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– Los depósitos del avión estaban casi vacíos cuando aterrizó el día anterior. Pero cuando repostó esa mañana sólo se cargaron ciento cincuenta litros, que es menos de la mitad de lo que cabe en una sola ala del avión.

– Entonces el tipo que puso el combustible cometió un error, pero eso no explica por qué piensa usted que el indicador de combustible estaba averiado. -Logan empezaba a enfurecerse; estaba claro por la impaciencia creciente de su voz.

– Yo no he dicho que el indicador estuviera averiado -señaló Bret con tanta cautela como Logan un momento antes-. No creo que lo estuviera.

– ¿Entonces?

Continuó escogiendo todavía cautelosamente las palabras:

– Hay formas de hacer que el indicador de la gasolina marque que está lleno cuando en realidad no lo está.

Un nuevo silencio se extendió entre ellos. Logan y Peaches se miraron; después fruncieron el entrecejo.

– Cuando hablamos por teléfono le conté lo que Tamzin había dicho y usted lo echó por tierra. ¿Está diciendo ahora que es probable que haya habido sabotaje? -preguntó Logan.

– No lo sé. Hasta que se encuentre el lugar del accidente todo son conjeturas. -Se frotó con aire cansado las sienes-. Pero no hay otra explicación. Cam era el piloto más meticuloso que he conocido. Revisaba mil veces los aparatos; no daba nada por supuesto cuando se trataba de volar. No es posible que no se haya dado cuenta si el indicador de combustible señalaba que los depósitos estaban casi vacíos.

– ¿Sería muy difícil manipular el indicador?

– No es difícil -admitió Bret-. En realidad no se manipula el indicador, sino los depósitos. Hay una forma de que parezcan llenos cuando en realidad no lo están.

– ¿Han informado a las autoridades de esto? -ladró Logan-. ¿Y de lo que dijo Tamzin?

Bret asintió.

– Sin pruebas, sin encontrar los restos del avión, no se puede hacer nada.

– Sin duda, habrá cámaras de videovigilancia y conservaran las grabaciones. Esto es un aeropuerto, ¡por el amor de Dios!

– Un aeropuerto muy pequeño, sin vuelos comerciales. Pero sí, hay cintas grabadas de videovigilancia.

– ¿Y?

– Y la empresa encargada de la seguridad no las soltará sin una orden judicial. El investigador del NTSB, MaGuire, está presionando para conseguirlas, pero todavía no se las han dado.

– ¿Por qué demonios no quieren cooperar? -Pálido y agitado, Logan se puso de pie y empezó a recorrer la habitación.

– Por miedo a un juicio, con toda probabilidad. Podría tratarse simplemente de su política de empresa, y algunas personas se atienen a ella.

– Pero después de lo que dijo Tamzin, ¿la policía no ha interrogado a Seth Wingate?

– ¿Alguien más oyó a Tamzin decirle eso? -preguntó Bret con toda intención-. A decir verdad, no se caracteriza por ser una persona equilibrada. Y Seth es un Wingate; no ha hecho nada en la vida, pero aun así es un Wingate, y ese nombre tiene mucho peso.

– Bailey también tenía ese nombre -dijo Logan con la voz quebrada, y volvió la espalda para ocultar su emoción. Con lágrimas brillándole en los ojos, Peaches se levantó, se dirigió hacia él y apoyó la cabeza en su espalda. Sólo eso, pero él se calmó y la rodeó con el brazo.

Bret guardó silencio, sin atreverse a explicar que Bailey no era precisamente la persona más popular entre la familia. Los círculos sociales en los que se movían los Wingate la habían rechazado después de la muerte de su esposo. La consideraban una arribista que se había aprovechado de un hombre enfermo y maduro que había perdido a su esposa y que poco después había descubierto que también él se estaba muriendo. Después de su muerte, Bailey se había quedado a vivir en la casa que por derecho debería pertenecer a sus hijos y controlaba la gran fortuna de los Wingate. Pero no iba a decirle nada de eso a su atribulado hermano.

– Entonces no se puede hacer nada.

