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A continuación tenía que abrir el equipo de primeros auxilios, que ella había puesto en el refugio, y eso exigía alzarse sobre el codo. Todos los músculos de su cuerpo protestaron, pero su cabeza parecía negarse rotundamente a moverse. Hizo una breve pausa, luchando contra la náusea hasta que el dolor martilleante pasó de insoportable a simple sufrimiento.

Cuando pudo abrir los ojos, que estaban llenos de lágrimas a causa del dolor, vio que ella había cerrado los suyos de nuevo.

– Bailey, despierta. Aspirina.

Una vez más, ella hizo el esfuerzo de abrir los ojos. Cuidadosamente él rebuscó en el botiquín hasta que encontró las dos dosis de aspirina, selladas en sus cuadrados individuales de plástico. Usando los dientes, rasgó ambos envoltorios, tragó dos pastillas y le dio después las otras dos a Bailey. Cada uno tomó otro sorbo de agua, para hacer bajar las aspirinas, y después colocó la botella bajo la ropa para que el agua no se congelara durante la noche.

Apagó la luz. La oscuridad los rodeó de nuevo. La atrajo hacia él, dándole la vuelta para quedarse cara a cara, con las piernas enlazadas. Recordó la forma en que ella había cubierto antes sus cabezas, e hizo lo mismo, echándose una prenda encima. Habían dejado una abertura para que entrara el aire. Podía sentir el hueco helado tan claramente como si fuera hielo sólido, pero el aire que estaban respirando era ligeramente más cálido.

– Hasta mañana -murmuró ella arrastrando las palabras, mientras se acurrucaba más cerca, apretando la cara contra su hombro.

– Hasta mañana -dijo él, y besándole la frente le puso un brazo sobre la cadera y se dispuso a dormir lo máximo posible.

Capítulo 14

El frío la despertó. Bailey salió tiritando de un sueño inquieto. Le dolía todo el cuerpo y notaba una sensación de malestar. La rodeaba una completa oscuridad y casi le entra el pánico, y así habría sido si no hubiese notado la sensación inconfundible de estar abrazada estrechamente por alguien. En su subconsciente reconoció el olor, el tacto, y supo que no había razón para asustarse.

O quizá sí, ya que la mano izquierda de él estaba metida dentro de la cinturilla elástica de su chándal y de su ropa interior, apoyada en sus nalgas desnudas.

De la misma manera que las manos de ella estaban metidas bajo su camisa, según se percató, buscando el calor de su piel.

A través de las pesadas capas de ropa que los cubrían se colaba un aire helado. ¿Se había destapado? Estiró la mano por detrás de su espalda para ver si se había descolocado alguna prenda.

– ¿Estás despierta? -preguntó Cam en voz baja, para no despertarla si aún dormía. Pudo sentir la débil vibración que produjo el sonido en su pecho, casi como un profundo ronroneo masculino. Hizo que deseara acurrucarse más cerca todavía, si eso fuera físicamente posible.

– Tengo frío -respondió en un murmullo-. ¿Y quieres quitar la mano, por favor?

– ¿Qué mano? ¿Esta? -Los dedos se deslizaron por su trasero, peligrosamente cerca de… bueno, peligrosamente cerca.

– ¡Justice! -le advirtió enérgicamente, mientras lo miraba con los ojos entrecerrados, aunque la espesa oscuridad hacía inútil el gesto.

– Tengo daño cerebral, ¿recuerdas? No soy responsable de mis actos, ni de los actos de mi mano, que ha actuado por voluntad propia y sin mi consentimiento.

A ella se le escapó un sonido burlón, pero estaba tratando de no sonreír. Se dio cuenta de que estar acostada con él así en la oscuridad resultaba estimulante. Estaban haciéndolo para sobrevivir, pero la razón que había tras aquella acción no debilitaba de ninguna manera la sensación de intimidad que las circunstancias habían forjado entre ellos. Su cautela innata hizo que se disparara una alarma en su interior. Si no tenía cuidado, podría encontrarse dirigiéndose hacia el tipo de relación impulsiva que había visto causar tantos problemas en numerosas vidas, incluidas las de sus padres. Con semejante experiencia de primera mano con respecto a los estragos que una mala relación personal podía provocar en una familia, siempre había sido extremadamente cuidadosa, negándose a permitir que sus emociones nublaran su mente.

