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»Konrad Peiper, treinta y ocho años -con su mujer, habían estado presentes en el crucero de Zúrich dos días antes, durante la fiesta de bienvenida a Elton Lybarger-, presidente y consejero delegado de Goltz Development Group, GDG, la segunda empresa comercial en Alemania. Bajo sus auspicios se creó Lewsen International, un grupo empresarial inglés con sede en Londres. Con la fachada de Lewsen, el grupo GDG fundó una red de cincuenta pequeñas y medianas empresas alemanas que se convirtieron en los principales proveedores de Lewsen International. Entre 1981 y 1990, el GDG, con Lewsen como intermediario, proporcionó a Irak materiales claves para la construcción de armas químicas y bacteriológicas y para el perfeccionamiento de misiles balísticos. Además suministró componentes de armamento nuclear y todo fue pagado en elevadas sumas al contado. El hecho de que, durante la operación Tormenta del Desierto, Irak perdiera la mayor parte de los equipos proporcionados por Lewsen, tuvo escasas consecuencias. Peiper ha consolidado a GDG como uno de los grandes exportadores mundiales de armamento.

»Margarete Peiper, veintinueve años, mujer de Konrad Peiper. Pequeña, seductora, adicta al trabajo. A los veinte años ya era compositora, productora discográfica y administradora personal de los tres grupos de rock más populares de Alemania. A los veinticinco años, propietaria única de Cinderella, la compañía discográfica más grande de Alemania, de dos sellos y de propiedades inmobiliarias en Berlín, Londres y Los Ángeles. Actualmente preside el grupo A.E.A., Agency for the Electric Arts, gigantesca organización mundial representante de escritores, actores, directores y músicos famosos. Los expertos suelen decir que el genio de Margarete Peiper reside en el hecho de que su mente está perpetuamente sintonizada con los "canales de la juventud". Los críticos ven en su habilidad para mantenerse en la cima de la popularidad ante un público contemporáneo joven y en continuo crecimiento, un fenómeno más temible que extraordinario, porque su obra oscila entre una brillante creatividad y la manipulación descarada de las personas, acusación que Margarete siempre ha negado. Lo suyo, sostiene, es un compromiso sólido y de toda la vida con el público y con el arte.

»Matthias Noli, general retirado de las Fuerzas Aéreas alemanas, sesenta y dos años. Respetado por su influencia política y brillante orador. Líder del poderoso movimiento pacifista en Alemania. Polémico crítico de los bruscos cambios constitucionales. Sumamente estimado por una gran parte de la generación de mayor edad, que aún vive atormentada por la culpabilidad y la vergüenza del Tercer Reich.

»Henryk Steiner, cuarenta y tres años. El principal agitador en el turbulento panorama sindical de la nueva Alemania. Padre de once hijos. Corpulento, extremadamente simpático, moldeado por la figura de Lech Walesa. Organizador político sumamente popular y dinámico. Lidera emocional y físicamente a varios cientos de miles de trabajadores del automóvil y del acero que luchan por sobrevivir en los estados del Este de la nueva Alemania. Condenado a ocho meses de cárcel por haber encabezado una manifestación de trescientos camioneros alemanes en una huelga para protestar contra el peligroso estado de las autopistas y la falta de mantenimiento. Menos de dos semanas después de abandonar la cárcel, organizó una huelga parcial simbólica de cuatro horas con quinientos policías de Potsdam que reclamaban a la burocracia la retención de sueldo desde hacía casi un mes.

»Hilmar Grunel, cincuenta y siete años, consejero delegado de HGS-Beyer y propietario de la empresa periodística más importante de Alemania. Ex embajador ante Naciones Unidas, conservador recalcitrante, supervisa día a día el funcionamiento y el contenido editorial de once grandes publicaciones, todas ellas profusamente inspiradas en el ideario de la derecha.

»Rudolf Kaes, cuarenta y ocho años. Especialista en asuntos monetarios del Instituto de Economía de Heidelberg y consejero económico de primer rango en el gobierno de Kohl. Es el único candidato para representar a Alemania en el Consejo de administración del nuevo Banco Central de la Comunidad Económica Europea. Firme partidario de la moneda única europea, es consciente de la fuerza del Deutschmark en la economía europea y de cómo la moneda única pondría de relieve el papel rector del poderío económico alemán.

