En ambos casos, no se trataba sólo de conseguir lo que deseaba. Era como un mecanismo de control o la expresión ostentosa y deliberada de un egocentrismo colosal. Y Scholl no sólo lo sabía sino que se recreaba en ello.
Durante ocho años, Von Holden se había desempeñado como Leiter der Sicherheit -Jefe de Seguridad- de las operaciones generales de Scholl en Europa, a saber, dos imprentas en España, cuatro cadenas de televisión, tres de ellas en Alemania y una en Francia, además de GDG, Goltz Development Group de Dusseldorf, el grupo presidido por Konrad Peiper. Contrataba personalmente al personal de seguridad y supervisaba su formación. Sin embargo, sus responsabilidades no acababan ahí. Scholl tenía otros planes de inversión más turbios y de mucho mayor alcance cuya seguridad dependía igualmente de Von Holden.
La situación en Zúrich, por ejemplo. Brindarle placer a Joanna era un caso de manipulación que requería habilidad y delicadeza. Salettl creía que Lybarger era capaz de alcanzar una recuperación total, emocional, psicológica y física. Sin embargo, desde el principio había expresado su inquietud frente al hecho de que cuando llegara el momento de poner a prueba la virilidad de Lybarger, que no había tenido mujeres en su vida, se iba a sentir incómodo con una desconocida, hasta tal punto que podría negarse a llevar a cabo el acto o al menos inhibirse a la hora de estimularse para llevarlo a cabo.
La mujer que lo había atendido como fisioterapeuta durante un largo período y luego lo había acompañado hasta Suiza para cuidarlo, sería para él alguien en quien confiar y con ella se sentiría cómodo. Reconocería su contacto, incluso su olor. Si bien era cierto que jamás la habría contemplado como objeto de deseo, en el momento de ser conducido ante ella estaría bajo el influjo de un potente estimulante sexual. Excitado hasta el punto deseado, aunque no del todo consciente de las circunstancias, instintivamente sentiría algo que le era familiar y entonces se relajaría y actuaría.
Por eso habían elegido a Joanna. Lejos de casa, sin familia y sin ser demasiado atractiva, Joanna sería física y emocionalmente vulnerable ante la seducción de un sustituto. Una seducción cuyo único fin era prepararla para copular con Elton Lybarger. Era Salettl quien había formulado la necesidad de ese sustituto, se la había planteado a Scholl y éste al Leiter der Sicherheit. El protagonismo de Von Holden no solo garantizaría la seguridad y la intimidad de Lybarger sino que además demostraría a la Organización la lealtad de Von Holden.
Al otro lado de la calle, un reloj digital de neón en la entrada de una discoteca marcaba las 22.55. Las once menos cinco. Se habían detenido quince minutos antes y Scholl seguía sentado en silencio, absorto en la multitud de jóvenes que pululaban por las calles.
– Las masas -murmuró-. Las masas.
Von Holden no sabía si Scholl se dirigía a él o no.
– Lo siento, señor. No he oído lo que me decía.
Scholl se volvió y se encontró con la mirada de Von Holden.
– Herr Oven ha muerto. ¿Qué le ha sucedido?
La primera intuición de Von Holden era correcta. El fracaso de Bemhard Oven en París había preocupado a Scholl pero sólo ahora se decidía a hablar de ello.
– Debería decir que cometió un error de cálculo.
Scholl se inclinó bruscamente y ordenó al chófer que se pusiera en marcha. Esperó que el coche volviera a introducirse en el tráfico para continuar.
– No tuvimos problemas durante mucho tiempo hasta que volvió a aparecer Albert Merriman. El hecho de que lo elimináramos rápida y efectivamente a él y a los factores que lo rodeaban demuestra que nuestro sistema sigue funcionando como siempre. Ahora han matado a Oven. Eso siempre es un riesgo del oficio, pero resulta problemático porque implica que tal vez el sistema no sea tan efectivo como suponíamos.
– Herr Oven trabajaba solo y operaba de acuerdo con la información que se le proporcionaba. La situación ahora está bajo control de la sección de París -dijo Von Holden.