– En este momento no. Sin embargo, cuando se encuentren los restos, si hay evidencia de sabotaje la situación cambiaría.

– Si se encuentran los restos.

– Se encontrarán -dijo Bret con confianza-. Tarde o temprano.

Tarde o temprano, eso era lo malo. Podía significar dentro de dos días, dos años o el próximo siglo. Mientras tanto, era posible que alguien saliera impune después de cometer un asesinato.

* * *

– No puedo soportarlo -dijo Logan esa noche mientras recorría a grandes zancadas la habitación del hotel. Había caminado mucho desde que recibió la noticia de que el avión en el que iba Bailey había desaparecido-. Los registros del combustible por sí solos deberían ser suficientes para convencer a un juez de que algo raro sucedió.

Peaches estaba acurrucada en la cama; dejaba ver su blanca piel salpicada de pecas. Ninguno de los dos había dormido ni comido mucho en los últimos días. Lo peor era aquella incertidumbre. Lo único que parecían tener claro era que Bailey estaba muerta. Resultaba especialmente cruel aceptar eso y no poder encontrar su cuerpo. Debería tener un entierro, una ceremonia que señalara el final de su vida. Peaches, con resolución, no se permitía pensar en lo que les ocurría a los cadáveres en medio de una montaña, pero sabía que Logan lo había pensado y eso lo estaba carcomiendo.

Una llamada a la puerta de su habitación los sobresaltó, porque no habían solicitado el servicio de habitaciones, ya que preferían buscar un lugar más barato para comer. Las vacaciones canceladas habían supuesto un desembolso considerable del que sólo obtendrían una devolución parcial. Y luego estaba la estancia en un hotel en los últimos días. Con tantos gastos, empezaban a preocuparse un poco por el dinero.

– Probablemente sea Larsen -dijo Logan, ya que Bret sabía dónde se hospedaban, aunque se sorprendió de que hubiera ido hasta el hotel en lugar de llamar por teléfono si quería hablar con ellos de nuevo.

Abrió la puerta y se quedó petrificado. Al notar que algo sucedía, Peaches saltó de la cama, corrió a su lado y se quedó mirando perpleja al hombre alto y de pelo oscuro que estaba allí de pie. No lo reconoció, pero una sensación de incomodidad la hizo adivinar.

– ¿Qué demonios quiere? -preguntó Logan con tanta hostilidad que ella se sobresaltó-. ¿Cómo ha sabido dónde encontrarnos?

– Hablar. Y encontrarlo ha sido fácil. Me he limitado a preguntar. Usted llamó a casa y le dijo a la gente dónde podían encontrarlo. Todo lo que tuve que hacer fue decir que había perdido el número de su móvil y que tenía noticias sobre el accidente.

– No tengo nada que hablar con usted. -Empezó a cerrar la puerta, pero Seth Wingate puso la mano y se lo impidió. Era un hombre de fuerte complexión, con un rostro que podría considerarse apuesto si en su expresión no se adivinara un espíritu agotado.

– Entonces limítese a escucharme -replicó fríamente-. No he tenido nada que ver con ese accidente de avión.

– Alguien lo provocó -dijo Logan, con la mandíbula apretada y los ojos duros como el pedernal-. Su propia hermana estuvo alardeando de lo peligroso que es enfadarlo a usted, y dijo también que Bailey había tenido lo que se merecía.

– Mi hermana -dijo Seth con determinación- es una zorra fría y calculadora que no dudaría en empujarme para que me despeñara.

Logan tuvo ganas de darle un puñetazo en la cara, pero se contuvo. Peaches estaba allí a su lado y aunque no le importaba pelear, no estaba dispuesto a arriesgarse a que saliera herida.

– Su amor fraternal es realmente conmovedor -comentó con desprecio.

En la boca de Seth se dibujó una sonrisa amarga.

– No sabe ni la mitad -dijo-. Sólo quería que supiera que yo no lo hice.

Después se dio la vuelta y se marchó, dejando a Logan y a Peaches de pie en la puerta de la habitación mirando cómo se alejaba por el pasillo.