Выбрать главу

Él estiró la mano y enredó los dedos en su cinturilla, empujándola hacia atrás.

– Siéntate -le ordenó-. Tenemos que hablar.

Había un tono autoritario en su voz. Bailey enarcó las cejas hacia él.

– ¿Ese tono de voz es para que dé un taconazo y haga un saludo militar?

– Funcionaba con los hombres que tenía bajo mi mando.

– Yo no soy uno de ellos -observó ella.

– Gracias a Dios. Hay una serie de normas con respecto a algunos planes que tengo, en los que estás involucrada. ¿Te los cuento o no? Si quieres, siéntate.

Tiró de su cinturilla de nuevo. Algo asombrada, se encontró sentada a su lado en la bolsa de basura llena de ropa. La superficie era algo desigual, lo que provocó que se ladeara un poco; él le rodeó los hombros con un brazo para mantenerla derecha.

– Quiero ser honrado -dijo, lanzándole una mirada centelleante-, y hacerte una advertencia justa. Pero ésta será probablemente la única vez que lo haga, así que no te acostumbres.

Ella quiso preguntar: «¿Advertencia justa respecto a qué?». Pero temía que ya conocía la respuesta. Quizá «temer» no era la palabra adecuada. Estaba asustada, sí. Molesta. Aterrorizada. Y, sobre todo, excitada.

– Cuando creía que iban a rescatarnos, me esforcé todo lo posible en no hacer nada que te asustara -dijo con tanta naturalidad como si estuvieran hablando de la bolsa de valores-. Sabía que volverías a tu territorio, que tendrías la última palabra y me evitarías si movía pieza demasiado pronto. Pero ahora sé que no van a venir a rescatarnos y te tengo para mí sólito durante días, quizá un par de semanas. Es justo que te diga que planeo desnudarte dentro de un día más o menos, en cuanto consigamos descender a una cota de altura más cálida y nos sintamos más fuertes y sanos.

Bailey abrió la boca para decir algo, cualquier cosa, después la cerró porque no se le ocurrió nada. Su mente estaba extrañamente en blanco. Debería estar… ¿qué? Todas sus respuestas habituales en intentos de flirteo parecían haberse ido de paseo, porque no pudo pensar en ninguna.

De nuevo intentó decir algo, pero cerró la boca una vez más. Debería pararle los pies, como hacía habitualmente cuando la gente intentaba traspasar sus defensas, y le desconcertaba ser capaz de ello.

– ¿Hay alguna razón para que estés imitando a un pececillo? -preguntó él con una sonrisita, ladeando la cabeza. Temerosa de no poder decir algo coherente, negó con la cabeza-. ¿Alguna pregunta? -Su cabeza estaba inundada con un millón de ellas, la mayoría sin palabras, un montón de cosas que no podía decir. De nuevo negó con la cabeza-. En ese caso, hay que ponerse a trabajar. Tenemos que hacer muchos preparativos.

Empezó a levantarse, pero esta vez fue Bailey la que lo agarró por la cintura.

– He dejado el paquete de toallitas de aloe y tu muda de ropa interior limpia ahí dentro -dijo, señalando el refugio. Se alegró de que su voz funcionara de nuevo, aunque lo que estaba diciendo parecía completamente intrascendente-. Tienes que asearte o esta noche dormirás fuera.

Cinco minutos después, aún podía oír cómo él se reía en el refugio.

Volver a ocupar su mente con asuntos prácticos supuso un esfuerzo, pero se quedó paralizada al darse cuenta de todo lo que había que hacer antes de tratar de salir de la montaña.

Una de las primeras cosas, como Cam había dicho, era hidratarse, y eso suponía derretir tanta nieve como fuera posible y cuanto más rápido mejor. Las piedras que había puesto alrededor del fuego absorbían calor, pero no parecían estar tan calientes como para que la botella de plástico se derritiera, así que la llenó de nieve y la colocó en el borde exterior del círculo, apoyada en las piedras.