– ¡Oven fue entrenado por ti, no por la sección de París! -respondió Scholl, irritado. Había reaccionado como siempre, convirtiéndolo en un asunto personal. Bernhard Oven trabajaba para Von Holden. Por lo tanto, su fracaso era el fracaso de Von Holden.
– ¿Sabes que le he dado luz verde a Uta Baur?
– Sí, señor.
– Entonces entenderás que ya se han puesto en marcha los mecanismos para la noche del viernes. Si lo interrumpiéramos todo ahora, sería difícil y embarazoso. -La mirada de Scholl penetraba a Von Holden con la misma intensidad que antes a Salettl-. Estoy seguro que me entiendes.
– Sí, le entiendo.
Von Holden se reclinó en su asiento. Sería una noche larga. Acababan de destinarlo a una misión en París.
Capítulo 73
Una niebla húmeda se agitaba en el aire y había comenzado a caer la bruma. Los faros amarillos de los pocos coches que todavía circulaban a esa hora proyectaban haces misteriosos a su paso por el bulevar Saint Jacques y la cabina telefónica permanecía en la oscuridad.
– ¡Hola, McVey! -Era la voz de Benny Grossman transportada a más de cuatro mil kilómetros por cable submarino de fibra óptica. A Benny se le escuchaba radiante. Las doce y cuarto de la noche del martes en París eran las seis y cuarto del lunes por la noche en Nueva York y Grossman acababa de volver al despacho para recoger sus mensajes telefónicos después de una larga jornada en los tribunales.
Más abajo, entre la llovizna y los árboles que separaban la calle de dos sentidos, McVey sólo alcanzaba a ver el hotel.
No se había atrevido a llamar desde la habitación y no quería arriesgarse a llamar desde la recepción en caso de que volviera la policía.
– Benny, ya sé que te estoy volviendo loco.
– No te preocupes, McVey -rió Benny. Benny siempre reía-. Pero mándame mi regalo de Navidad en billetes de a cien. Ya ves, no pasa nada, así que si quieres puedes volverme loco.
McVey lanzó una mirada a la calle y palpó el bulto reconfortante del revólver calibre 38 bajo su chaqueta. Luego volvió a mirar sus notas.
– Escúchame, Benny. 1966, en Westhampton Beach. Un tal Erwin Scholl. Averigua quién es. Si vive. Si la respuesta es afirmativa, dime dónde. También en 1966 en primavera o a finales del 65, tres asesinatos sin resolver. En los estados de… -McVey volvió a mirar sus notas-:…Wyoming, California, Nueva Jersey.
– Está chupado, colega. Ya que estoy, podría averiguar quién cojones mató a Kennedy.
– Benny, si no lo necesitara… -dijo McVey, y miró hacia el hotel. Osborn estaba en la habitación con la CZ del hombre alto como la primera vez y con las mismas órdenes de no contestar el teléfono ni abrirle la puerta a nadie más que a él. A McVey le desagradaba visceralmente este tipo de situaciones, verse amenazado sin tener la más mínima idea de cuándo surgiría el peligro ni de qué forma. Durante los últimos años se había dedicado principalmente a reunir los cabos sueltos y luego a recomponer las pruebas cuando los narcotraficantes ya habían cerrado sus negocios. La mayoría de las veces no había riesgos porque los muertos no solían matar a nadie.
– Benny -dijo McVey, volviendo al teléfono-. Seguro que las víctimas habían trabajado en algún proyecto de alta tecnología. Han sido inventores, diseñadores de instrumentos de alta precisión o puede que científicos o profesores universitarios. Gente que ha experimentado con temperaturas muy bajas, trescientos, cuatrocientos o quinientos grados bajo cero. O puede que al revés, gente que investigara el calor. ¿Quiénes eran? ¿En qué trabajaban cuando los asesinaron? Finalmente, Microtab Corporation en Waltham, Massachusetts, en 1966. ¿Aún siguen en el negocio? Si la respuesta es afirmativa, ¿quién lo dirige y quién es el dueño? Si no, ¿quiénes eran los dueños en 1966 y qué les sucedió?