Se quedó muy quieta hasta que renunció a seguir eludiendo la situación, porque, de todas formas, tampoco estaba funcionando. Podía racionalizar y dar todos los rodeos que quisiera, pero estaba perdiendo tiempo y esfuerzos. ¿Podía haberse enamorado de él en sólo cuatro días? Como él había señalado, el tiempo que habían estado juntos era el equivalente a diecinueve o veinte citas. Desde el punto de vista de la lógica, tenía razón.
Eso era amor. Así que esta dolorosa, vertiginosa, triste, gozosa, confusa explosión de emoción que no respondía a la razón era de lo que la gente hablaba. Era como estar borracha sin los efectos depresivos que hacían más lento el pensamiento y las funciones vitales. Era sentirse impotente y acelerada al mismo tiempo, como si su piel le quedara demasiado ajustada a su cuerpo.
Él no respondió a su sarcasmo. Se limitó a besarla en la frente, como si comprendiera la confusión que la embargaba. Bueno, ¿por qué no iba a entenderla? Él había estado enamorado antes. Tenía experiencia. Tal vez con suficiente experiencia no se encontraría actuando como una tonta, pero esperaba con toda su alma no sentirse así de nuevo. Una vez era suficiente. Si esto no funcionaba, se metería en un convento o quizá se trasladaría a Florida, donde estaría rodeada de gente lo suficientemente vieja para ser sus padres y no se vería tentada de nuevo.
Le quitó la mano del pecho de un manotazo y la apartó a un lado.
– Si no vamos a tener sexo, entonces quítame las manos de encima. -Darse cuenta de que probablemente estaba enamorada de él sólo servía para enfurecerla más. Y también darse cuenta de que estaba al borde de una rabieta era humillante. No iba a suplicar sexo. Y por todos los demonios que no lo iba a dejar, aunque le suplicara sexo. Quería darle una patada, agarrarle el pene y retorcérselo. Así aprendería. En vez de Charlie Diversión tendría que cambiarle el nombre y llamarlo Charlie Sacacorchos.
Pudo sentir que él se agitaba, pudo sentir su respiración desigual. El muy maldito estaba riéndose, aunque tenía el buen sentido de tratar de ocultarlo.
Bailey se apartó de él con furia renovada, porque no podía ni siquiera moverse para no tocarlo. Tenían que tocarse; tenían que estar pegados, tenían que compartir su calor.
Sólo para demostrarle lo poco que él le importaba, iba a quedarse dormida. Y esperaba roncar.
La tentación la corroía. Quería matarlo. Quería destrozarlo. Ah, demonios, tenía que ser amor.
Prefería tener la peste. Al menos tendría posibilidades de curarse.
Tardó más de media hora en tranquilizarse, media hora durante la cual pudo notar que él estaba despierto y atento, compenetrado con cada respiración suya. ¿Cómo se atrevía a estar preocupado por ella? Si verdaderamente estuviera tan preocupado, le habría dado lo que quería.
Fue una prueba para su fuerza de voluntad lograr dormirse.
Capítulo 30
Bailey despertó suavemente con el placer de su mano dura y cálida moviéndose de un pecho a otro, masajeando y acariciando. No tuvo sensación de desorientación; se dio cuenta inmediatamente; sabía quién la sostenía tan firmemente. Estiraba y pellizcaba delicadamente sus pezones con mano lenta y segura, mientras los endurecía y se ponían tensos. El placer se arremolinaba desde sus senos en ondas perezosas y se derramaba por todo su ser, empezando a evocar el calor y la plenitud del deseo.
Flotaba adormecida entre el placer y el sueño. Si quería más, todo lo que tenía que hacer era apretarse contra la erección que notaba a su espalda. Todo lo que necesitaba era una simple invitación…
Abrió los ojos de repente cuando el recuerdo la inundó.
– ¡Aparta esa maldita cosa de mí! -le dijo con dureza, y se alejó bruscamente tratando de liberarse tanto de las pesadas capas de ropa como de su brazo. Si creía que podía cambiar constantemente de opinión y que ella iba a bailar a su son, entonces su percepción era completamente errónea.
