– ¿Habías tenido antes alguna experiencia de supervivencia en la montaña, algún cursillo de primeros auxilios o algo similar? -preguntó él con curiosidad.
El cambio de tema le dio una oportunidad de salir silenciosamente del abismo emocional en el que parecía estar. Aun así, necesitó tragar saliva un par de veces antes de poder hablar de nuevo, y el corazón le latía como si acabara de recibir una llamada inesperada.
– No. ¿Por qué?
– Porque tomaste una serie de decisiones sensatas e hiciste todo lo correcto con los recursos limitados que teníamos a mano.
– Sensata, ésa soy yo -dijo, sorprendida de su risa irónica. Había sufrido las consecuencias producidas por decisiones tomadas en caliente porque a uno de sus progenitores o a los dos, sencillamente, les apetecía, sin detenerse a pensar en lo perjudicial que podría ser el resultado para sus hijos. Nunca había querido ser así-. Mi sentido común es la razón por la que Jim me escogió para supervisar… -Se detuvo, reticente a hablar de su vida personal.
– ¿Todo ese dinero? -remató Cam, y sonrió cuando ella abrió los ojos sorprendida-. Todo el mundo lo sabe. Mi secretaria me habló de ello, pero es una mujer que da miedo, está aliada con el diablo y lo sabe todo.
Bailey lanzó una carcajada.
– ¿Karen? ¡Espera a que le cuente que has dicho que está aliada con el diablo!
– ¡Demonios! ¿Conoces a Karen? -La sorpresa hizo que se levantara sobre el codo para mirarla consternado.
– Por supuesto que conozco a Karen. El Grupo Wingate ha utilizado J &L, durante ¿cuántos años? Antes de casarme con Jim, yo era la que la llamaba para contratar los vuelos.
– Debí haberlo sabido -murmuró él-. Diablos. Mierda. Si le dices eso me amargará la vida hasta que me muera o me arrastre sobre brasas para disculparme. -Se acomodó sobre la espalda y miró hacia arriba-. Prométeme que no se lo dirás.
– No me digas que le tienes miedo a tu secretaria. -Se rió por lo bajo, encantada de descubrir esa faceta del Capitán Reprimido Justice. Podía ver la sonrisa que amenazaba con dibujarse y le encantaba que él reconociera y disfrutara en privado de los beneficios de una secretaria dominante.
– Es nuestra dueña -afirmó con un tono exageradamente sombrío-. Sabe dónde está todo, cómo funciona todo y todo lo que está pasando. Lo maneja todo. Todo lo que Bret y yo hacemos es aparecer por allí, firmar lo que nos manda y pilotar los aviones.
– Podríais despedirla -sugirió ella, sólo para provocarlo.
Él resopló.
– Sé realista. En Texas nos educan para comportarnos de forma más inteligente. Si ella no trabajara allí, es probable que yo tuviera que hacer algo más que firmar unos cuantos papeles.
– ¿Eres de Texas?
– No me digas que he perdido el acento. -Se acomodó de lado otra vez y puso el brazo bajo la cabeza.
– No, pero he leído que los pilotos suelen adoptar con toda naturalidad un acento arrastrado, así que podías ser de cualquier sitio.
– El síndrome de Yeager -dijo él-. No tuve que adoptar ningún acento arrastrado. Nací con él, aunque Yeager era de Virginia Occidental y yo soy un chico de Texas de los pies a la cabeza, y los acentos son totalmente diferentes.
– Si tú lo dices… -Dejó que la duda se plasmara en cada palabra.
– Yanqui. Tienes que haber nacido con la música de la lengua para distinguir las variaciones.
Ella tuvo que reírse, especialmente cuando la nota ligeramente provocadora de su voz la invitaba a hacerlo. Quiso decirle que «música de la lengua» sonaba como algo sacado del Kama Sutra, pero se tragó el comentario justo a tiempo. Si pretendía no dejarle aventurarse en el territorio sexual, no debería ser ella la que lo condujera hasta allí.
– ¿De dónde eres? -preguntó él.
– De Kansas originariamente, pero he vivido en Ohio, California, Oregon, Maryland e Iowa.
– ¿De niña o de adulta?
