El reportero del periódico había querido entrevistarlos, pero ni Cam ni Bailey estaban interesados en darse ninguna publicidad. Ninguno quería divulgar las razones por las cuales se habían estrellado. Hester se ocupó de eso también, protegiéndolos de llamadas y evitando que los molestaran. En pocas palabras, el jefe de policía se estaba convirtiendo rápidamente en una de las personas favoritas de Bailey.
Cuando llegó Charles MaGuire, Hester les cedió su oficina. El investigador del NTSB se mostró asombrado de que estuvieran vivos y algo desconcertado por el lugar donde se habían estrellado. En el mapa topográfico colgado en la pared del jefe Hester, Cam señaló el punto donde habían sido rescatados y trazó una línea hasta el lugar en que estimaba que se habían estrellado.
– Aproximadamente es aquí donde estábamos cuando nos quedamos sin combustible -dijo, marcando otro punto en las montañas.
MaGuire miró el mapa.
– Si se quedaron sin combustible aquí, ¿cómo demonios llegaron hasta aquí?
– El aire asciende en la vertiente ventosa de las montañas -dijo Cam-. Quise llegar hasta la línea arbolada para que la vegetación amortiguara el choque, en vez de estrellarme contra la ladera rocosa. Como regla básica, cuando vas planeando avanzas siete metros hacia delante por cada treinta centímetros que pierdes de altura, ¿de acuerdo? -Deslizó el dedo por el mapa-. Aprovechando las corrientes ascendentes de aire, hicimos unos tres o cuatro kilómetros en esta dirección, hasta aquí exactamente, y hacia abajo hasta la línea de bosque. Lo dejé caer donde juzgué que los árboles eran suficientemente grandes para amortiguar el impacto pero no tanto como para que el choque fuera demasiado violento. Tuve que buscar una extensión de árboles que fuera lo bastante densa, porque cuando empieza el bosque están menos apiñados.
MaGuire midió visualmente la distancia; parecía perplejo.
– Su compañero Larsen dijo que si alguien podía hacer un aterrizaje forzoso con un mínimo de garantías, ése era usted. Y que no le dominaría el pánico.
– Yo estaba lo bastante atemorizada por los dos -dijo Bailey con ironía.
Cam soltó un chasquido burlón.
– No gritaste.
– Mi pánico es silencioso. También estaba rezando todo lo que podía.
– ¿Qué pasó después? -preguntó MaGuire. Miró el vendaje que Cam tenía en la frente-. Es obvio que usted resultó herido.
– Me quedé inconsciente -dijo Cam, encogiéndose de hombros-. Y sangrando como un cerdo degollado. El ala izquierda y parte del fuselaje se desprendieron, así que no había protección contra el frío. Bailey me arrastró fuera, detuvo la hemorragia y me cosió la cabeza. -La sonrisa que le dirigió estaba tan llena de orgullo que casi la cegó-. Me salvó la vida en un primer momento y volvió a salvármela construyendo un refugio para pasar la noche. Si no nos hubiéramos podido proteger del viento, no habríamos sobrevivido.
MaGuire se volvió entonces y la observó con gran curiosidad, porque había recopilado muchos datos sobre los Wingate en los últimos días y tenía algunas dificultades para relacionar la idea que se había formado previamente sobre Bailey como una simple mujer-trofeo de Jim Wingate con aquella mujer tranquila y poco vanidosa, vestida con un traje verde de quirófano, sin maquillaje y con un ojo amoratado.
– ¿Tiene usted conocimientos médicos?
– No. El botiquín de primeros auxilios del avión tenía un manual de instrucciones que explicaba detalladamente cómo suturar una herida, así que lo hice. -Arrugó la nariz-. Y no quiero volver a repetirlo. -Estaba orgullosa de aquel episodio, pero no deseaba recordar los detalles sangrientos.
– Yo había perdido mucha sangre y tenía una conmoción, así que no podía ayudar. Ella sacó del avión las cosas que podíamos necesitar. Utilizó prácticamente todo su guardarropa para taparme, para mantenerme caliente…, y permítame decirle que era mucha ropa: tres maletas grandes llenas. Gracias a Dios.
– ¿Cuándo empezaron a caminar para tratar de salir de allí?
– Al cuarto día. Bailey tenía un brazo herido: se le había clavado un trozo de metal y no se había preocupado por cuidárselo. El segundo día ninguno de los dos era capaz de hacer gran cosa. Dormimos. Yo estaba tan débil que casi no me podía mover. El brazo de Bailey estaba infectado y le subía la fiebre. El tercer día los dos nos sentíamos mejor y yo pude levantarme. Revisé el ELT, pero la batería estaba casi descargada, así que me di cuenta de que si no nos habían localizado ya no lo harían, y no había forma de saber si el ELT había funcionado en algún momento o no.
– No funcionó -dijo MaGuire-. No hubo señal.
Cam miraba el mapa, pero mentalmente estaba de nuevo en la cabina del Skylane con la mandíbula tensa y cerrada con fuerza.
– Cuando el aparato falló, todos los indicadores marcaban exactamente los datos correctos. Nada parecía ir mal, pero el motor se detuvo. El tercer día encontré el ala izquierda. Había una bolsa de plástico transparente colgando del depósito de combustible. Cuando la vi, supe que alguien había provocado el accidente deliberadamente.
MaGuire suspiró y apoyó una cadera contra la esquina del escritorio del jefe de policía.
– Al principio no sospechamos nada. Larsen repasó una y otra vez los registros de mantenimiento del Skylane, los informes sobre el combustible y cualquier apunte que pudiera referirse al avión. Finalmente se dio cuenta de que los registros mostraban que el depósito del avión había sido recargado sólo con ciento cincuenta litros de gasolina esa mañana. Hablamos con la persona que lo había llenado y recordaba haber comprobado que estaba lleno. Hasta esta mañana no hemos recibido una orden judicial para revisar las grabaciones de las cámaras de seguridad del aeropuerto, pero sospechábamos que el avión había sido manipulado.
– Seth Wingate -gruñó Cam-. Llamó a la oficina el día anterior al vuelo para asegurarse de que Bailey iba a Denver. Puede que tenga suficiente influencia para que un juez le haga el favor de retrasar una orden judicial, aunque no sé qué lograría a la larga con eso, a menos que necesitara tiempo para meter la mano en alguna cinta de las cámaras de seguridad y destruirla, o algo así.
– Su secretaria insistió precisamente en eso. Él actuó de manera sospechosa, pero esa conducta resulta también estúpida. Una cosa son las sospechas y otra las pruebas. Hasta ahora no tenemos ninguna prueba, únicamente una anomalía en los registros de llenado de combustible.
– Ya nos imaginábamos algo así. A menos que las cintas de las cámaras de seguridad lo hayan pillado manipulando el avión, todas las evidencias están en el lugar del accidente, y recogerlas sería muy difícil. Allí arriba el viento es brutal, no hay posibilidad de que un helicóptero pueda aterrizar. La única forma de subir es a pie.
– No sabía que Seth supiera cómo sabotear el depósito de combustible de esa forma -dijo Bailey-. Tiene un carácter horrible y me desprecia, pero nunca creí que tratara de hacerme daño físicamente. La última vez que hablé con él me amenazó con matarme, pero… -se mordió el labio, preocupada- no le creí. ¡Seré tonta!