque estaba tan agotado que rendirse sería más fácil que seguir luchando.

Sólo quería descansar un rato. Dormir. Pero incluso durante los breves periodos en que el temblor cesaba y en que se podía relajar no conseguía adormilarse, porque ella continuaba hablando. A partir de aquel momento su cerebro se conectó de nuevo y las palabras volvieron a adquirir significado.

– … Bien -estaba diciendo ella-, está tiritando, y eso es bueno.

¿Tiritando? ¿Llamaba tiritar a esos brutales espasmos que le bloqueaban los músculos?

En un momento de claridad se las arregló para decir:

– Mierda.

Oyó un sonido bajo que era casi una risa. ¿La señora Wingate riéndose? Quizá había empezado a alucinar.

– No, es bueno -insistió ella-. Es su cuerpo que está generando calor. Sé que siento más calor ahora. Incluso mis pies ya no están tan helados.

Él hizo un laborioso inventario mental de su cuerpo. Quizá ella tuviera razón. No podía decir que estuviera asándose, pero definitivamente había entrado algo en calor. Trató de abrir los ojos, pero estaban pegados. Lentamente, haciendo acopio de hasta el más mínimo resto de capacidad de concentración y fuerza que reservaba para cada movimiento, levantó la mano derecha hacia la cara.

– ¿Qué está haciendo?

– Ojos… trato de abrir los ojos. -Tanteando torpemente sus párpados pudo notar una gruesa costra bajo sus dedos-. ¿Qué es… esta basura?