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Se movió hacia abajo hasta el fondo del montón, dobló la ropa hacia atrás, le quitó los zapatos y los calcetines ensangrentados y le limpió y le secó los pies tan rápidamente como le fue posible. Limpios de las manchas rojizas, estaban blancos por el frío. Preparándose para el escalofrío, se levantó los faldones de las múltiples camisas que llevaba puestas y se inclinó hacia delante para que los pies de él se apoyaran en su estómago. Estaban tan fríos que se estremeció al contacto, pero no se retiró. Empezó a frotarle los dedos a través de su ropa.

– ¿Puede sentir esto?

– Sí, claro. -Había una nota profunda en su voz, una especie de ronroneo sutil; sonaba como un tigre recibiendo un masaje.Tardó un segundo en darse cuenta de que sus fríos dedos estaban apoyados contra sus senos desnudos. No había forma de remediarlo porque sus pies eran grandes, probablemente de la talla cuarenta y cinco o incluso más, y ella no podía apartarse, así que, lógicamente, los dedos tendrían que descansar en sus pechos. Le dio una palmada en la pierna.

– Compórtese -dijo con dureza- o dejaré que se congele.

– No lleva sujetador -observó él, en lugar de responder a lo que ella había dicho, o quizá ésa era su respuesta, como si el hecho de que no llevara sujetador fuera suficiente excusa para que él estuviera retorciendo un poco los dedos.

– Me mojé cuando lo arrastré fuera del avión a través de la nieve, así que me lo quité. -Mantuvo el tono severo.

Él dedujo que ella estaba sin sujetador sólo por lo que había hecho para rescatarlo, e hizo una ligera mueca.

– Bueno, bueno. Pero, maldición, tetas desnudas. No puede culparme.

– ¿Quiere apostar? -Se le ocurrió que el frío y huraño capitán Justice no le hablaría de semejante forma en condiciones normales, y que aquellas palabras eran producto de la conmoción, el mareo y el dolor. No se lo imaginaba actuando con picardía y hablando francamente, pero desde el momento en que había recuperado la consciencia, su lenguaje había sido tan coloquial como si estuviera hablando con otro hombre. Pensó que eso debía significar que el golpe había mejorado su personalidad-. Y no me gusta la palabra «tetas».

– Pechos, entonces. ¿Está mejor así?

– ¿Qué hay de malo en «senos»?

– Nada, en lo que a mí respecta. -Sus dedos se curvaron de nuevo.

Ella volvió a darle un manotazo en la pierna.

– Estése quieto o se va a tener que calentar usted mismo los pies.

– No tengo pechos para apoyarlos en ellos, y aunque los tuviera no podría levantar los pies hasta esa altura. No practico yoga.

Definitivamente se sentía mejor y estaba más despejado; era capaz de articular frases completas en lugar de respuestas con monosílabos. El chocolate tenía que ser una medicina milagrosa.

– Bueno, le diré una cosa: hágase un implante de senos, empiece a practicar yoga y estará preparado para la vida. -Considerando que ya había tenido suficiente diversión, sacó los pies de debajo de sus camisas, le puso el par de calcetines limpios y volvió a arroparlo de nuevo con una buena capa de ropa-. Se acabó la diversión. ¿Ya tiene la frente congelada?

– Parece que sí.

– Déjeme terminar de leer las instrucciones y acabemos con esto de una vez. -Agarró de nuevo el folleto-. A propósito, puesto que no tenemos agua para limpiar la herida, voy a usar colutorio. Puede que escueza.

– Estupendo. -Un tono de ironía se dejó vislumbrar en esa única palabra.

Bailey ocultó una sonrisa mientras leía.

– Bien…, bla, bla, bla…, ya he entendido esta parte. «Agarre la aguja con pinzas de modo que la punta se curve hacia arriba». -Miró la curvada aguja de sutura y luego al resto del contenido del botiquín de primeros auxilios. No había pinzas-. Esto es estupendo -dijo con sarcasmo-. Necesito unas pinzas. Suelo llevar un par en mi neceser de maquillaje, pero, caramba, nunca se me había ocurrido que las necesitara en vacaciones.

