– Como decía, creo que tienes fiebre -repitió, ignorando su protesta-. ¿Has estado expuesta últimamente a algún riesgo, que tú sepas?
– No, y si tengo algún virus tú también te habrías contagiado, porque hemos estado bebiendo de la misma botella, así que es mejor que no lo tenga. -Enfadada, se volvió hacia el lado derecho para no estar cara a cara con él. Al hacerlo, sintió un dolor intenso en su brazo derecho-. ¿Qué demonios…? Mierda-murmuró, y después exclamó más alto-: ¡Mierda!
– ¿Mierda qué? ¿Algo va mal? -Encendió la linterna y la brillante bombilla casi la ciega durante un segundo.
– Te has salvado, no tengo un virus. Tenía un trozo de metal clavado en el brazo esta mañana…, ayer por la mañana. Me lo saqué y lo olvidé. Ahora me duele el brazo. Supongo que está infectado -dijo con abatimiento. Sí, entonces tenía fiebre. Maldita sea.
– Así que me curaste a mí y no te ocupaste de ti. -Había una nota severa en su voz-. ¿Qué brazo?
– El derecho.
– Vamos a ver.
– Puedo esperar hasta que sea de día. No podemos ni sentarnos aquí, así que…
El empezó a desabrocharle la camisa exterior que llevaba puesta. Viendo que no iba a atender a razones, ella le apartó las manos de un empujón y emprendió la tarea ella misma.
– Está bien, está bien. No veo qué diferencia pueden suponer unas cuantas horas, pero si poner un poco de pomada antibiótica y una tirita en mi brazo va a hacer que te sientas mejor…
– Dios, eres una gruñona. ¿Tienes siempre tan mal despertar?
– No, sólo cuando tengo fiebre -le respondió cortante mientras forcejeaba por quitarse la primera camisa y comenzaba a desabrochar la segunda-. Maldita sea. ¡Mierda! No tengo tiempo para ponerme enferma. -Se quitó la segunda camisa.
– Qué curioso -comentó él sin dejar de observar con interés-. ¿Cuántas camisas llevas encima?
– Tres o cuatro. Tenía frío, y te di a ti mi agradable y cálido chaleco de plumas.
– Lo cual agradecí profundamente.
– ¡Que me lo voy a creer, Justice! -murmuró ella-. Apenas estabas consciente y no sabías lo que estaba pasando.
Cuando llegó a la última camisa se detuvo. No llevaba sujetador y no estaba dispuesta a desnudarse hasta la cintura para que él disfrutara de la vista. Con incomodidad, forcejeó para darse la vuelta y quedar echada sobre el vientre. Teniendo en cuenta las muchas capas de ropa que los cubrían, era mucho más fácil pensarlo que hacerlo. Finalmente, sintiéndose como un pez que cayera en la orilla de un arroyo, se las arregló para acostarse sobre el vientre y sacar el brazo dolorido de la manga de la camisa.
– Ahí está -murmuró contra la manta.
– ¡Demonios, Bailey, ni siquiera la limpiaste! -Su voz mostraba un cierto fastidio.
– No, estaba ocupada en otras cosas, como evitar que te murieras desangrado y después evitar que muriéramos congelados -replicó con sarcasmo, tan fastidiada como él-. La próxima vez pondré en el orden correcto mis prioridades.
– ¿Dónde guardaste las gasas?
Con la mano izquierda buscó a tientas por el refugio, localizó el paquete y lo tiró por encima de su espalda.
– Ahí van. -La gasa estaba fría, pero notó una cierta sensación agradable en su brazo. Hizo una mueca cuando él frotó la herida y el dolor se extendió por el músculo-. ¡Ay!
– Sin bobadas. ¿Parece que algo te está pinchando?
– Sí, pero…
– Es porque te está pinchando. Sacaste el trozo más grande, supongo, pero te dejaste otro dentro. Parece como una aguja… Aguanta…, ya lo tengo.