– Sobre todo de niña. Cuando finalicé la universidad, elegí un lugar y allí me quedé. -Las raíces eran agradables. La estabilidad era agradable.
– Mi familia no se movía. Todavía viven en Killeen.
– ¿Dónde queda eso?
– ¿No aprendiste nada de geografía en esos colegios a los que fuiste? Está más o menos a mitad de camino entre Dallas y San Antonio.
– Lo siento -dijo ella, poniendo los ojos en blanco-. No se dedicaban demasiado a la geografía de Texas en los colegios a los que fui.
– El nivel de ignorancia hoy en día es impresionante. ¿Cómo puede un colegio no enseñar nada sobre Texas?
– No tengo ni idea. Entonces, ¿creciste en Killeen?
– Sí. Mis padres viven todavía en la misma casa donde crecí. Tengo un hermano y dos hermanas, y todos fuimos al mismo colegio, y durante mucho tiempo tuvimos los mismos profesores. Pero cambié mucho de residencia cuando estuve en las Fuerzas Aéreas. Fue divertido ver lugares nuevos, aunque cada mudanza era como un dolor de estómago. ¿Por qué cambiabas tú tanto de ciudad?
– El ping-pong del divorcio -dijo ella-. Se juega con niños, en vez de con pelotas.
– Es una mierda. ¿Tienes hermanos?
– De una variedad infinita.
– ¿Los hay de otro tipo distinto a varones y hembras?
Ella se rió, disfrutando de la broma.
– Un hermano y una hermana, dos hermanastros a los que no veo nunca, tres hermanastras a las que no veo nunca y todo un catálogo de hermanastros y hermanastras cuyos nombres tengo que pensar y a muchos de los cuales no reconocería si me tropezara con ellos. -Pensó que reconocería al tipo pelirrojo y con la barbilla partida, pero nunca podía recordar su nombre. Era el hijo del segundo esposo de su madre, uno de ellos, con su segunda esposa; su madre había sido la tercera. Pensar en todo ello empeoró el dolor de cabeza de Bailey.
– ¿Tienes una relación fluida con tus dos hermanos?
Ella se percató de que él no le preguntaba por sus padres, pero tenía que reconocer que era un tipo listo, así que probablemente se había dado cuenta de que era una pregunta sin sentido.
– Con mi hermano Logan. Iba a ir con él y su esposa, Peaches, a hacer rafting. A mi hermana no la veo mucho. Tiene sus propios asuntos.
En general, se dio cuenta de lo cómoda que se sentía en aquel momento, no físicamente sino mentalmente. La patrulla de rescate los encontraría al día siguiente, poniendo fin a aquella pesadilla. No recomendaría un accidente aéreo como experiencia, no era divertido desde ningún punto de vista, pero ella había conseguido un amigo. La embargó una ligera sensación de asombro por considerar amigo al Capitán Amargado Reprimido Justice, pero había descubierto que no era un amargado y lo único que tenía estrecho eran las nalgas, que no estaban nada mal.
– Te vas a quedar dormida -comentó él-. Puedo saberlo por la forma en que respiras.
Ella asintió con un ronroneo que subió de su garganta y se acurrucó en sus brazos, buscando su calor, como si siempre hubiera dormido allí.
Capítulo 19
La tercera mañana, el día amaneció soleado y brillante. Cuando Cam se arrastró fuera del refugio descubrió que se sentía considerablemente más fuerte que el día anterior, y además su dolor de cabeza había disminuido. No estaba precisamente para saltar obstáculos o correr una maratón, pero caminaba sin ayuda, aunque lentamente, y sin tener que agarrarse a nada.
Bailey también se sentía mejor; le había subido la fiebre durante la noche, empapándola en sudor. Eso no era bueno, al menos en un clima de varios grados bajo cero. Había obligado a Cam a darse la vuelta y a mirar para el otro lado, para ella poder quitarse la ropa empapada y ponerse una seca. Considerando el espacio tan limitado del refugio, a él le habría gustado ver cómo se contorsionaba, pero no había hecho trampa y no había echado ni una ojeada. Desde que la había sorprendido, dejándola petrificada al besarla, no quería asustarla de nuevo. Por esa misma razón se había asegurado de no rozarla con una erección, aunque se había despertado varias veces con verdadera urgencia. Sin embargo, estaba llegando el momento…