– Hay una pequeña caja de herramientas en el avión.

– ¿Dónde?

– Asegurada en el compartimento del equipaje.

– No la he visto cuando he sacado las maletas -dijo ella, pero se levantó para volver a asegurarse-. ¿Cómo es de grande?

– Como la mitad de un maletín. Sólo tiene unas cuantas herramientas básicas: martillo, alicates, un par de llaves inglesas y destornilladores.

Sintiéndose como si hubiera entrado y salido de los restos del avión tan a menudo como para haber dejado un surco en la tierra, Bailey volvió a entrar en el aparato, trepó al asiento de los pasajeros y miró por encima del respaldo en el compartimento del equipaje. El suelo del avión estaba combado por el impacto, así que allí todo estaba revuelto, pero la red de carga se había quedado en su sitio y había evitado que nada saliera despedido como había sucedido con su bolso. Justo cuando abría la boca para decirle que no encontraba nada, él dijo:

– Debería estar sujeta en unos ganchos contra la pared de atrás, justo en la parte interior de la puerta del compartimento. ¿La ve?

Ella miró hacia donde él le indicaba y allí estaba, convenientemente asegurada. Qué tonta era. Se había dedicado a mirar en el suelo del avión, no en las paredes.

– Sí. La tengo. -Con la caja de herramientas en la mano, salió del aparato.

Se sintió un poco mareada cuando se puso de pie, así que se quedó quieta un momento. ¿Era el mal de altura otra vez, aunque hubiera tenido cuidado de moverse lentamente? ¿O necesitaba un poco de azúcar? Tras un instante, el mareo pasó, así que se dirigió hacia el chocolate.

– Creo que necesito comer también -dijo, arrodillándose junto a él y dando un mordisco a la barra de Snickers-. No quiero desmayarme mientras le estoy clavando una aguja. -A este paso, le iría bien tenerlo cosido para la puesta del sol.

Pensar en la puesta del sol le recordó la hora, y se dio cuenta de que no había mirado el reloj ni una vez. No tenía ni idea de cuánto hacía que había recuperado la consciencia, o cuánto tiempo había transcurrido desde entonces, y mucho menos de lo que quedaba de día. Automáticamente se subió los puños de las camisas y se quedó mirando la muñeca izquierda, donde había estado su reloj.

– Mi reloj ha desaparecido. Me pregunto cómo ha sucedido.

– Probablemente se golpeó el brazo contra algo y se soltó el broche o se rompió un eslabón. ¿Era caro?

– No. Era uno barato sumergible que compré para las vacaciones. Voy a…, iba a hacer rafting con mi hermano y su mujer.

– Puede incorporarse al grupo mañana o pasado.

– Quizá. -Masticó lentamente la chocolatina, sin compartir con él su terrible sensación de aislamiento, como si el rescate estuviera muy lejano.

Sólo se permitió dar un mordisco, para ahuyentar el mareo, pero después se obligó a volver a lo que se traía entre manos. Tras envolver cuidadosamente el trozo de chocolate que quedaba y dejarlo a un lado, le quitó el paquete helado de la cabeza.

– Tengo que darle la vuelta, para que se quede con la cabeza mirando hacia la colina, al menos hasta que limpie la herida; salvo que quiera que el colutorio le empape toda la cara y le resbale hacia abajo.

– No, gracias. Pero puedo hacerlo yo; únicamente dígame qué quiere que haga.

– Primero deslícese hacia mí; no quiero que se salga de la manta a la nieve. Bien, bien. Ahora gire sobre el trasero, espere un momento, déjeme ponerle este trozo de hule bajo la cabeza. Eso es.

Sus giros provocaron que buena parte del montículo de ropa se cayera y ella se tomó un momento para ponerla en su sitio.

Para evitar que el colutorio le cayera en los ojos le inclinó la cabeza hacia atrás todo lo posible.

– Bueno. Allá va -dijo Bailey, utilizando la mano izquierda como barrera contra cualquier probable salpicadura, y empezó a verter cuidadosamente el líquido sobre la herida. Él se movió inquieto una vez, después se mantuvo inmóvil.