– ¿Y ahora qué? -preguntó en voz alta.
– Ahora necesita establecer la altura. Consiga cuatro ramas que sean más que la altura que quiera darle al refugio.
Eso era fácil, pero las cuatro ramas tenían todavía un montón de ramitas y agujas. Utilizando la navaja, quitó lo que pudo.
– Ya las tengo.
– Coja dos y haga una X desigual con ellas. El punto donde se crucen debe marcar la altura del refugio. Debe atar el segundo par, donde se cruzan, a la misma altura que el primer par. Después consiga dos trozos más cortos y póngalos debajo del punto de cruce de las X, como tirantes.
Hummm. Ya se imaginaba adónde quería llegar él con eso. Se puso a trabajar con sus tiras de seda y cuando hubo terminado tenía algo parecido a dos letras A con cuernos que sobresalían por arriba.
– Ahora las ato a la base, ¿verdad?
– Primero consiga otra rama larga y póngala en el empalme de las dos X, y átela en los dos extremos de forma que el marco superior sea tan largo como la base. Después fíjelo todo a la base.
A pesar de las instrucciones, el armazón del refugio se inclinaba un poco a la izquierda y se combaba en la parte de atrás, pero cuando buscó el sol vio que se había ocultado tras las montañas y tenía muy poco tiempo para mejorar su obra. En lugar de eso, ató otros trozos de rama como tirantes en los lugares donde parecían ser más necesarios, que era prácticamente en todas partes. Cuando lo consideró suficientemente resistente para tenerse en pie, al menos durante una noche, empezó a trabajar en recubrirlo.
Supuso que las bolsas grandes de basura sujetas en la parte superior no podían considerarse propiamente un tejado, pero eran lo más parecido a una lona que tenía. Aseguró con cinta las bolsas a la estructura de madera, después echó la red de carga encima para fijarlas en el caso de que se levantara viento, y para añadir peso y aislamiento entrecruzó las ramas flexibles con las agujas entre la red.
Las bolsas de basura no cubrían completamente los lados de la estructura en A, pero no disponía de suficientes para completar la tarea. Añadió más ramas para cubrir los huecos, y después tapó todos los espacios libres con montones de agujas. Con la mirada puesta en la luz que iba declinando lentamente se percató de que la temperatura descendía, y olvidó moverse con lentitud. La sensación de urgencia la llevó a ir cada vez más rápido, hasta que empezó a respirar jadeando.
Cuando se puso de pie para alcanzar otra rama con la que cubrir un pequeño hueco que acababa de descubrir, se le nubló la vista. Se tambaleó, se estiró llena de pánico para agarrar algo, cualquier cosa, pero su mano se agitó inútilmente en el aire mientras se iba de cabeza contra uno de los árboles.
Cuando recuperó la visión, estaba de rodillas en la nieve, sujeta con un brazo a un delgado árbol, y el corazón le martilleaba de pánico. No queriendo arriesgarse a caer, permaneció de rodillas, apretando los dientes mientras cubría torpemente el pequeño hueco. La náusea, aceitosa y amarga, le subió a la garganta e hizo esfuerzos por tragar.
Todavía tenía que cerrar los extremos, y la única forma de hacerlo era gateando. Después de poner rectas las ramas para cubrir la parte de atrás, amontonó nieve contra ellas; estaba segura de que la nieve no se iba a derretir, y formaba una barrera efectiva contra el viento arremolinado. La parte frontal sólo podía cerrarse parcialmente, porque ellos tenían que entrar de alguna manera; colocó más ramas, empezando en los extremos y trabajando hacia dentro, dejando apenas el espacio suficiente para que Justice se arrastrara a través de él. Para cubrir la entrada, sujetó torpemente el trozo más grande de cuero en la estructura, dejando que el faldón colgara hacia abajo; no tapaba completamente la entrada, pero tampoco era necesario. El hueco que quedaba podía llenarlo empujando contra él una de las bolsas de basura que contenía su ropa.