Ella apretó los dientes ante el dolor punzante. Ahora estaba pinchando con fuerza en su tríceps, haciendo sangrar la herida y empapando de sangre su mano libre. Aquello no era divertido, pero él había permanecido en silencio mientras ella le cosía la cabeza, así que podía quedarse callada mientras él se ocupaba de su brazo.
– La piel está caliente y un poco inflamada -dijo él-. Así que, en efecto, yo diría que esto es lo que te está produciendo la fiebre. No veo ninguna estría roja, sin embargo. -Ella sintió la frescura de la pomada, y después una ligera presión cuando él puso un par de vendas adhesivas sobre la herida… o las heridas. No sabía si había una perforación o dos-. Esperemos que esto sea suficiente para mantener controlada la infección.
Ella volvió a ponerse la camisa con esfuerzo, de espaldas a él mientras se abrochaba. Pensó en tomar algo de ibuprofeno para mantener la fiebre baja y sentirse algo mejor, pero al final decidió que no. La fiebre no era muy grave sólo lo bastante alta para tener dolor; pero el calor era una de las armas de su cuerpo contra la infección. Podía soportar un poco de incomodidad mientras su sistema inmune y las bacterias invasoras hacían la guerra.
– Bebe el resto del agua -le ordenó él, sacando la botella-. Sin discusiones. Con fiebre, te deshidratarás gravemente si no bebes.
Ella no discutió, y se limitó a beber el agua sin hacer comentarios. Faltaban sólo un par de horas para el amanecer; entonces derretirían más nieve. Por ahora, quería descansar, y quizá empezara a sentir un poco más de calor.
Se enroscó de medio lado, acercando los pies al cuerpo. Justice empezó a amontonar más ropa sobre ella, hasta que el montículo resultó tan pesado que casi no podía moverse. Entonces le puso el brazo en torno a la cintura y la aproximó tanto a su cuerpo como le fue posible, con la espalda de ella apoyada contra su pecho, su trasero en su entrepierna, las caderas de él acunando las de ella.
Acurrucarse era… agradable, pensó ella. Y sorprendentemente cálido. Podía soportar eso durante un par de horas…, únicamente hasta que saliera el sol.
Pero era estupendo que él estuviera herido, y estupendo que probablemente los fueran a rescatar al día siguiente, porque en caso contrario su resistencia necesitaría un enorme refuerzo.
Capítulo 15
Seth Wingate no era madrugador, pero eso no le supuso ningún problema la mañana siguiente, porque no se había acostado. Si hubiera seguido su rutina normal habría ido a uno de los locales nocturnos más animados de Seattle hacia las diez y media o las once de la noche anterior, y después a otro hacia la medianoche. Habría recogido a una chica en algún lugar, quizá habría fumado un poco de marihuana, se la habría follado en un lugar medio privado si hubiera tenido ganas, habría bebido mucho, habría llegado a casa antes del amanecer para quedarse dormido en el sofá si no hubiera logrado llegar a la cama. Eso sería si hubiera seguido su rutina normal…, pero no lo había hecho.
En vez de visitar los clubes nocturnos se había quedado en casa. La noticia del avión perdido aparecía en todas las emisoras locales. Un par de reporteros, de la prensa escrita y de la televisión, llamaron y dejaron un mensaje. Tamzin había telefoneado varias veces, también había dejado mensajes, pero él no había devuelto las llamadas. No quería hablar con aquella zorra estúpida; era imprevisible y podía decir cualquier estupidez. Los mensajes dejados en su contestador ya eran suficientemente malos: «Llámame cuando llegues a casa. ¿Cuándo conseguirás que podamos disponer del dinero? A propósito…, gracias. No sé cómo lo hiciste, ¡pero eres brillante!».
También envió mensajes de texto a su móvil, lo que le resultó todavía más molesto. Finalmente, desconectó los dos teléfonos. Tendría que tirar el contestador y comprar uno nuevo; éste era digital, así que aunque pudiera borrar sus mensajes, no estaba seguro de que un especialista en informática forense no pudiera sacar de alguna forma lo que tratara de hacer desaparecer. Mejor seguro que arrepentido.
Ése era un nuevo concepto para él, porque la palabra «seguro» no había formado nunca parte de su vocabulario.