Él se dejó caer de espaldas riéndose tanto que ella creyó que iba a ahogarse. Pensó en ayudarlo a ahogarse. Finalmente se las arregló para darse la vuelta y quedar acostada sobre el vientre y levantarse apoyándose sobre los codos. Lo miró ferozmente a través del cabello que caía por su cara. Debía de venir de alimentar el fuego, aunque ella no se había despertado cuando había salido del refugio. La luz de la hoguera estaba destellando con fuerza, reflejándose en la roca que había detrás de él y arrojando suficiente luz al interior del refugio como para que ella pudiera verlo bastante bien mientras se agarraba el estómago y estallaba en carcajadas. Fulminándolo con la mirada, esperó a que se diera cuenta de que aquello no le hacía ninguna gracia.
– No puedo quitármelo y meterlo en el bolsillo cuando no lo uso -pudo decir por fin, secándose las lágrimas de los ojos.
– No me importa donde lo pongas -dijo ella rotundamente-. Sólo deja de empujarme con él.
– Te preguntaría si estás de mejor humor que cuando te quedaste dormida, pero a primera vista diría que no. -Todavía estaba sonriendo cuando se acostó de nuevo a su lado, colocando uno de sus musculosos brazos bajo la cabeza y estirando el otro para agarrarla por la cintura y arrastrarla otra vez a su sitio. Ella se puso tensa, malhumorada con la situación, pero consciente que tenían que dormir en esa postura. La otra opción era acostarse cara a cara, abrazados, lo que no estaba dispuesta a hacer, o tenerlo ella en su regazo, cosa que tampoco quería. Cam pegó sus muslos a los de ella, que apoyó los hombros en su pecho, y su calor la rodeó una vez más… Y el bulto de debajo de sus pantalones se apretó contra su trasero, justo como antes.
Le apartó un mechón de pelo de la cara y ella trató de alejar la cabeza con irritación ante aquel roce.
– He estado tratando de despertarte durante media hora -murmuró él.
– No sé para qué. Querías que durmiera, y estaba durmiendo. Déjame en paz.
Apretó su brazo en torno a ella.
– Estaba tratando de ser considerado. Estabas tan nerviosa que no lo hubieras disfrutado -explicó.
Ella apretó los labios.
– ¿Y cómo lo sabes? No me diste la oportunidad.
– No tenía sentido aprovechar la oportunidad. A medida que ha transcurrido la tarde te has ido poniendo cada vez más tensa. No sé qué ha sido lo que te ha molestado, pero podía esperar hasta que estuvieras preparada para hablar de ello o hasta que lo solucionaras tú sola.
– Deja de intentar ser tan comprensivo -replicó Bailey malhumorada-. No te pega. -Pero no lo apartó cuando él la arrimó más.
– ¿Entonces estás lista para hablar del asunto?
– No.
– ¿Te has reconciliado con ello, sea lo que sea?
– ¡No! Déjame en paz, ya te lo he dicho. Quiero dormir. -No tenía nada de sueño ahora, pero él no tenía por qué saberlo.
Le apartó el pelo y le frotó su cara contra la nuca; sus labios y su aliento le quemaban la piel.
– Sé que esto de confiar en alguien no es fácil para ti -murmuró; el movimiento de sus labios era la caricia más suave y ligera-. Te gusta estar sola.
No, no le gustaba; estaba más cómoda sola. Había una diferencia.
– Es arriesgado querer a alguien -continuó con ese tono suave, poco más que un susurro. Su voz la tranquilizaba como si fuera whisky añejo-. Y a ti no te gusta arriesgarte. Has mantenido a la gente a distancia porque sabes que eres una buenaza, y la mejor forma de protegerte es no permitiendo que nadie se te acerque.
Sintió un pequeño escalofrío, que dejó detrás una estela de pánico.
– Yo no soy una buenaza. -Actuaba de forma tranquila y distante porque era una persona tranquila y distante. No lloraba porque no era llorona. Definitivamente no era una buenaza.
– Eres una buenaza -repitió él-. ¿Crees que no me acuerdo de que me hablabas, después del accidente, cuando todavía pensabas que yo era un amargado envarado? Tu voz era tan delicada como si estuvieras hablando a un bebé. Me diste palmaditas.