Capítulo 32
Durante su última incursión para avivar el fuego, Cam localizó el botiquín entre el revoltijo de ropa, lo desenvolvió y lo sacó para llenarlo una vez más de nieve. El ingenio de Bailey al usarlo como calentador de cama le hizo sonreír; tenía un talento endiablado para ver más allá del uso habitual de un objeto y adaptarlo a sus necesidades. Si se hubieran visto obligados a permanecer en el lugar del accidente mucho más tiempo, no dudaba de que su refugio de palos se habría metamorfoseado en una cabaña de barro, y habría construido un molino con los restos y el metal del avión para alimentar la batería de modo que pudieran disponer de todo el fuego que quisieran. Después de echar leña a la hoguera, puso la caja junto a los tizones humeantes. Tener algo caliente para beber por la mañana sería estupendo. Poder quedarse en la cama todo el día sería aún mejor, pero en su situación desesperada con respecto a la comida no tenían esa posibilidad.
Esperó mientras se derretía la nieve en el botiquín agachado tan cerca del fuego como pudo, pero aun así temblaba a causa del aire helado. Después de echar más nieve en la caja, así como un puñado de agujas de pino, se metió otra vez en el refugio con otra hora de sueño por delante antes de que amaneciera y empezara otro día agotador.
Bailey no se despertó, pero no lo había hecho ninguna de las veces que él había salido a alimentar el fuego durante la noche. Se tumbó a su lado y ella se le acercó como una paloma, abrazándose a él y acurrucándose sin despertarse. Con suerte, pasarían el resto de sus noches así, pero él no daba nada por sentado. Sabía perfectamente que a ella le costaba mucho trabajo avanzar en una relación. Dejarse arrastrar era un concepto extraño para ella, y la confianza emocional era algo que trataba de evitar.
Él tenía mucho trabajo que hacer. Podía esquivarlo o desmantelar los prejuicios de su infancia. Un divorcio era traumático para todo el mundo, especialmente para los niños, pero en la personalidad de Bailey había causado verdaderos estragos. Necesitaba una seguridad más profunda que la mayoría, y se había pasado su vida adulta procurando estar tan segura como fuera posible, aunque eso significara no permitirse mostrar interés por nadie.
Podía enfrentarse también a él, se dijo alegremente. Sus días de soltero habían terminado. Tendría que llegar hasta el final. Ella no toleraría que fueran sólo amantes durante mucho tiempo, pero, por otra parte, le entraría el pánico ante la idea de un matrimonio real, con un verdadero compromiso. No sabía cómo la convencería de aceptar ese riesgo, pero ya se las arreglaría, y se divertiría mucho en el proceso.
– Aquí tienes tu café de la mañana -dijo Cam, despertándola con un beso y ofreciéndole la tapa del desodorante llena hasta la mitad de la infusión de agujas de pino.
– ¡Hummm, café! -Medio dormida, se esforzó por sentarse girando el cuerpo para apoyarse contra la roca, y cogió la taza. El primer sorbo fue maravilloso, pero no por el sabor, sino por el calor y lo considerado de su gesto. Nadie le había traído nunca nada a la cama, siempre había ido ella a buscarlo. Tomó otro sorbo, después le ofreció la taza a él-. Está estupendo, hecho con las mejores agujas de pino crecidas en Estados Unidos.
Él negó con la cabeza mientras se instalaba a su lado.
– Yo ya he tomado. Eso es todo para ti.
Las agujas de pino no tenían el efecto estimulante del café o el té, pero no podía quejarse. Estaba contenta de poder beber algo. De hecho, se sentía absurdamente feliz esa mañana, sin más, lo cual era aterrador. Trató de alejar aquel pensamiento. Ya volvería a considerarlo más tarde.
– Entonces, ¿qué tenemos hoy en la agenda? ¿Compras, un poco de turismo y después la comida? -preguntó.
– Pensaba que podríamos hacer senderismo en las montañas. -Le pasó el brazo por los hombros y la atrajo hacia él mientras ponía algunas de las prendas de ropa revueltas sobre sus piernas. A pesar del fuego que ardía fuera y de la bebida caliente, el aire todavía era helado y su refugio estaba muy lejos de ser hermético.
– Parece un buen plan.
