También tenía la bolsa de plástico en la mano. Rápidamente llenó la bolsa de nieve, la cerró y la puso encima de una piedra. Si tenía suerte, mientras revisaba la herida de Justice el sol calentaría la piedra lo suficiente para derretir la nieve y tendrían agua. No mucha, la verdad, pero cualquier cantidad era imprescindible.
Con todo lo que necesitaba extendido sobre una de las bolsas de basura, estaba a punto de despertar a Justice cuando cayó en la cuenta de que él probablemente también tendría colutorio. Buscó su maletín, abrió la cremallera y encontró sus útiles de afeitar encima de una única muda y ropa interior, tal y como había esperado. El neceser tenía dos cremalleras; abrió la de la izquierda y encontró un cepillo de pelo, un bote de champú de tamaño de viaje y una docena de condones. «Hombres». El lado derecho tenía un cepillo de dientes, un tubo de pasta minúsculo, una maquinilla desechable y un pequeño frasco de colutorio.
– Maldita sea -dijo suspirando. Ya había usado el colutorio al menos una vez; no era mucho y ya había gastado la mitad. Un poco más no iba a suponer ninguna diferencia, así que dejó el frasquito en su sitio, cerró la cremallera del neceser y volvió a colocarlo en su maletín.
Tendría que trabajar con lo que tenía. Esperaba que aquello fuera suficiente para evitar una infección aguda.
No obstante, lo primero de todo era hacerle tomar algo de azúcar. Después, suponía que probablemente le vendrían bien un par de analgésicos preventivos.
Apartó cuidadosamente la camisa que le cubría la cara; aunque sabía cuál era su aspecto, enfrentarse a la realidad casi le hizo dar un respingo. Tenía el rostro cubierto de sangre seca, apelmazada en sus ojos, en sus fosas nasales, en las comisuras de la boca. Peor aún, se le estaba inflamando la frente y abriéndosele los bordes de la herida. No había previsto la hinchazón e hizo una mueca de dolor ante la idea de coserlo en aquel momento. Pero con toda probabilidad la inflamación empeoraría, así que esperar tampoco era una buena opción.
– Justice -dijo mientras metía una mano bajo el montón de ropa para tocarlo-, despierte. Es la hora de la función.
Él cogió aire, una respiración rápida y profunda.
– Estoy despierto.
Su voz era más fuerte, así que quizá había hecho la elección correcta al hacerle entrar en calor antes de intentar curar la herida.
– Tengo una chocolatina aquí. Quiero que coma un par de bocados, ¿de acuerdo? Dentro de poco, si tenemos suerte, podremos beber un trago o dos de agua cada uno. Después quiero que tome dos pastillas de ibuprofeno. ¿Es capaz de tragárselas sin agua? Si no puede, le pongo un poco de nieve en la boca, pero no podemos comer mucha nieve porque hará descender la temperatura de nuestro cuerpo. Ah, pensándolo bien, quizá debería tomar el ibuprofeno primero, para que empiece a actuar.
– Lo intentaré.
Abrió la caja que contenía dos pastillas de ibuprofeno genérico y deslizó una entre sus labios. Vio que su mandíbula se movía un poco mientras introducía la pildora, producía un poco de saliva y tragaba. Le dio la otra; él repitió el proceso.
– Misión cumplida -dijo finalmente.
– Bien. Ahora a por la comida. -Rasgó el envoltorio de la chocolatina, partió un trozo y se lo acercó a los labios. Obedientemente él abrió la boca y empezó a masticar.
– Snickers -dijo, identificando el sabor.
– Eso es. Normalmente como chocolate solo, pero pensé que los cacahuetes eran una buena idea, por las proteínas, así que traje Snickers. Inteligente, ¿no cree?
– En mi caso funciona.
Esperó un minuto para ver si el chocolate le sentaba mal. Para ella, aquél era un terreno desconocido y no sabía si él iba a empezar a vomitar o no. Sabía que cuando se va a donar sangre a la Cruz Roja después te suelen dar algo de beber para ayudar a reemplazar el líquido perdido y unas galletas para combatir la debilidad. Con los Snickers se imaginó que tenía la mitad del problema resuelto.
