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Sin embargo, podría haber surgido algún problema. Seth iba continuamente a fiestas y rara vez se acostaba antes del amanecer, al menos en su cama. No era propio de él llamar tan temprano. Sintiendo que su sentido del deber se extralimitaba un poco, cogió el teléfono de nuevo y apretó el botón, aunque el contestador automático ya debía de haber saltado.

– Diga -dijo sobre el mensaje grabado con la voz masculina enlatada que estaba predeterminada por la compañía telefónica. Lo había conservado en vez de grabar su propio mensaje porque aquella voz resultaba más impersonal.

El contestador se detuvo a mitad de una frase cuando ella descolgó, se escuchó un pitido y la grabación se interrumpió después.

– Hola, mamá.

En la voz de Seth se apreciaba un intenso sarcasmo. Ella suspiró mentalmente. No había ningún problema; Seth estaba simplemente ensayando una forma nueva de fastidiarla. Que la llamara «mamá» un hombre más viejo que ella no le molestaba; pero tratar con él, ciertamente, sí.

La mejor forma de manejar a Seth era no mostrar ninguna reacción; finalmente se cansaría de incordiarla y colgaría.

– Seth, ¿cómo estás? -contestó con el tono frío y neutro que había perfeccionado mientras trabajaba como secretaria personal de Jim. Ni su tono ni su expresión habían revelado nunca nada.

– Las cosas no podrían ir mejor -contestó él con falsa alegría-, si tenemos en cuenta que la puta hambrienta de dinero de mi madrastra vive básicamente de mi herencia, mientras que yo no puedo ni tocarla. Pero ¿qué puede importar un pequeño robo entre parientes?

Generalmente ella dejaba pasar los insultos. «Puta» era el primero que le había soltado en el momento en que había oído las disposiciones testamentarias de su padre. Seth la había acusado de haberse casado con su padre por el dinero, y de haberse aprovechado de la enfermedad de Jim para convencerlo de dejar bajo su control incluso el dinero de sus hijos. También, con amenazas, había prometido impugnar el testamento en los tribunales, momento en el que el abogado de Jim había suspirado fuertemente y le había aconsejado no seguir adelante con semejante iniciativa, porque lo consideraba una pérdida de tiempo y de dinero; Jim había llevado las riendas de su imperio en plenas facultades hasta pocas semanas antes de su muerte, y el testamento lo había firmado casi un año antes de eso; el día después de su boda con Bailey, de hecho. Después de escuchar al abogado, Seth se puso de color púrpura y dirigió a Bailey una expresión tan vulgar que todos los que estaban en la habitación se habían quedado estupefactos, mientras lo veían salir como una tromba. Bailey se había acostumbrado desde entonces a no mostrar ninguna reacción, así que ahora un simple «puta» no era probable que le hiciera perder los estribos.

Por otra parte, que la llamara ladrona estaba empezando a hartarla.

– Hablando de tu herencia, hay una oportunidad de realizar una inversión que quiero estudiar -dijo suavemente-. Para maximizar los beneficios, necesitaría invertir en la operación la mayor cantidad posible. No te importaría que rebajemos a la mitad tu mensualidad, ¿verdad? Temporalmente, por supuesto. Un año aproximadamente sería suficiente.

Ante esa propuesta hubo una fracción de segundo de silencio; después Seth rugió con la voz quebrada por la rabia:

– Zorra, te mataré.

Aquélla era la primera vez que ella había respondido a sus insultos con un reto, lo había sorprendido y descolocado. La amenaza no la asustó. Seth era un experto en lanzar amenazas que no cumplía.

– Si tienes otras propuestas para invertir que quieras que tenga en cuenta, me encantará escucharlas -dijo tan educadamente como si él hubiera preguntado por los detalles en vez de amenazarla con matarla-. Simplemente estúdialas a fondo y después ponlas por escrito. Me dedicaré a ellas lo antes posible, pero eso será probablementedentro de unas semanas. Me voy de vacaciones pasado mañana y estaré fuera quince días.

La respuesta de él fue un golpe sordo al colgar el teléfono con furia.

No era la mejor manera de empezar el día, pensó, pero por lo menos su encontronazo mensual con Seth ya había pasado.

