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Le parecía que había transcurrido una hora desde que el motor se había detenido, aunque lógicamente sabía que sólo habían pasado minutos… No, ni siquiera minutos. Menos de un minuto seguramente, aunque ese minuto parecía interminable.

¿Por qué el maldito avión tardaba tanto tiempo en estrellarse?

Él. Justice. Él era la razón de que aquello se estuviera alargando. Todavía estaba luchando contra la ley de la gravedad, rehusando rendirse. Ella sintió una urgencia irracional de golpearlo, de decir: «¡Deje de prolongar esto!». ¿Cuánto terror se suponía que debía sentir antes deque su corazón sucumbiera bajo la presión? No es que eso significara ninguna diferencia, en esas circunstancias…

¡Zas!

La sacudida le hizo apretar los dientes; la siguió instantáneamente un chasquido horrendo y ensordecedor de metal chirriante y de crujidos atronadores, más ruidos raros y un impacto tan fuerte que todo se volvió negro. La cinta del cinturón de seguridad se tensó casi insoportablemente sobre su hombro. Fue consciente de inclinarse hacia la derecha y después caer; el cinturón de seguridad la mantuvo en su sitio aunque sus brazos y sus piernas se bamboleaban como los de una muñeca rota. Entonces, el lado derecho de su cabeza se golpeó contra algo rígido y la invadió la oscuridad.

* * *

Bailey tosió.

Su cerebro registró levemente la respuesta involuntaria. Algo iba mal; no estaba recibiendo suficiente oxígeno. Sintió una vaga sensación de alarma y trató de moverse, de levantarse, pero ni sus piernas ni sus brazos respondieron. Se concentró, con todo su ser centrado en moverse, pero el esfuerzo fue demasiado y derivó de nuevo hacia la nada.

La siguiente vez que volvió a la superficie, se esforzó y se concentró hasta que finalmente pudo doblar los dedos de la mano izquierda.

Al principio fue consciente sólo de cosas pequeñas, cosas inmediatas: lo difícil que era moverse, el brazo derecho como si algo lo estuviera cortando, la necesidad de toser de nuevo. Impregnándolo todo estaba el dolor, insistente e inquebrantable. Le dolía todo el cuerpo, como si hubiera caído…

No. El avión…, el avión se había estrellado.

La percepción de la realidad la invadió, mezclada con el asombro y la turbación. El avión se había estrellado, pero estaba viva. ¡Estaba viva!

No quería abrir los ojos, no quería ver la gravedad de sus heridas. Si le faltaba alguna parte del cuerpo no quería saberlo. Si era así, moriría de todos modos. Por conmoción y pérdida de sangre, en esa aislada cumbre a kilómetros y horas de cualquier posible rescate. Quería solamente quedarse allí con los ojos cerrados y dejar que ocurriera lo que tenía que suceder. Todo le dolía tanto que no podía imaginar moverse y arriesgarse a un dolor más intenso.

Pero había algo molesto que entorpecía su respiración, y el brazo derecho le dolía realmente en el lugar donde se le clavaba algo punzante. Tenía que moverse, tenía que alejarse de allí. Fuego. Siempre había riesgo de incendio en un accidente de avión, ¿verdad? Tenía que moverse.

Gimiendo, abrió los ojos. Al principio no pudo enfocar bien la mirada; todo lo que podía ver era una difusa mancha marrón. Parpadeó repetidamente y finalmente la mancha se convirtió en una especie de tela. Seda. Era su chaqueta de seda, que le cubría la mayor parte de la cabeza. Levantó el brazo izquierdo con esfuerzo y se las arregló para apartarla de los ojos. Sonaron unos trozos de cristal cuando el movimiento los desplazó.

Bien. Su brazo izquierdo funcionaba. Eso estaba bien.Trató de ponerse derecha, pero algo iba mal. Nada estaba en su sitio. Hizo algunos esfuerzos débiles e inútiles por sentarse y después emitió un sonido sordo de frustración. En vez de forcejear como un gusano en un anzuelo, tenía que analizar la situación, ver exactamente a qué se estaba enfrentando.