Bailey no actuaba impulsivamente, ni en su vida financiera ni en su vida personal. No conocía a Cam Justice; tenía una relación superficial con él desde hacía unos cuantos años, pero no podía decirse que lo conociera. Dudaba de que él hubiera cambiado mucho en las últimas doce horas, y sabía que ella no lo había hecho. Pasar de apenas soportarse a dormir juntos -en sentido literal, por supuesto- en un periodo tan corto de tiempo ya era bastante inquietante en sí mismo como para permitir que la situación la impulsara a tomar decisiones estúpidas.

Así que en lugar de reírse, dijo:

– Apártala o piérdela.

– ¿El dicho no es «Úsala o piérdela»? -Sonaba divertido, pero apartó la mano, sacándola de la parte posterior de sus pantalones y metiendo los dedos bajo su camisa. Ella no puso ninguna objeción; después de todo, todavía se estaba calentando las manos sobre su piel.

Y le gustaba tocarlo. Ese pensamiento disparó otra alarma, pero no reconocer el hecho cuando lo estaba mirando de frente parecía aún más peligroso. ¿Qué podía no gustarle? Era alto y delgado, de cuerpo musculoso. No era guapo, pero la dura masculinidad de sus rasgos la atraía. De repente se imaginó aquel rostro sobre ella en la cama, y sus brazos fuertes apoyados a cada lado mientras sus piernas se enroscaban en torno a sus caderas…

Apartó bruscamente sus pensamientos de esa fantasía. «No vayas por ahí». No era partidaria de actuar basándose en la atracción sexual, porque si había una situación en la que las hormonas se apoderaban del cerebro en la toma de decisiones, era ésa. Cuanto más fuerte era laatracción, más control ejercía. De hecho, procuraba evitar a los hombres hacia los que se sentía muy atraída. Nunca había sentido un amor apasionado ni había estado enamorada, y no pretendía empezar ahora. El amor y la pasión deberían venir marcados claramente con avisos que dijeran: «Precaución, puede producir estupidez».

Le dolían tanto la espalda y las piernas que no era capaz de encontrar una postura cómoda. Trató de acomodarse mejor. Después del accidente, seguramente estaba cubierta de cardenales, y no era sorprendente que se sintiera dolorida. Tembló cuando otro escalofrío la recorrió.

– ¿Qué hora es? -preguntó. Cuando amaneciera podría moverse y la temperatura empezaría a subir.

El movió de nuevo la mano izquierda, la levantó y apretó un botón de su reloj, de modo que la esfera se iluminó brevemente.

– Casi las cuatro y media. Hemos dormido unas cuatro horas. ¿Cómo te sientes?

¿Él le preguntaba eso a ella? Era Justice el que tenía un corte enorme en la cabeza, el que casi se había desangrado, el que había sufrido hipotermia. Tenía una conmoción y casi no podía moverse por sí mismo; dudaba de que pudiera caminar diez metros sin ayuda. Quizá esa desconexión de la realidad era un defecto del cromosoma masculino.

– Tengo dolor de cabeza, me duelen todos los músculos y estoy helada -dijo ella brevemente-. Por lo demás estoy bien. ¿Y tú?

En vez de contestar le tocó la cara, sintió sus dedos fríos sobre la piel.

– Creo que tienes fiebre. Dices que tienes frío, pero te noto la piel caliente. De hecho, yo probablemente tendría frío si no estuvieras despidiendo tanto calor.

– No tengo fiebre -aseguró ella, sintiéndose irracionalmente insultada por la sugerencia-. Para tener fiebre tendría que estar enferma, y no lo estoy. Enferma de verdad, en todo caso. Padezco mal de altura, y de acuerdo con ese folleto tan útil, el mal de altura no causa fiebre. Produce dolor de cabeza y mareo, síntomas que tengo. Que tenía. Ahora no estoy mareada, pero bueno, tampoco estoy de pie.

No podía estar enferma. Tenía cosas que hacer. Estaba de vacaciones. En cuanto los rescataran de aquella estúpida montaña, iba a practicar rafting con Logan y Peaches, y se negaba a permitir que un ridículo virus le destruyera los planes.