Como eran dos trabajando y Cam tenía más idea de lo que estaba haciendo que Bailey el primer día, el refugio estuvo montado rápidamente. El ángulo del árbol donde estaba apoyado sobre la gran roca formaba en el punto más alto un espacio lo suficientemente amplio para que pudieran estar sentados. Cam había situado la hoguera de forma que parte del calor irradiara contra la roca, y de esa manera en el refugio. Proteger el fuego del viento seguía siendo un problema, así que amontonó ramas para formar un parapeto al otro lado de la hoguera, levantándolo más hasta que las llamas dejaron de bailar tan salvajemente.
Al final estaban un poco sudorosos y muy sucios. El asunto de la suciedad hizo arrugar la nariz a Bailey, pero lo peligroso era el sudor. Cam se sentó junto al fuego mientras ella se arrastraba al interior de su nuevo «hogar», rematado con los trozos de gomaespuma que Bailey había insistido en traer -por lo menos no pesaban casi nada-. Dentro del refugio, se aseó y se secó lo mejor que pudo.
Cuando salió, una vez más envuelta en capas de ropa, Cam estaba poniendo unas piñas cuidadosamente en torno a los bordes de la hoguera.
– Qué bien -dijo ella-. Ahora el campamento olerá muy navideño. Ese es un toque en el que no había pensado.
– Listilla, cuando las piñas estén tostadas podemos comer los piñones. Ojalá me hubiera acordado de esto ayer.
– ¿De verdad? ¿Piñones? ¿De verdad salen de las piñas?
Siempre había pensado que los piñones se llamaban así por alguna razón desconocida. Le resultó divertido averiguar la verdad. Agachada junto al fuego, tocó con un dedo las piñas. ¿Quién lo hubiera creído? Entró en éxtasis ante la idea de tener comida, comida caliente. Unos frutos secos, cualquier tipo de fruto seco, ayudarían mucho a aliviar su hambre.
– Sí, de ahí salen. Vigílalas y no dejes que se quemen -le dijo Cam mientras se deslizaba dentro del refugio-. Voy a secarme antes de que este sudor se congele sobre mi cuerpo.
Ella se sentó y estiró las manos hacia el fuego. Transcurrido un instante, se dio cuenta de que estaba escuchando atentamente los sonidos que hacía Cam mientras se quitaba la ropa y se secaba enérgicamente, imaginándoselo desnudo, aunque sabía que no lo estaba, como tampoco ella se había desnudado. ¿La había oído él moverse mientras se quitaba capas de ropa y se la había imaginado desnuda? ¿O había estado demasiado ocupado recogiendo las piñas?
Bruscamente se dio cuenta de que su limpieza podía casi interpretarse como un preludio para el sexo, como si se hubieran estado preparando el uno para el otro. No se había sentido incómoda con él en absoluto durante las tres noches que habían pasado juntos, pero entonces el sexo no estaba sobre el tapete. Ahora sí. Y aunque el sexo en sí no la hacía sentirse incómoda, la perspectiva de sexo con él era suficiente para que se sintiera nerviosa y cohibida.
Quizá estaba viendo en la situación más de lo que realmente había. Después de todo, él todavía estaba recuperándose de una herida grave en la cabeza. Era un hombre inteligente; sabía que no debía hacer demasiados esfuerzos ahora.
«Sí, sí -pensó irónicamente-. Por eso ha estado arrastrando un trineo por la nieve todo el día».
Por otra parte, había estado arrastrando un trineo todo el día. Probablemente estaba agotado. El sexo era casi con certeza lo último que tendría en mente.
Claro. Era el mismo hombre que había tenido una erección el primer día, cuando estaba medio muerto, y esa situación se había repetido varias veces. Por lo que había visto, el sexo era la última cosa en su mente… antes de quedarse dormido, y la primera cuando despertaba.
Se percató de que había sido muy discreto. No la había presionado en absoluto, a pesar de no ser precisamente moderado. Era tranquilo pero decidido y de fuerte determinación. Tomaba la decisión de hacer algo y lo hacía contra viento y marea. Eso no era ser discreto.