– Tenemos que hacer un enorme esfuerzo hoy. -Sonaba sombrío y ella le lanzó una mirada rápida-. Quizá tengamos que descolgarnos nosotros y el trineo por algunas paredes verticales. Eso nos haría ganar tiempo. Necesitamos alejarnos de esta zona de vientos hoy para poder señalar nuestra posición con humo.
Bailey no necesitó que le explicara por qué. Los piñones los mantendrían en pie, pero necesitaban algo más que un puñado de semillas un par de veces al día. No sabían cuántas veces más podría hacer fuego con la batería antes de que se le agotara la carga, y las piñas tenían que calentarse para soltar fácilmente los piñones, lo cual convertía en todavía más precaria aquella fuente de alimento. Aquél era un día decisivo para conseguirlo o perecer; esperaba que no literalmente, pero esa posibilidad estaba ahí, había estado ahí desde el primer día. Su situación era realmente desesperada.
Después de comer el puñado de piñones recogieron a toda prisa sus pertenencias, echaron piedras y tierra sobre la hoguera y empezaron a caminar. Ella casi se alegró de que no hubiera oportunidad de hacerse arrumacos o demostraciones amorosas, y menos aún de hacer el amor; bueno, estaba un poco dolorida, lo cual no era sorprendente si se tenía en cuenta todo el tiempo que había pasado sin mantener relaciones sexuales.
Además, necesitaba tiempo para procesarlo. Aunque se adaptaba fácilmente a cualquier situación, emocionalmente era mucho menos flexible. Le vendría bien un día de ejercicio físico sin tener que analizar o reflexionar sobre sus emociones.
Y eso fue exactamente lo que tuvo. Cam impuso un ritmo durísimo, tan duro que ella iba preocupada por él. Marchaba en cabeza, así que si daba un paso en un sitio aparentemente sólido y resultaba ser un banco de nieve que cedía bajo sus pies, se hundiría antes de que ella pudiera reaccionar, y arrastraría el pesado trineo, que caería encima de él.
De pronto esa posibilidad fue tan real que ella gritó pidiendo que se detuviese, y cuando él lo hizo se apresuró a ponerse al frente.
– Yo iré delante -dijo bruscamente, imponiendo el mismo ritmo que él había establecido.
– ¿Qué demo…? ¡Oye! -gritó tras ella, frunciendo el ceño mientras trataba de alcanzarla.
– Tú vas tirando del trineo. Yo iré comprobando la firmeza del suelo.
No le gustaba nada eso, pero hasta que pudiera alcanzarla, no había nada que hacer, y con el peso del trineo no tenía forma de conseguirlo. Ella ajustó las tiras improvisadas de la mochila en sus hombros y siguió abriendo camino.
Cogió una rama larga y resistente para clavarla en el suelo ante ella, sólo para estar segura de que la nieve no iba a hundirse; pero eso no hizo que aminorara mucho la marcha. La posibilidad de ser rescatados esa tarde o al día siguiente la impulsaba. ¡Dios, quería salir de esa montaña! Impuso un ritmo en el que el golpe del bastón sobre la nieve era seguido por sus raquetas, que se deslizaban sobre la endurecida capa superior. Los sonidos eran monótonos, adormecedores, lo cual representaba un peligro en sí mismo. Golpe, deslizarse, deslizarse, golpe, deslizarse, deslizarse. Tenía que obligarse a estar atenta.
Se deslizaron por pendientes que el día anterior habrían sorteado. La mayoría no habría podido superarlas sin el resistente bastón, y en todas tenían que quitarse las raquetas para tener mejor agarre. Ella bajaba primero y Cam hacía descender el trineo hasta ella, soltando con cuidado la cuerda que había hecho atando prendas de ropa. Después ella sujetaba el trineo mientras él descendía para encargarse de nuevo del trineo.
No mencionó que quería tomar la delantera, pero aquel ritmo, con ella tanteando el camino, estaba funcionando tan bien que habría sido estúpido que él quisiera ponerse en cabeza. Y ella pensaba que Cam podía tener muchos defectos, pero entre ellos no estaba la estupidez. Tenía un ego considerable, pero también cerebro, y eso supeditaba todo lo demás. Le gustaba; no, lo amaba. Repitió la palabra interiormente varias veces: «Amar, amar, amar». Le costaba acostumbrarse, pero ahora no sentía tanto pánico como al principio.