El mayor problema al que se enfrentaba ahora era ponerse de pie, mantenerse derecha y meter de alguna manera a Justice en el refugio; no podía arrastrarlo, porque ella también se estaba arrastrando. Se levantó cuidadosamente, agarrándose a uno de los árboles para ayudarse. Sus rodillas parecían flaquear y su cabeza latía de un modo despiadado, tanto que casi se desmaya de nuevo. Cuando pasó la amenaza, miró con cansancio la estructura destartalada y torcida. Serviría porque tenía que servir; no tenían más opciones.
Temblando y tambaleándose, se dirigió pendiente abajo hacia donde se encontraba acostado Justice. Se trataba de una distancia corta, no más de diez metros, sólo lo suficiente para quedar fuera del camino del avión si éste empezaba a deslizarse. Aun así, a juzgar por el esfuerzo que tuvo que hacer para recorrer esa distancia, le pareció un kilómetro.
– Está listo -jadeó, bamboleándose hasta caer de rodillas junto a él. Tenía las manos entumecidas y torpes por el frío, las montañas estaban girando lentamente en torno a ella y estaba luchando por alejar la náusea de nuevo-. Sin embargo, no sé cómo va a llegar allí, a menos que pueda gatear.
Él abrió los ojos, pálidos en medio de los oscuros cardenales que se le habían formado ya.
– Creo que puedo ponerme de pie. Si no puedo, gatearé. -Se dio cuenta de la palidez de su piel, de la forma en que estaba tiritando y temblando, de lo empapado que tenía el chándal de rodilla para abajo, y frunció el entrecejo-. ¿Qué demonios le ha pasado? -preguntó con dureza-. No importa; ya lo sé. Se ha estado matando para hacernos un refugio. Maldita sea, Bailey…
Ella se sintió ridículamente herida, como si lo que él pensaba le importara, y aquel sentimiento hizo que se enfadara. Su tono fue también duro.
– ¿Sabe? No tiene por qué dormir en él. Puede congelarse el culo aquí fuera, si quiere.
Un brazo desnudo y musculoso salió disparado de debajo de la ropa, una fuerte mano le agarró el antebrazo y lo siguiente que supo fue que estaba acostada sobre la manta térmica. La enfurecía que, a pesar de que él estaba débil y herido, ella, agotada tras el tremendo esfuerzo que había hecho, ofrecía la misma resistencia que una muñeca de trapo.
Sus ojos grises se habían vuelto helados.
– Vamos a dormir juntos, ya sea en el refugio o aquí fuera. Sin embargo, primero -dijo sombríamente- se va a meter debajo de esta ropa conmigo y a acostarse un rato, antes de que se desmaye. -A medida que hablaba, se iba girando lenta y trabajosamente hacia su lado izquierdo para ponerse de cara a ella.
Acostarse les sentó estupendamente a su cuerpo dolorido y a su cabeza que daba vueltas; la idea de entrar en calor era un sueño tan delicioso que casi se echa a llorar. La ira y el sentimiento herido le hacían desear apartarse y salir airadamente para meterse en el refugio en gloriosa soledad, pero la realidad era que no se sentía capaz de ir a ningún lado. Al no poder ofrecer resistencia física, recurrió a las palabras:
– Gilipollas ingrato. Siempre creí que era un burro, y ahora estoy segura de ello. Tenga por seguro que no le daré ni una onza más de mi chocolate.
– Sí, sí-dijo él, acercándola más, luchando con las pesadas capas de ropa para poder ponerlas sobre ella. Una vez que lo logró, la aproximó aún más, hasta que estuvo refugiada en sus brazos, contra su cuerpo medio desnudo.
Le pareció que la invadía una sensación de inmenso calor. Pero, para ser realista, sabía que no era así, que, en el mejor de los casos, él estaba sólo moderadamente tibio, pero, en comparación, ella estaba tan fría que Justice parecía estar ardiendo. Su cara helada se apretó contra la cálida curva de su cuello y su hombro, el brazo de él le rodeó la espalda abrazándola con fuerza, y la sensación de calor sobre sus manos heladas y temblorosas fue al mismo tiempo tan dolorosa y maravillosa que poco le faltó para ponerse a llorar. Empujó sus manos contra los costados desnudos de él en busca de más calor. Él se estremeció y soltó una palabrota, pero no las apartó.