Pero, en el fondo, la cuestión era si ella quería tener sexo con él. ¡Sí! Y no. Estaba aterrorizada de que las cosas hubieran llegado tan lejos entre los dos, pero su objeción era a un nivel mental y emocional. En el plano puramente físico, quería sentir su peso sobre ella y sus caderas apretadas entre las piernas. Quería sentirlo en su interior.
Tenía que decidir: ¿sí o no? Si decía no, Cam se detendría. Confiaba en él absolutamente en ese aspecto.
Una mujer inteligente diría no. Una mujer cauta se negaría. Bailey siempre había sido inteligente y cauta.
Hasta ese momento. Miró hacia la entrada del refugio y todos sus instintos susurraron: «Sí».
Capítulo 29
A Cam se le ocurrió una nueva idea. Vació el botiquín de metal otra vez y lo llenó de nieve, después lo colocó sobre las brasas calientes que había al borde de la hoguera y echó un puñado de agujas de pino. Dijo que se suponía que el té era nutritivo, y que algo caliente para beber les reconfortaría.
Bailey estaba tan alterada que casi no podía quedarse quieta. Hacía media hora, la idea de una bebida caliente la habría entusiasmado, pero ahora no podía dejar de pensar en la noche que se aproximaba. Automáticamente abrió una piña como él le había enseñado, y buscó las pequeñas semillas negras; no había ni una. En la primera piña había encontrado diez o doce, pero eran demasiado pequeñas para llenar el estómago. Al menos, lo bueno era que había muchas piñas. Tardaron bastante tiempo en tostarlas y recoger los piñones, pero tampoco tenían compromisos urgentes como para andar con prisas.
Finalmente recogieron suficientes piñones para sentirse como si hubieran comido en realidad algo consistente. Para su sorpresa, a pesar de haber ingerido sólo un puñado, estaba asombrosamente harta. Debían estar más tostados, así que el sabor no era muy agradable, pero no le importó; por lo menos habían metido algo en el estómago. No habían llegado todavía a la etapa de comer larvas, pero por primera vez sabía lo que era tener tanta hambre como para que los gusanos no estuvieran totalmente descartados. Cuando la nieve que había en la caja del botiquín se derritió, Cam echó más hasta obtener el líquido equivalente a una taza para cada uno. Ella observó cómo el agua adquiría un tono verde pálido a medida que las agujas de pino se maceraban.
– ¿Enseñan estas cosas en los boy-scouts? -preguntó ella al fin, sólo para romper el silencio-. ¿Cuánto tiempo estuviste con ellos?
– Todo el tiempo, desde cachorro hasta águila. Era divertido, y esa experiencia me resultó útil cuando tuve que estudiar técnicas de huida y evasión en caso de que mi avión fuera derribado.
– ¿Derribado? Creía que pilotabas un avión cisterna.
– Sí. Eso no significa que un caza enemigo no pudiera mandarme un misil si se le presentaba la oportunidad. Piensa en ello. Si liquidas un avión cisterna habrá muchos cazas que no podrán repostar en el aire. Por eso un supertanque nunca vuela solo.
Sintió náuseas sólo de imaginar un misil haciendo impacto en un avión cisterna. ¿Qué posibilidades había de que sobreviviera alguien a una explosión y un incendio de esa magnitud? También se había imaginado que pilotar un super-tanque era uno de los oficios más seguros para un piloto. Ahora lo veía como estar sentado sobre una enorme lata de gasolina, con idiotas tirándole cerillas. ¿Cómo soportaban las esposas de los militares el estrés? ¿Y qué clase de cabeza de chorlito era exactamente la ex esposa de Cam que no pudo soportar que abandonara la vida militar?
Ignorando adónde la habían conducido sus pensamientos, él metió el dedo en aquel improvisado té y lo retiró rápidamente.
– Creo que esto ya está bien caliente -dijo. Ella le pasó la tapa del bote de desodorante y él la sumergió con rapidez en el líquido que humeaba ligeramente, la llenó hasta la mitad y se la volvió a entregar con cuidado.