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– ¿De qué está hablando? -dijo Noble, que sostenía un terrón de azúcar sobre su taza de té.

– La vida. Joder. -McVey le lanzó una mirada a Osborn como para incluirlo-. ¿No cree usted que si todos estos años alguien hubiese trabajado perfeccionando un método para unir una cabeza a un cuerpo, el fin último no sería únicamente la operación en sí misma sino el hecho de devolverlo a la vida? ¿Para que esta criatura, este Frankenstein, pudiera respirar y cobrar vida?

– Sí, pero ¿por qué? -Noble dejó caer el terrón en su taza.

– No tengo la más mínima idea. Pero ¿qué otro sentido tendría? -McVey volvió a mirar a Osborn-. Imagínese todo el proceso médico. ¿Cómo sería?

– Sencillo, al menos en teoría -dijo Osborn, reclinándose en el respaldo de la silla de cuero rojo-. Habría que devolver el cuerpo congelado a una temperatura normal. Desde 269 grados centígrados bajo cero a 36,8 sobre cero. Para llevar a cabo esta operación, habría que extraer la sangre. A medida que el cuerpo se descongela, se reintroduce la sangre. Lo difícil sería descongelarlo uniformemente.

– Pero ¿se podría lograr? -preguntó Noble.

– Yo diría que si han encontrado el método para conseguir la primera fase, ya habrían solucionado la segunda.

Se oyó el ruido del fax activado sobre el viejo secretaire detrás de la mesa de Noble.

Se encendió la luz y un momento después comenzó la impresión.

Era el informe combinado de Moody y Dun & Bradstreet solicitado a la Oficina de Fraudes Mayores.

McVey y Osborn se situaron detrás de Noble para leer la información que llegaba:

Microtab. Waltham Massachusetts, Estados Unidos. Disuelta en julio, 1966. Propiedad de Wentworth Products Ltd., Ontario, Canadá. Integran el consejo directivo de Microtab: Earl Samuels, Evan Hart, John Harris. Todos de Boston, Massachusetts. Todos fallecidos en 1966.

Wentworth Products, Ontario, Canadá. Disuelta en agosto, 1966. Wentworth Products. Empresa privada. Propiedad de James Tallmadge de Windsor, Ontario. Tallmadge, fallecido en 1967.

Alama Steel Ltd., Pittsburg, Pensilvania. Disuelta en 1966. Subsidiaria de Wentworth Products Ltd., Ontario, Canadá. Consejo directivo: Earl Samules, Evan Hart, John Harris.

Standard Technologies, Perth Amboy, Nueva Jersey. Subsidiaria de T.L.T. International, 10 Park Avenue, Nueva York, Nueva York. Consejo directivo: Earl Samules, Evan Hart, John Harris.

T.L.T. International, subsidiaria propiedad de Omega Shipping Lines, 17 Hanover Square, May-fair, Londres, R.U. Principal accionista, Harald Erwin Scholl, 17 Hanover Square, Mayfair, Londres, R.U.

– ¡Ahí está! -exclamó Noble triunfante cuando apareció el nombre de Scholl y el fax continuó.

T.L.T. International, Disuelta en 1967.

Omega Shipping Lines, adquirida por Goltz Development Group S.A., Dusseldorf, Alemania, 1966. Goltz Development Group -GDG-. Asociado con Harald Erwin Scholl, 17 Hanover Square, Londres, R.U., Gustav Dortmund, Fredrighstadt, Dusseldorf, Alemania. Presidente desde 1978, Konrad Peiper, 52 Reichstrasse, Charlottenburg, Berlín, Alemania (nota: GDG adquirió el holding de Lewsen International, Bayswater Road, Londres, R.U., en 1981.)

Fin de Transmisión.

Noble giró sentado en su silla y miró a McVey.

– Bien, puede que nuestro estimado Scholl no sea tan intocable como piensan sus amigos del FBI. Ya sabe quién es Gustav Dortmund.

– El presidente del Banco Central de Alemania -dijo McVey.

– Correcto. Y Lewsen International fue un importante proveedor de acero, armas y cerebros a Irak durante los años ochenta. Apostaría a que los señores Scholl, Dortmund y Peiper ganaron una buena fortuna en aquellos años si es que ya no la tenían.

