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– Sangre seca. Supongo que tiene los párpados pegados -respondió ella con naturalidad-. Está hecho una pena. Cuando haya entrado un poco más en calor y le haya dado un poco de chocolate, le limpiaré la cara para despegarle los párpados. Después veré si puedo ponerle unos puntos, aunque le advierto que los resultados no serán precisamente una obra de arte.

¿Puntos? Sí, ahora recordaba. Tenía un corte en la cabeza. En el botiquín de primeros auxilios había suturas y él le había pedido que lo cosiera.

No quería esperar a que ella le limpiara la cara; quería ver ahora. Quería levantarse y evaluar la situación por sí mismo. Necesitaba saber los daños que había sufrido el avión. Quizá todavía pudiera enviar un mensaje por radio.

Otro estremecimiento lo sacudió. El intervalo esta vez había sido más largo, pero el espasmo resultó igualmente intenso. Ella lo sujetó firmemente, como si con ello pudiera calmar el temblor. No funcionó, pero él agradeció el esfuerzo.

Cuando el espasmo cesó y pudo relajarse de nuevo, estaba tan cansado que renunció a la idea de levantarse y examinar nada. Lo único que quería era quedarse allí acostado. Además, pensó vagamente que si se levantaba no podría sentir de nuevo sus pechos contra él, y eso le estaba gustando de verdad. De acuerdo, era un perro. Le gustaban los pechos. Que le tiraran un hueso y lo llamaran Fido.

Se le ocurrió, con su confusa forma de pensar, que podría notar sus pechos mejor aún si estuvieran acostados cara a cara.

– ¿Qué está haciendo? -Sonaba un poco asustada, o quizá molesta-. Si se quita esa ropa después del trabajo que me ha costado taparlo, le dejaré con el culo en la nieve para que se congele.

Estaba enfada. Sin duda.

– Acerqúese -murmuró él. Estaba tratando de levantar el brazo izquierdo para poder rodar sobre el costado, y así mirarla de frente, pero ella estaba acostada contra su brazo y él no podía arreglárselas para apartarse primero de ella, después levantar el brazo y luego rodar sobre el costado.

– Bueno. Pero quédese quieto. Déjeme hacerlo a mí.

Se movió un poco, empujando y retorciéndose, después levantó el brazo izquierdo de él y se deslizó debajo de su cuerpo, apretándose contra su costado. Poco faltó para que a Cam se le escapara un suspiro de placer, porque ahora podía notar esos dos montículos suaves y firmes. Ella colocó un brazo sobre su estómago y lo abrazó con más firmeza.

– ¿Mejor?

No se podía imaginar cuánto. Soltó un sonido gutural. Que lo interpretara como quisiera.

– Supongo que así está más caliente. Dentro de unos minutos me levanto y me pongo a trabajar. Si me quedo más tiempo aquí podría dormirme, y eso no sería bueno. Tengo muchas cosas que hacer, pero debo hacerlas despacio o la altitud podrá conmigo.

Quería preguntar qué era lo que tenía que hacer, pero sentía sueño y estaba muy cansado, y notaba mucho más calor -se encontraba casi a gusto, de hecho-, tanto que permanecer despierto se estaba volviendo casi imposible. Emitió otro sonido, y ella pareció satisfecha. La señora Wingate continuaba hablando, pero él dejó de prestar atención y se quedó dormido.

Capítulo 8

Con cuidado, Bailey salió a gatas de debajo del enorme montón de ropa. Justice se había dormido, y aunque pensaba que debía mantenerlo despierto por la herida en la cabeza, también creía que el sueño podría ser lo mejor para él. Debía de haberse quedado agotado tras las convulsiones y la tiritona.

Ella también se sentía mejor. Tenía los pies fríos todavía, pero en general había entrado en calor, aunque echaba de menos el chaleco de plumas que ahora cubría al piloto. Para compensar su pérdida, cogió una tercera camisa del montón y se la puso.

Acostarse un rato había contribuido a mitigar su dolor de cabeza y sus náuseas. Si tenía cuidado y no olvidaba moverse lentamente, quizá la altura no le afectara tanto.

