En el papel empezó a crecer una mancha marrón de quemadura, se extendió a la gasa y se introdujo en ella. Una llama brillante y minúscula empezó a lamer la gasa. Los extremos del papel empezaron a curvarse.
– Vete -dijo Cam, y ella cerró con cuidado la tapa, casi de inmediato se dio la vuelta y se apresuró a ir al punto preparado para encender la hoguera. Arrodillada junto a la pirámide de combustible, papel y madera, abrió con cautela la caja, tratando de proteger lo mejor posible la frágil llama. El papel enrollado estaba a medio consumir.
Sacó cuidadosamente el rollo de la caja e insertó el extremo encendido en el nido de corteza raspada y papel que había en el centro del montón.
Con un destello, la encantadora llamita se volvió más brillante y más alta, saltó para agarrar el papel y después la corteza. Mientras miraba, los pequeños palos apilados empezaron a echar humo y después a brillar cuando la llama cogió fuerza.
Ella se echó a reír con tanta tensión que creyó que también se le iban a saltar las lágrimas. Se dio la vuelta y vio que Cam venía hacia ella con una amplia sonrisa en la cara. Con un grito de alegría saltó, corrió hacia él arrojándose en sus brazos. Él la agarró, la levantó del suelo y la hizo girar.
– ¡Ha funcionado! -gritó ella, agarrándose a sus anchos hombros y colocando las piernas en torno a sus caderas para sujetarse.
Él no dijo nada. Sus manos le agarraron el trasero y presionaron para acercar su cuerpo. Una erección dura como la piedra empujó con urgencia la suavidad y el calor que sentía entre las piernas. Sobresaltada, alzó la vista y su carcajada se interrumpió bruscamente. Vio sus ojos de un gris vivido, brillando con calor y deseo, y entonces la besó.
Capítulo 22
Sus labios estaban fríos, pero en el beso había calidez, un deseo avasallador y una habilidad que produjo respuesta inmediata en ella. La alarma habitual sonó en lo más profundo de su cerebro, pero de alguna forma era menos urgente, y por primera vez en mucho, mucho tiempo, la ignoró. Enredó sus brazos en el cuello de Cam y le devolvió el beso, abriendo los labios ante la insistencia de los suyos y permitiendo la pequeña penetración de su lengua que la incitaba a jugar.
La embargaba una mezcla confusa de culpabilidad y placer. No había querido precipitar esto, no se había propuesto recorrer aquel camino; sin embargo, ahora que estaba en él quería seguir.
Debería quitar las piernas que tenía enroscadas a sus caderas, lo sabía, y retirarse a una posición menos abiertamente sexual, pero no lo hizo. Sentir la fuerza de su respuesta era excitante, y el placer atrayente que la esperaba, si se relajaba y se soltaba, era un canto de sirena tentador. Y más allá de eso, estaba el sencillo placer de ser abrazada, la necesidad humana de contacto físico. Había estado privada de él durante tanto tiempo que, de repente, no podía negarse más a sí misma.
Habían dormido abrazados el uno al otro durante dos noches hasta ese momento, y aunque su cercanía física había sido una necesidad de compartir su calor corporal y de mantenerse vivos, ser consciente de eso no disminuía la confianza y el vínculo que se había establecido entre ellos durante las largas horas de oscuridad. Nunca había tenido eso antes, nunca lo había deseado. La mejor manera de salvaguardar sus emociones era mantener a la gente a distancia, confiar sólo en sí misma; lo había aprendido pronto y gracias a duras lecciones.
Sin embargo, allí estaba él, cercano, fuerte y cálido, y ella no quería dejarlo escapar.
Fue él quien interrumpió el beso, levantando la boca y mirándola con los párpados entrecerrados. Los moratones que tenía bajo los ojos y los arañazos de su cara deberían disminuir la fuerza de su mirada, pero no era así. En ella ardía un abrasador objetivo que prometía más. Sus manos aún sujetaban el trasero, acompañando un leve movimiento contra su pene hinchado con un ritmo lento que le hacía latir con fuerza el corazón, obligándola a jadear. Entonces las comisuras de sus labios se curvaron con una sonrisa triste.
