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– Seth. -Grant Siebold se levantó de detrás de su escritorio; tenía tan buen aspecto como siempre, esbelto y musculoso. Estaba un poco calvo y su pelo había encanecido. Su mirada era astuta y penetrante-. ¿Has recibido noticias de Bailey?

Se quedó desconcertado ante aquella pregunta y sobre todo al detectar en la voz de aquel hombre una nota de auténtica preocupación. Por alguna razón, Seth había dado por sentado que su odio hacia Bailey era compartido por los viejos amigos y socios de su padre, tanto por respeto a su madre como por la forma en que Bailey se había abierto camino hacia el control de una fortuna inmensa. Sabía que, desde que su padre había muerto, habían dejado de invitarla a las reuniones sociales, una circunstancia que le había proporcionado gran placer.

– Nada -dijo él brevemente.

– Un suceso terrible. Estuve despierto casi toda la noche, esperando tener alguna noticia -aseguró Grant, señalando una de las sillas con un gesto de la mano-. Siéntate. ¿Café?

– Sí, gracias. -Seth pensó que otra dosis de cafeína no podía hacerle daño. Se sentó-. Solo.

Grant no le había tendido la mano, un descuido que sólo podía ser deliberado. En el mundo de los negocios, estrechar la mano era tan automático como respirar. Seth no creía que hubiera prescindido de aquel gesto porque Grant lo considerara un viejo amigo, casi como un hijo; no, el mensaje sutil era que Grant no se alegraba de verlo y no quería darle una bienvenida hipócrita.

Esperó hasta que la taza de café estuvo en su mano y Grant se hubo sentado de nuevo antes de hablar de negocios.

– Ahora que Bailey está muerta…

– ¿Lo está? -preguntó Grant, enarcando las cejas-. Creía que no habías tenido ninguna noticia.

– Y así ha sido. Pero es pura lógica. El avión ha desaparecido y no los han encontrado en ninguna parte. Si hubiera habido algún problema mecánico y el piloto hubiera podido aterrizar en alguna pista, en una carretera o en medio del campo…, lo habríamos sabido. Habrían llamado por radio. No se han recibido noticias de ellos, así que eso significa que el avión se ha estrellado y están muertos.

– Un tribunal no lo vería así -dijo Grant con tono frío-. Hasta que se confirme la muerte de Bailey, o haya pasado un lapso de tiempo razonable y sea declarada muerta, aún está oficialmente a cargo de tu fideicomiso.

Seth podía leerlo en la cara de Grant: pensaba que él había venido para averiguar cuándo podría tomar el control de su dinero, parte del cual estaba vinculado a valores en el Grupo Wingate. Grant era también uno de los fideicomisarios del fondo, pero sólo como consejero; todas las decisiones finales eran de Bailey.

– No puede encargarse si no está aquí -dijo Seth, esforzándose por no mostrar el mal humor en su voz.

– Se han tomado las medidas necesarias para que continúe de forma automática, así que no tienes de qué preocuparte. Recibirás tu asignación.

¿Asignación? La palabra le quemaba la mente. Tenía treinta y cinco años y era relegado al mismo sitio que si tuviera diez. Nunca había pensado antes en la indignidad que se ocultaba en ello; había considerado el fideicomiso como su herencia legítima, no como una asignación.

– Quiero una auditoría -se oyó decir a sí mismo-. Quiero saber cuánto ha malversado esa zorra.

– Absolutamente nada -ladró Grant, con la aguda mirada achicándose a medida que su mal humor aumentaba-. De hecho, el fondo ha tenido un crecimiento muy saludable gracias a ella. ¿Por qué crees que la escogió tu padre?

– ¡Porque lo llevó a una idiotez ciega! -replicó Seth con furia.

– ¡Al contrario! ¡Fue idea suya desde el primer momento! Tuvo que convencerla de la boda, de todo… -Grant se interrumpió, sacudiendo la cabeza-. No importa. Si Jim no te contó su plan, no seré yo quien lo haga, te lo aseguro, porque él te conocía mejor de lo que yo te conoceré nunca. Todo lo que te diré es que Bailey se ha preocupado tanto de tu dinero como del suyo, y eso es mucho decir. Es una de las inversoras más meticulosas que he visto nunca, y no se ha sacado un céntimo del fondo, excepto los desembolsos mensuales para ti y para Tamzin.