Aunque ya sabía lo que iba a ver, se tomó un momento para mirar a su alrededor de nuevo, a las inmensas montañas con los blancos picos alzándose frente a ella. Si no hubiera sido por Justice, se habrían estrellado contra esas extensiones desnudas de roca dentada, con escasaso más bien ninguna posibilidad de supervivencia. Una vez más sintió la inmensidad de la tierra salvaje que los rodeaba y una aplastante sensación de soledad.

Se detuvo a escuchar buscando el sonido característico de un helicóptero o el zumbido distante de un avión, buscó el humo que pudiera señalar un campamento, pero… no había nada. ¿No deberían estar ya buscándolos a esas alturas? Justice había lanzado una llamada de socorro, seguramente alguien la había oído y había avisado a la FAA, la Administración Federal de Aviación o a cualquier otra institución. Por ella, como si habían alertado a la Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Animales, con tal de que alguien los estuviera buscando.

El silencio total la ponía nerviosa. No esperaba pitidos de coches o bengalas sobre su cabeza, pero cualquier indicio de que había otros seres humanos en el planeta le habría parecido una bendición.

La ausencia de sonido y movimiento, de cualquier actividad que le diera una pizca de esperanza, sólo reforzaba su profunda sensación de aislamiento. ¿Cómo sobrevivirían a la noche allí arriba, sin agua y sin posibilidad de hacer fuego?

Pues haciendo lo que había hecho hasta entonces. Tenía una tonelada de ropa que podían usar para abrigarse, un poco de comida y había también nieve. Tenía asimismo la navaja de Justice.

Ah, mierda. ¿Dónde estaba la navaja?

Todavía en su bolsillo, pensó aliviada. Con ella podía arreglárselas para improvisar una especie de refugio para los dos, suficiente al menos para protegerlos del viento. Lo primero en su lista de tareas, sin embargo, era dar de comer al piloto.

Subió otra vez al avión, terminó de sacar toda su ropa de las maletas y separó las chocolatinas cuando finalmente las encontró, así como los paquetes de toallitas que había metido. Cuando sus maletas quedaron vacías y las bolsas de basura repletas con sus pertenencias estuvieron en el suelo, doblando las tapas hacia atrás tuvo suficiente espacio para arrastrarlas sobre los respaldos de los asientos. Las maletas podían tener alguna utilidad, ya se le ocurriría más tarde a qué destinarlas.

Se dirigió de nuevo a donde estaba Justice, se arrodilló a su lado y examinó concienzudamente el contenido del botiquín. Además de la manta había tijeras, que serían de gran utilidad; montones de gasas y vendas adhesivas; un rollo de esparadrapo; algodón y bastoncillos; un tubo de pomada bactericida; toallitas de alcohol y yodo; toallitas antisépticas; guantes de plástico; analgésicos y -qué alegría- suturas. Había también otras cosas, como tablillas para dedos y una linterna con autonomía para doce horas, pero su preocupación inmediata era que el equipo contuviera lo básico para curar el profundo corte de la cabeza de Justice. Y, afortunadamente, así era. Eso significaba que no tenía excusa para acobardarse. Para sellar más su destino, había también una guía de primeros auxilios.

Hojeó la guía buscando instrucciones para poner puntos. Las había, completas y con ilustraciones. Desafortunadamente la primera línea decía: «Enjuague la herida minuciosamente con agua durante cinco minutos, luego lávela suavemente con jabón».

Sí, claro; ni siquiera tenía agua para limpiarla, mucho menos para hacerlo «minuciosamente». Tendría que hacerlo lo mejor que pudiera y rezar para que no hubiera suciedad en el corte.

Un momento. ¡Tenía colutorio bucal!

Rápidamente abrió la bolsa de basura que contenía sus productos de aseo y sacó el neceser en el que había puesto su champú y su colutorio. Lo sacó, le dio la vuelta y leyó su composición, aunque no sacó nada en claro, porque no entendía nada de química. En la parte delantera, sin embargo, decía que mataba los gérmenes. Era líquido, mataba los gérmenes y había casi medio litro.