– Odio interrumpir esto -dijo, arrastrando la voz-, pero estoy a punto de caerme.
Ella lo miró sorprendida un momento, después comprendió.
– ¡Ah, maldita sea! ¡Lo había olvidado! ¡Lo siento…!
Mientras hablaba desenredó apresuradamente las piernas de su cintura y se deslizó hasta el suelo, con la cara roja de vergüenza. ¿Cómo podía haber olvidado lo débil que estaba? Si el día anterior ni siquiera podía andar por sí mismo…
Se tambaleó un poco y ella metió rápidamente el hombro bajo su brazo, agarrándolo por la cintura para estabilizarlo.
– No puedo creer que lo haya olvidado -farfulló mientras lo ayudaba a llegar a la hoguera.
– Me alegro de que lo hayas olvidado. He disfrutado como un demonio, pero la poca sangre que me quedaba desapareció y por un minuto se me ha ido la cabeza.
Le hizo un guiño mientras ella lo ayudaba a colocarse frente a la hoguera. Lo único que había para sentarse era la bolsa de basura llena de ropa que usaban para cerrar la entrada del refugio, pero ya estaban utilizando la ropa para todo lo demás, así que, ¿por qué no como asiento?
– Dios, esto es estupendo -gruñó él, extendiendo las manos hacia la llama, al tiempo que, con un sobresalto, Bailey miraba a su alrededor.
Se había olvidado también de la hoguera. ¿Cómo era posible? La emoción de haber conseguido fuego la había impulsado hacia él en un principio. Pero en cuanto la había besado, ¡zas!, todo en su mente se evaporó. ¿Y si la llama hubiera empezado a parpadear y a apagarse? ¿Y si hubiera necesitado corregir la posición de las maletas para frenar el viento? Aquel fuego era precioso; debería haber estado mirándolo, cuidándolo, no saltando a los brazos de Cam Justice y cabalgando como un potro en un rodeo.
– ¡Tengo una cabeza, de chorlito! -murmuró, mirando cómo subía la espiral de humo antes de que el viento la disipara. Las ramas más verdes habían empezado a arder con dificultad y se había formado un humo pesado, mucho más pesado que el que habría salido en una buena hoguera de acampada, pero igualmente milagroso-. Debería haber estado vigilando el fuego.
– Pero no nos habríamos divertido tanto -observó él-. Deja de castigarte. No eres responsable del mundo entero.
– Quizá no, pero si esta hoguera se hubiera apagado, ninguno de los dos se habría sentido precisamente feliz. -Acercándose todo lo que pudo, extendió sus manos con cautela. Podía sentir el calor del fuego en la cara y esa sensación era tan placentera que casi le hizo soltar un gemido. La gente daba por sentado que dispondría de cosas como el calor, la comida y el agua. Creía que nunca más volvería a viajar sin una caja de cerillas impermeables en el equipaje, así como algunos objetos necesarios que se le ocurrían, como un teléfono por satélite. Y ropa interior térmica. Y unas cuantas docenas de paquetes de comida.
– Habríamos sobrevivido sin fuego. Así ha sido durante dos días. Esto sólo nos proporciona algo más de confortabilidad.
Físicamente, tal vez, pero era un subidón enorme para su moral, que ya había sufrido varios golpes fuertes aquel día, y sólo había transcurrido la mitad de la mañana.
– Aunque -continuó él reflexivamente- ojalá me hubiera acordado de la batería antes.
– ¿Para qué? Ninguno de los dos era capaz de hacer nada al respecto -señaló ella-. Tú estabas demasiado conmocionado para moverte y yo demasiado enferma.
– Si hubiera sabido cuál era la recompensa por hacer fuego, habría arrastrado mi cuerpo desnudo por la nieve para conseguir esa batería.
Bailey estalló en carcajadas. No pudo aguantarse al imaginar semejante estampa, y no por lo que al desnudo se refería, aunque pensó que sería estupendo verlo así, a juzgar por las partes que ya había vislumbrado, sino porque alguien estuviese dispuesto a arrastrarse sin ropa por la nieve a cambio de un beso.