Lo segundo, al menos eso creía ella, se refería al propio Cam. Estaba poco preparado para esas temperaturas. Ella tenía mucha ropa, pero nada que le sirviera a él. Por otra parte, como tenía mucha, si una no le entraba, probablemente dos juntas sí. El gran problema eran sus zapatos, pero contaba con el cuero de los asientos. Necesitaba hacer una especie de chanclos que le proporcionaran aislamiento, que no dejaran pasar la nieve y que no entorpecieran su marcha. Una tarea complicada, porque ella no era zapatera. No podía cortar y coser el cuero para darle la forma adecuada. Tampoco podía desperdiciar el material cortándolo de una forma que no sirviera.

Cogió el cuaderno y un bolígrafo e intentó dibujar cómo tenía que doblar el cuero para poder calcular los cortes de antemano. Abrió el bolígrafo y pasó la punta por el papel, pero éste seguía en blanco. La tinta estaba congelada. Frustrada, lo puso también contra las piedras tibias. Vio que ya se había derretido algo de la nieve de la botella. Sin duda alguna, el fuego era algo maravilloso.

El avión había sido saboteado y la lógica de Cam acerca de quién estaba detrás de ello era difícil de refutar. Seth había tratado de matarla y no le había importado en absoluto que Cam la acompañara en aquel último viaje. Le resultaba difícil de aceptar, difícil de comprender.

Los últimos dos días habían sido una pesadilla de dolor, frío intenso y enfermedad, de exigirse esfuerzos a sí misma en el límite de su capacidad de resistencia. Pero sentada allí, mirando el fuego, sintió que se le levantaba el ánimo. Con razón los hombres primitivos bailaban en torno a la hoguera; probablemente se ponían locos de alegría por tener calor y luz. Se inclinó hacia delante, estiró las manos y sintió el calor en las palmas. Nunca, nunca, olvidaría que el calor hay que conseguirlo, que no viene dado de por sí.

Se sentía mejor. La hinchazón y el enrojecimiento de su brazo habían disminuido. Cam también estaba mejor. Nadie venía a rescatarlos, así que se rescatarían ellos mismos. Por primera vez, confió en que sobrevivirían, porque ahora tenían fuego.

Y cuando volvieran a Seattle, iba a haber mucho que solucionar.

Capítulo 23

La oficina de J &L parecía una morgue. La pura necesidad física había forzado a Bret y a Karen a ir a casa a dormir la segunda noche.

– Siento que estamos abandonándolo -dijo Karen cuando se iba.

Las redes de búsqueda de la Patrulla Aérea Civil no habían encontrado nada. Bret había solicitado todos los archivos del servicio del Skylane, y él y Dennis, el mecánico-jefe, los habían revisado una y otra vez, buscando algún problema no resuelto que pudiera haber producido la catástrofe. No había nada; el Skylane era seguro, había entrado en el taller para el mantenimiento normal y cosas sin importancia, como arreglar el sistema antivaho de la ventana del piloto.

El encargado de la búsqueda, un hombre achaparrado de pelo gris llamado Charles MaGuire, era diligente pero pesimista. Veterano en estas búsquedas, era consciente de que casi nunca salían bien. Si había supervivientes, se sabía casi inmediatamente. De lo contrario, si el choque se había producido en un lugar remoto, los cuerpos, o lo que quedara de ellos, serían recuperados… la mayoría de las veces.

– La señal del transpondedor se perdió… aquí -dijo, señalando un punto al este de Walla Walla-. En la zona del parque nacional de Umatilla. Hemos concentrado la red de búsqueda ahí. Pero la FSS recogió una transmisión de socorro confusa aproximadamente quince minutos después. Había muchas interferencias, así que sólo se entendían unas cuantas palabras. No sabemos si es el mismo avión, pero no tenemos ningún otro relacionado con un mensaje de socorro. Evidentemente, no conocemos los datos de velocidad o altura, pero tenemos que suponer que el avión tenía problemas desde el momento en que se perdió la señal del transpondedor.

– Cam habría enviado el mensaje por radio entonces, no habría esperado quince minutos -señaló Bret.