Ahora, si pudiera evitar a Tamzin…

Capítulo 2

Cameron Justice echó una ojeada rápida al pequeño campo de aviación y al aparcamiento mientras estacionaba su Suburban azul en el espacio que tenía asignado. Aunque todavía no eran las seis y media de la mañana, no era el primero en llegar. El Corvette plateado significaba que su amigo y socio, Bret Larsen -la «L» de J &L Executive Air Limo-, ya estaba allí, y el Ford Focus rojo señalaba la presencia de su secretaria, Karen Kaminski. Bret llegaba temprano, pero Karen tenía la costumbre de aparecer por la oficina antes que todos los demás; decía que era el único rato en que podía lograr adelantar algo de trabajo sin ser interrumpida constantemente.

La mañana era clara y brillante, aunque el pronóstico del tiempo anunciaba un aumento de la nubosidad durante el día. Pero, en ese momento, el sol brillaba resplandeciente sobre los cuatro aviones relucientes de J &L, y Cam se detuvo un momento a disfrutar de la vista.

Encargar que pintaran los aviones había resultado caro, pero había merecido la pena. Ante él se presentaba el negro brillante atravesado por una fina línea que se curvaba hacia arriba desde el morro hasta la cola. Los dos Cessnas -un Skylane y un Skyhawk- ya estaban pagados, libres de cargas; él y Bret se habían dejado la piel los dos primeros años haciendo trabajos complementarios además de volar para pagarlos lo más rápidamente posible y disminuir así su endeudamiento. El Piper Mirage era casi suyo, y en cuanto terminaran de pagarlo planeaban duplicar las cuotas del Lear 45 XR de ocho plazas, que era el preferido de Cam.

Aunque, en realidad, el Lear era muy parecido en longitud y envergadura al Strike Eagle F-15E que había pilotado su compañero mientras estaba en las Fuerzas Aéreas. Bret, desde entonces, se había acostumbrado a los Cessnas, mucho más pequeños, y al Mirage, de tamaño mediano, y prefería su agilidad. Cam, que había volado en el enorme Extender KC-10A durante su periodo de servicio militar, prefería ir en un avión más grande. Sus preferencias eran reveladoras de las diferencias básicas que existían entre ellos como pilotos. Bret era piloto de combate, audaz y con reflejos rápidos como el relámpago; Cam era el tipo seguro, en cuyas manos querrías estar cuando un avión necesitara repostar combustible a miles de metros de altura, a cientos de kilómetros por hora. El Lear necesitaba hasta el último centímetro de la pequeña pista para despegar, así que Bret estaba más que contento de que Cam ocupara el asiento del piloto durante esos vuelos.

Les había ido bien solos, pensó Cam, y al mismo tiempo realizaban una actividad que les apasionaba a ambos. Llevaban el ansia de volar en la sangre. Se habían conocido en la academia de las Fuerzas Aéreas, y aunque Bret estaba en un curso superior, se habían hecho amigos y habían continuado siéndolo en diferentes maniobras, en diferentes cursos de la carrera profesional y en diferentes destinos. Se habían visto a lo largo de tres divorcios -dos de Bret y uno de Cam- y muchas novias. Casi sin planearlo realmente, mediante llamadas telefónicas y correos electrónicos, decidieron asociarse al abandonar la vida militar; siempre estuvieron de acuerdo en el negocio que querían. Un pequeña compañía de vuelos charter parecía lo más apropiado para ellos.

El negocio iba bastante bien. Ahora daban empleo a tres mecánicos, a un piloto a media jornada, a un equipo de limpieza formado por una persona a tiempo completo y otra a tiempo parcial, y a Karen, la indispensable, que los dominaba a todos con mano de hierro y con una intolerancia total hacia el desorden. La empresa era solvente y los dos vivían bien de ella. Los vuelos diarios no ofrecían las emociones y los escalofríos de los vuelos militares, pero Cam no necesitaba una descarga de adrenalina para disfrutar de la vida. Bret, por supuesto, era de un tipo diferente; los pilotos de combate vivían para el exceso, pero se había acomodado y conseguía sus dosis ocasionales de adrenalina participando en la Patrulla Aérea Civil.