»Gertrude Biermann (también invitada al viaje de crucero en Zúrich), treinta y nueve años. Dos veces madre soltera. Figura de primer plano entre los Verdes, el movimiento pacifista de la izquierda radical nacido a principios de los años ochenta al calor de la campaña contra la instalación de los misiles Pershing en territorio alemán. Su influencia está profundamente anclada en la conciencia germánica, que no ve con buenos ojos los intentos de alinear a Alemania con el poder militar de Occidente.»

Sonó el teléfono y Uta vio que Salettl cogía el auricular que tenía junto al codo. El médico escuchó un momento, colgó y le lanzó una mirada a Uta.

– Ja -dijo.

Al cabo de un momento se abrió una puerta y entró Von Holden. Barrió el salón brevemente con una mirada y se apartó hacia un lado.

– Hier sind Sie, ya han llegado -comunicó Uta a sus invitados, mientras lanzaba una mirada fulminante a las azafatas, que salieron inmediatamente del salón por una puerta lateral.

Un instante después entró un hombre sumamente atractivo y de impecable elegancia.

– Dortmund está ocupado con unos asuntos en Bonn, de modo que seguiremos sin él -dijo Erwin Scholl, sin dirigirse a nadie en particular, y se sentó junto a Steiner. Dortmund era Gustav Dortmund, presidente del Bundesbank, el banco central de Alemania.

Von Holden cerró la puerta y se dirigió a la mesa. Sirvió un vaso de agua mineral a Scholl y luego retrocedió hasta situarse cerca de la puerta.

Scholl era un hombre alto y delgado, de pelo corto y canoso, tez bronceada y ojos asombrosamente azules. La edad y una fortuna considerable habían labrado un rostro anguloso de frente ancha, nariz aristocrática y mentón hendido. Tenía la estampa de un militar de la antigua escuela, un talante que exigía que se le prestara atención desde el momento en que entraba en una habitación.

– La presentación, por favor -dijo dirigiéndose a Uta en voz baja. Erwin Scholl era una curiosa mezcla de timidez calculada y arrogancia avasalladora. Encarnaba la típica historia del self-made man americano. Desde su condición de inmigrante alemán paupérrimo, había ascendido hasta "convertirse en el magnate de un amplio conglomerado editorial y luego se había revestido de las bondades del filántropo, recaudador de fondos e íntimo amigo de los presidentes de Estados Unidos, desde Dwight Eisenhower hasta Bill Clinton. Como la mayoría de los presentes en la sala, su fortuna e influencia dependían de las masas, pero obedeciendo a una voluntad y propósitos deliberados, era totalmente desconocido para ellas.

– Bitte, por favor -pidió Uta por el interfono. La sala se oscureció y la pared frente a los invitados se abrió en tres partes dejando al descubierto una pantalla de televisión de tres metros por cuatro de alto.

Apareció inmediatamente una imagen de nitidez impecable, un primer plano de un balón de fútbol. De pronto, un pie chutó la pelota. La cámara se alejó rápidamente para mostrar un panorama de los cuidados jardines de Anlegeplatz y a los sobrinos de Elton Lybarger, Eric y Edward chutando alegremente la pelota. La cámara se desplazó y apareció Elton Lybarger mirando el juego junto a Joanna.

De pronto, uno de los sobrinos chutó la pelota en dirección de Lybarger y éste se la devolvió con un vigoroso movimiento del pie. Luego miró a Joanna orgulloso y ella le devolvió la sonrisa expresando el mismo sentimiento de éxito.

La próxima escena mostraba a Lybarger en su elegante biblioteca. Sentado ante el fuego del hogar, vestido informalmente con pantalones y jersey, explicaba en detalle a un interlocutor fuera de imagen el fenómeno del eje que París y Bonn habían forjado en el marco de la Comunidad Económica Europea. Su discurso estaba bien documentado y su argumento versaba sobre el hecho de que el supuesto papel de «superioridad moral» que desempeñaba Inglaterra le procuraba un lugar poco feliz en el concierto de las naciones europeas. Si Inglaterra seguía jugando esa carta, no se beneficiarían ni los ingleses ni la Comunidad Europea. Lybarger explicaba que debía darse un acercamiento entre Londres y Bonn para que la Comunidad llegara a ser la potencia económica que estaba destinada a ser. Su discurso terminaba con un chiste que no era un chiste.