Después de unos minutos le dio otro pedazo de chocolate.
– Desearía tener algo para anestesiar su cuero cabelludo y su frente -murmuró-. Incluso un gel de dentición para bebés sería mejor que nada, pero el botiquín de primeros auxilios no parece estar preparado para bebés.
Él masticó, tragó y dijo:
– Hielo.
El botiquín, de hecho, tenía uno de esos paquetes de hielo instantáneo, pero ella dudaba si debía usarlo.
– No sé. Si no estuviera ya un poco conmocionado, si el frío no fuera ya un problema, no me preocuparía. Pero un paquete de hielo sobre su cabeza le destemplará todo el cuerpo, y no quiero que eso ocurra. -Se mordió el labio un momento, pensando-. Por otra parte, el dolor causa también una conmoción en el organismo. Si el efecto va a ser el mismo, ¿por qué hacerle sufrir?
– Voto por disminuir el dolor.
Sacó el paquete de hielo del botiquín, leyó las instrucciones y empezó a apretar el tubo de plástico. El paquete no era lo suficientemente grande para cubrir todo el corte, pero si lo colocaba bien podía tapar la mayor parte de la hinchazón y el cuero cabelludo en la parte en la que la laceración era más profunda. Cuando el paquete estuvo tan frío que casi no podía soportar agarrarlo, cortó algo de venda del rollo y cubrió la herida con una sola capa; después colocó delicadamente el paquete de hielo sobre la venda.
Él soltó un resoplido al sentir el frío. Bailey imaginó que el dolor se había vuelto insoportable, pero él no se quejó.-Mientras esto hace efecto, voy a lavarle algo de esa sangre seca. Apuesto que le gustaría abrir los ojos, ¿eh?
Continuó haciendo comentarios mientras abría un paquete de sus toallitas de aloe, sacaba una y se ponía a manipular alrededor de los ojos de él. Descubrió que la sangre seca no era fácil de quitar. Una toalla, que era más áspera, habría funcionado mejor. La sangre estaba apelmazada en sus cejas y pestañas, dos zonas donde no podía restregar; no quería provocar que el corte empezara a sangrar otra vez, así que tenía que actuar con delicadeza alrededor de las cejas, y no podía restregar en torno a sus ojos aunque allí no hubiese corte alguno. Así que limpió hacia fuera y cuando la toallita estuvo completamente roja la tiró y cogió otra limpia.
Cuando se giró de nuevo hacia él, con la toallita limpia en la mano, sus ojos estaban entreabiertos y la estaba mirando. El color gris pálido azulado de sus pupilas era asombroso en contraste con lo oscuro de sus pestañas.
– Bueno, hola. Cuánto tiempo sin vernos -dijo.
Esbozó otra de sus débiles sonrisas. Lentamente, como si le doliera mover incluso los párpados, miró a su alrededor todo lo que pudo en aquella postura y sin girar nada la cabeza. Cuando alejó su mirada de ella y vio el avión destrozado, abrió un poco más los ojos.
– Santo cielo -exclamó.
– Sí, ya lo sé. -Ella estaba de acuerdo con esa opinión. El hecho de que estuvieran vivos y de una pieza, aunque no completamente ilesos, era un auténtico milagro si se tenía en cuenta el impacto que había sufrido el aparato. Bailey trataba de controlar la situación sin abarcar la totalidad de los hechos, concentrándose en los detalles necesarios para la supervivencia y en las tareas que le esperaban. Los detalles, por definición, eran cosas pequeñas, y era mejor tratarlos de uno en uno.
Gradualmente, fue limpiando hacia abajo su cara, por detrás y dentro de las orejas, su cuello, los hombros y el pecho. Incluso sus brazos y sus manos estaban ensangrentados. Lo mantenía lo más tapado posible, descubriendo una parte cada vez y volviendo a taparla en cuanto la limpiaba. Sus pantalones también estaban ensangrentados, pero pensó que podían esperar hasta que él se las arreglara por sí mismo. La primera capa de ropa que había puesto sobre él estaba ya manchada; la sangre se había secado y no podía hacer nada al respecto. Pero necesitaba limpiarle los pies y ponerle calcetines secos para evitar la congelación.