– Si me permiten -dijo Osborn acercándose con un ejemplar de la revista People que había cogido de entre varias que había sobre la mesa de Noble. McVey observó perplejo porque Osborn apartó la taza de té de Noble en la mesa y abrió la revista en un anuncio a doble página. Era un provocativo anuncio sobre el último disco de una joven y famosa cantante de rock. En la foto, aparecía empapada y con un ceñido vestido transparente montada a lomos de una ballena asesina que evolucionaba sobre el agua.

Noble y McVey miraron a Osborn con semblante inexpresivo.

– ¿No lo saben? -preguntó Osborn.

– ¿Saber qué?-preguntó McVey.

– Ese tal Konrad Peiper -dijo Osborn.

– ¿Qué ocurre? -McVey no tenía ni idea a qué se refería Osborn.

– Su mujer se llama Margarete Peiper, una de las figuras más poderosas del mundo del espectáculo. Es propietaria de una gigantesca agencia artística y gestora y promotora de esa chica a lomos de la ballena, al igual que de una docena de los más famosos del rock y de los videoclips. -Osborn hizo una leve pausa-. Lo maneja todo desde la oficina del ático de su mansión restaurada del siglo diecisiete, en Berlín.

– ¿Y cómo diablos sabe usted eso? -inquirió Noble, sorprendido.

Osborn retiró la revista, la dobló y la volvió a dejar en la mesa de Noble.

– Comandante, soy cirujano ortopedista en Los Ángeles. Por lo general, la mitad de mis pacientes son chicos que no llegan a los veinte años y se han lesionado haciendo deporte. No tengo esas revistas de sociedad en la sala de espera sólo porque sí.

– ¿Quiere decir que se las lee? -Ya lo creo -dijo Osborn, con un amago de sonrisa.

Capítulo 82

Debido A la falta de visibilidad, Clarkson tuvo que alterar su plan de vuelo y aterrizó en Ramsgate, cerca del Canal de la Mancha, unos ciento cincuenta kilómetros al sudeste de su destino original. Esa simple maniobra del azar fue la que despistó a Von Holden.

Una hora después de que el Cessna ST95 hubiera salido de Meaux, un empleado del aeropuerto encontró la chaqueta que McVey había abandonado en el fondo de un cubo de basura en el water de hombres. Al cabo de unos minutos se dio la alerta a la sección de París y veinte minutos más tarde se presentaba Von Holden en la sección de Objetos Perdidos a reclamar la chaqueta de su tío.

McVey había arrancado la etiqueta antes de tirarla. Pero no había caído en la cuenta de que el roce constante de la empuñadura de su 38 había desgastado la tela lo suficiente para que no pasara inadvertido. Von Holden sabía por experiencia que lo único que podía desgastar la tela de una chaqueta de esa manera era la empuñadura de un arma.

Von Holden volvió a su hotel en Meaux mientras la sección de París elaboraba una lista de los vuelos que habían despegado desde el amanecer hasta el momento en que se encontró la chaqueta. Hacia las nueve y media, Von Holden ya había identificado el vuelo de un Cessna de seis plazas registrado como ST95 proveniente de Bishop's Stortford, Inglaterra, que había aterrizado a las ocho y un minuto de la mañana. El avión había regresado a su lugar de origen veintiséis minutos más tarde, a las ocho y veintisiete. No era una prueba irrefutable, pero suficiente para alertar a la sección de Londres. Hacia las tres, los operativos encontraron el Cessna ST95 en la pista de Ramsgate y la oficina principal de la sección en Londres identificó al propietario, una pequeña empresa agrícola con sede en la ciudad de Bath, en el oeste de Inglaterra. A partir de allí, la pista se enfriaba. El piloto había dejado el Cessna en Ramsgate prometiendo que volvería cuando despejara el tiempo. Después se había marchado con un segundo hombre. Ninguno de los dos respondía a la descripción de Osborn o McVey. Esa información fue enviada de inmediato a la sección de París con el fin de que se retransmitiera a «Lugo», que había regresado a Berlín. Hacia las seis y cuarto de aquella tarde, la sección de Londres ya tenía copias de las fotos de Osborn y McVey publicadas en los periódicos franceses y se había lanzado una alerta roja para dar con su paradero.