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Bailey aleteó con la mano flácida durante un momento antes de palmearle el hombro.

Con esfuerzo, él consiguió separarse de ella y se dejó caer a su lado, tiró de algunas de las prendas que habían apartado hasta que pudo arrastrar una o dos sobre sus cuerpos.

– No te duermas -advirtió él, aunque su voz sonaba como si estuviera medio dormido-. Tenemos que arreglar esto… Tienes que vestirte…, tengo que revisar el fuego… -Su voz se apagó. Transcurrido un minuto soltó una palabrota y se sentó-. Y si no lo hago ahora mismo, me quedaré dormido yo.

Se quitó el condón y se limpió, después empleó unos segundos en ponerse la ropa, arreglarse y subirse la cremallera antes de salir a ver el fuego.

Lo bueno de los condones, pensó Bailey medio dormida, es que ella no tenía que limpiarse. Lo único que tenía que hacer era dormir.

Le pasó por encima una oleada de aire helado y refunfuñó. Adiós a aquello de no volver a sentir frío nunca más. Se sentó y logró desenredar los pantalones de la pierna, ponérselos y subírselos, y empezó a poner orden en el completo caos de sus prendas.

Cam volvió a entrar en el refugio, bloqueando momentáneamente con sus anchos hombros el resplandor de la hoguera. La ayudó a colocarse, después se acostó junto a ella y arregló la última capa de ropa sobre ellos antes de caer de espaldas y acercarla a su costado.

Bailey apoyó la cabeza en su hombro de una forma tan natural como si hubieran dormido juntos durante años.

Se sentía un poco aturdida… No, bastante aturdida. Y relajada. Y saciada. Quizá un poco dolorida. Pero, sobre todo, sentía que encajaban de una forma aterradoramente perfecta.

Capítulo 31

Logan Tillman, el hermano de Bailey, apareció en las oficinas de J &L la mañana del quinto día. Bret supo quién era inmediatamente, antes incluso de que se presentara. Bailey y él no se parecían mucho. Logan era más alto, tenía el pelo más oscuro, los ojos más azules. Pero había algo en su expresión, cierta reserva, que hacía ver en ellos una semejanza. Además de eso, su rostro estaba demacrado por el dolor, al igual que el de la mujer alta y pecosa que estaba a su lado.

– Soy el hermano de Bailey, Logan Tillman -dijo cuando se presentó ante Karen-. Esta es mi esposa, Peaches. Yo…, nosotros no podíamos quedarnos en Denver sin contacto, sin noticias. Es mejor estar aquí. ¿Sabemos algo nuevo?

Bret salió de su oficina para estrecharles la mano.

– No, nada. Lo siento. -Estaba tan demacrado como ellos; desde que Cam había desaparecido, sólo había dormido de forma intermitente. A pesar de eso, había empezado a volar de nuevo, porque el negocio tenía que continuar. Financieramente estaba cayendo en picado, algo con lo que nunca había contado cuando él y Cam formaron su sociedad. Habían actuado con inteligencia, habían contratado seguros que cubrieran los aviones y a ellos dos, de forma que el negocio continuara si les ocurría cualquier cosa; pero no habían pensado en la inclinación natural de las compañías de seguros a retrasar el pago del dinero.

Aunque el avión de Cam había desaparecido del radar sobre un terreno extremadamente accidentado -lo que significaba que se había estrellado-, como no se habían encontrado los restos del aparato ni se había recuperado el cadáver del piloto, por lo que respecta a la compañía de seguros todavía estaba vivo hasta que se encontraran sus restos o un tribunal lo declarara muerto. La dura realidad era que a Bret le faltaban un avión y un piloto, y por lo tanto tenía menos ingresos. Por la noche no hacía más que dar vueltas preocupado por las deudas que no podía pagar. No podía creer que hubieran sido…, que él hubiera sido tan miope. Tendría que contratar a otro piloto, por supuesto, pero encontrar uno que reuniera las cualidades de Cam llevaría tiempo.

Se dio cuenta de que Karen estaba lanzándole una de sus miradas de soslayo, que prometía una penitencia si no hacía lo que ella quería. Respiró cansinamente. Ella estaba esperando que le contara al hermano de Bailey lo que habían averiguado sobre el combustible.