Seth pareció despertar de repente, dejando a un lado todo lo que Grant había dicho sobre el dinero.

– ¿Plan? ¿Qué plan?

– Como acabo de decirte, no es asunto mío contártelo. Ahora, si eso es todo…

– No, no lo es. -Seth bajó la vista al café que tenía en la mano, furioso por haberse dejado desviar de su objetivo. No había venido allí para hablar sobre Bailey ni para preguntar por su dinero. Dudó un momento, tratando de pensar en la mejor manera de enfocar el tema, pero no se le ocurría ninguna forma de mencionarlo abiertamente. La necesidad lo irritaba pero era ahora o nunca-. Necesito un empleo. Me gustaría empezar a aprender el negocio… si hay un puesto. -Odiaba tener que preguntar; aquélla era la empresa de su padre, debería tener automáticamente un sitio, pero él mismo se había distanciado deliberadamente de ella y no creía que ahora pudiese aspirar a nada de forma automática.

Grant no contestó de inmediato. Se reclinó hacia atrás en la silla, con aquella mirada impasible de tiburón. Transcurrido un instante, preguntó:

– ¿Qué tipo de empleo?

Seth estuvo a punto de decir: «Vicepresidente suena bien», pero se tragó las palabras. Era consciente de que estaba suplicando, y de que no tenía precisamente buena fama como para ponerse exigente.

– Cualquier cosa -respondió por fin.

– En ese caso, puedes empezar mañana en la oficina de la correspondencia.

Seth se quedó helado. ¿La oficina de la correspondencia? No esperaba que le dieran un puesto clave, pero creía que le concederían un despacho… o al menos un cubículo. Demonios, ya puestos, ¿por qué no nombrarlo portero? Entonces sonrió glacialmente cuando se le ocurrió una respuesta:

– Supongo que la limpieza la hará una empresa, ¿eh?

– Exactamente. Si deseas de verdad trabajar aquí, cogerás el empleo que te asignen sin importar cuál sea. Si lo desaprovechas, si llegas tarde, o no te molestas en aparecer, entonces sabré que sólo estás haciendo el imbécil, como de costumbre. Mi tiempo es valioso. No veo la necesidad de desperdiciarlo contigo hasta que hayas demostrado que no se desaprovechará.

– Entiendo. -Seth odiaba decir eso, y todavía odiaba más estar solicitando un empleo, pero él mismo se había colocado en esa situación; no podía culpar a nadie más-. Gracias. -Dejó la taza de café sobre la mesa y se puso de pie; como Grant había señalado, su tiempo era valioso.

– Una cosa más -dijo Grant.

Seth se detuvo, esperando.

– ¿Por qué has tomado esta decisión?

Él esbozó otra sonrisa glacial, pero esta vez ribeteada de amargura.

– Me he mirado al espejo.

Capítulo 16

Bailey empujó la bolsa de ropa lejos de la entrada del refugio y empezó a salir reptando hacia la luz grisácea de la mañana. Se detuvo con una mano en la nieve, mirando la blancura que la rodeaba.

– Mierda.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Justice detrás de ella.

– Ha nevado más -gruñó ella-. El avión está tapado.

No por completo, pero no le faltaba mucho. La capa de nieve hacía aún más difícil detectarlos desde el aire, aunque las montañas no estuvieran coronadas de nubes, como, de hecho, ocurría. La visibilidad no era de más de cincuenta metros, como máximo. Aquello ya le pareció el colmo. ¿Por qué no podían tener una ola de calor, un día agradable y cálido que derritiera algo de nieve e hiciera la espera del rescate un poco más fácil? Tenía frío y quería sentir calor. Todavía le dolía la cabeza; le dolía todo el cuerpo. La fiebre no había desaparecido. Todo lo que quería era que la rescataran de aquella maldita montaña, y ahora… más nieve. Estupendo.