Era difícil concentrarse, pero tenía que hacerlo. Respirando profundamente, miró a su alrededor, tratando de entender lo que veía. Niebla, árboles, destellos ocasionales de cielo azul. Vio sus pies, el izquierdo sin zapato. ¿Dónde estaba su otro zapato? Entonces, como un relámpago, le golpeó el cerebro otro pensamiento. ¡El capitán Justice! ¿Dónde estaba? Levantó la cabeza lo más posible y lo vio inmediatamente. Estaba desplomado en su asiento, con la cabeza caída hacia delante. No podía distinguir sus rasgos; estaban cubiertos por lo que parecía ser un mar de sangre.

A toda prisa trató de enderezarse, sólo para volver a caer hacia atrás. Su posición la confundía. Estaba acostada en el suelo de la cabina… No, no era así. Se concentró todo lo que pudo, forzando a su cerebro a hacer un balance de la realidad tangible de su posición, y bruscamente las cosas cobraron significado. Estaba todavía sujeta a su asiento por el cinturón de seguridad y acostada contra el lado derecho del avión, que estaba apoyado en un ángulo bastante pronunciado. No podía levantarse porque tenía que impulsarse hacia arriba y hacia la izquierda, y le resultaba imposible hacerlo a menos que usara los dos brazos, pero tenía el brazo derecho atrapado y no podía liberarlo a menos que retirara el peso que había sobre él.

Si Justice no estaba muerto, lo estaría pronto si ella no conseguía ayudarlo. Salir del asiento. Eso era lo que tenía que hacer. Con la mano izquierda buscó a tientas el cinturón de seguridad y abrió la hebilla. Cuando el cinturón se liberó, la parte inferior de su cuerpo rodó sobre el asiento y cayó con un golpe doloroso que la hizo gemir de nuevo, pero el cinturón aún estaba enredado en el hombro. Forcejeó para liberarse y se las arregló para ponerse de rodillas.

Con razón sentía que algo se le clavaba en el brazo derecho: así era. De su tríceps sobresalía un fragmento triangular de metal. Sintiéndose irracionalmente ofendida por la herida, tiró del trozo y lo arrojó lejos, después reptó hacia delante hasta acercarse a Justice. El ángulo en que se encontraba apoyado el avión hacía difícil mantener el equilibrio aunque ella no hubiera estado mareada y soportando dolores y heridas, pero apoyó el pie derecho en el costado del aparato y se impulsó hacia arriba para llegar al escaso espacio que quedaba entre los asientos de los dos pilotos.

Oh, Dios, había tanta sangre… ¿Estaba muerto? Había luchado tan duramente para hacer caer el avión en un ángulo que les permitiera sobrevivir que ella no podría soportar que le hubiera salvado la vida y hubiera muerto en el intento. Con mano temblorosa se estiró y le tocó el cuello, pero su cuerpo estaba demasiado conmocionado por el esfuerzo que había supuesto dejar de temblar y no pudo saber si él tenía pulso o no. «No puedes estar muerto», susurró desesperadamente mientras colocaba la mano bajo su nariz para ver si podía sentir su respiración. Le pareció que sí respiraba y miró fijamente su pecho. Finalmente vio el movimiento ascendente y descendente, y el alivio que la invadió fue tan intenso que casi estalla en lágrimas.

Estaba todavía vivo, pero inconsciente y herido. ¿Qué debía hacer ella? ¿Debía moverlo? ¿Y si se había lesionado la columna? Pero ¿y si no hacía nada y se desangraba?

Apoyó la cabeza dolorida contra el lateral del asiento de él, sólo durante un momento. «¡Piensa, Bailey!», se ordenó. Tenía que hacer algo. Tenía que ocuparse de lo que sabía que estaba mal en él, no de lo que tal vez estuviera mal, y sabía con seguridad que estaba perdiendo mucha sangre. Así que lo primero era lo primero: detener la hemorragia.

Miró hacia arriba, buscando algo a lo que agarrarse mientras trepaba hacia delante, hacia el interior de la cabina del piloto; pero no había nada allí. El ala izquierda y la mayor parte del fuselaje de ese lado habían desaparecido, arrancados como si un abrelatas gigante hubiera abierto el aparato. No había nada a lo que asirse excepto los bordes de metal destrozado, afilados como una cuchilla. A través del agujero sobresalía parte de la rama tronchada de un árbol.