Tenía razón: Logan debía saberlo. Bret no quería ser el encargado de decírselo, pero no tenía elección.

– Vamos a mi oficina -dijo resoplando-. ¿Quieren un café?

Peaches lanzó una mirada a su marido, como sopesando si necesitaba o no una dosis de cafeína.

– Sí, por favor -dijo, y cogió de la mano a Logan. Él le apretó la mano como respuesta y logró un esbozo de sonrisa.

Bret los llevó a su oficina, y les ofreció dos sillas para que se sentaran.

– ¿Cómo quieren el café?

– Uno con leche y el otro solo -contestó Peaches. Su voz era como la de Campanilla, suave y rápida. Bret había hablado mucho con Bailey cuando la llevaba de viaje y recordaba cuánto le gustaba su cuñada. Logan parecía ser el único miembro de su familia con el que mantenía contacto; era el único que ella había mencionado alguna vez.

Su dolor era tan intenso que un velo de sufrimiento parecía cubrirlos. Tenía que salir de allí.

– Voy a buscar el café -dijo y salió rápidamente de su oficina. Fuera se encontró con que Karen ya estaba preparando el café, porque, por supuesto, había estado escuchando. Ella le lanzó una mirada rápida y penetrante, leyendo su expresión.

– Aguántate, jefe -dijo, lanzándole una mirada irónica. Nada de compasión, pero cualquiera que esperara compasión de Karen Kaminski estaba muy equivocado. Se fijó en que se había vuelto a teñir el pelo; antes habían sido unas cuantas llamativas mechas negras en el pelo rojo, pero ahora su cabello era más negro que pelirrojo. Se preguntó si ésa era su manera de llevar luto.

Había encontrado una bandeja en alguna parte y colocado tres tazas en ella, unas tarrinas individuales de leche condensada y cucharillas, y después había echado el café. Bret cogió la bandeja en silencio y la llevó a su oficina, donde la puso sobre el escritorio.

Logan se inclinó hacia delante, cogió una taza de café solo y se la dio a su mujer. Bret miraba mientras echaba la leche condensada en su café y recordó que Bailey también lo tomaba así. El recuerdo le resultó inesperadamente vivido y doloroso.

Cien veces al día dudaba que el accidente había tenido lugar y sentía el impulso de levantarse e ir a decir algo a Cam, pero eso no era sorprendente, puesto que habían sido amigos y después socios durante mucho tiempo. Aunque sus encuentros con Bailey habían sido casuales y esporádicos, ella le gustaba. Cuando estaba relajada era divertida y sarcástica, y no parecía tan seria.

A Cam ella no le gustaba nada, y el sentimiento era mutuo. Pensándolo bien, era irónico que hubieran muerto juntos.

Bret agarró su taza y se quedó de pie dándoles la espalda, mirando por la ventana mientras luchaba por controlar su expresión.

– Hay una discrepancia en los registros del combustible -dijo finalmente, con un tono bajo e inexpresivo.

Detrás de él hubo un silencio.

– ¿Qué quiere usted decir? -preguntó Logan con cautela-. ¿Qué clase de discrepancia?

– El avión no tenía suficiente combustible. Repostó menos de la mitad de lo que se necesitaba para llegar a Salt Lake City, donde tenían programado repostar de nuevo.

– ¿Qué clase de piloto despegaría sin suficiente combustible? ¿Y por qué no aterrizó en algún lugar para repostar?

Logan parecía enfadado y Bret sabía cómo se sentía. Dio la vuelta y se enfrentó al hermano de Bailey.

– Contestando a su primera pregunta -dijo lentamente-, un piloto que creyera que tenía suficiente porque el indicador de combustible así lo señalaba. Y eso responde también a su segunda cuestión.

– ¿Y por qué no lo sabía? ¿Está diciendo que el indicador de su avión estaba mal? ¿Cómo puede saberlo si no se han encontrado los restos del aparato?

Logan era agudo, Bret tenía que concederle eso. Había captado rápidamente de qué estaba hablando, haciendo todas las preguntas correctas.