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Unos hombres altos de la Guardia Imperial Cetagandana, enfundados en uniforme formal, los llevaron hacia la puerta cerrada de la cъpula y los desviaron hacia una serie de plataformas flotantes dispuestas como autos abiertos, con asientos de seda blanca, el color del duelo imperial en Cetaganda. Cada uno de los grupos de las embajadas se ubicу en uno de los vehнculos junto a sirvientes de la mбs alta jerarquнa, vestidos de blanco y gris. Aunque, a pesar de su aspecto, tal vez no eran sirvientes. Las plataformas, programadas automбticamente para seguir una ruta predeterminada, arrancaron a paso tranquilo a unos diez centнmetros del suelo, sobre senderos pavimentados de jade blanco que se bifurcaban en un jardнn vasto poblado de arbustos de distintas especies. Aquн y allб, Miles vislumbraba los techos de los pabellones esparcidos por el parque, asomando por detrбs de los бrboles, como espiбndolos. Todos los edificios eran bajos y privados, excepto algunas torres muy elaboradas que surgнan en el centro del cнrculo mбgico, a casi tres kilуmetros de distancia. Aunque en el exterior el sol de la primavera de Eta Ceta brillaba con fuerza, el clima dentro de la cъpula estaba programado para simular una humedad gris, nubosa, apropiada para el luto, un cielo que prometнa lluvia y que sin duda se negarнa a cumplir su promesa.

Finalmente flotaron hacia un extenso pabellуn al oeste de las torres centrales, donde otro sirviente se inclinу cuando bajaron de la plataforma y los condujo hacia el interior, junto con otra docena de delegaciones. Miles mirу a su alrededor, tratando de identificarlas.

Los marilacanos, sн, ahн estaba la cabeza plateada de Bernaux, alguna gente vestida de verde que tal vez procedнa de Jackson, una delegaciуn de Aslund, que incluнa al jefe de Estado — hasta tenнan dos guardias, aunque desarmados los embajadores betaneses ataviados con casacas de brocado pъrpura sobre negro y sarong del mismo color, todos presentes en honor de una mujer muerta que nunca los habrнa recibido cara a cara cuando estaba con vida. Surrealista era una palabra suave en estas circunstancias. Miles sentнa que habнa cruzado la frontera hacia el Paнs de las Maravillas y que cuando emergiera, apenas unas horas mбs tarde, habrнan pasado cien aсos en el exterior. La galaxia entera tuvo que detenerse en el umbral para dejar pasar a la escolta del gobernador hautlord de una satrapнa. Miles reconociу la pintura formal que le cubrнa la cara, anaranjada, verde, con lнneas blancas.

La decoraciуn interior era de una sobriedad sorprendente — de buen gusto, supuso Miles— y se basaba en motivos orgбnicos: arreglos de flores frescas y plantas y pequeсas fuentes, como para llevar el jardнn al interior. Los salones estaban silenciosos, sin ecos, y sin embargo la voz se difundнa fбcilmente: el lugar tenнa una acъstica extraordinaria. Circularon mбs sirvientes del palacio ofreciendo comida y bebida.

Un par de esferas color perla pasaron lentamente por el otro extremo del salуn y Miles parpadeу mirando a las hautladies por primera vez. Mirбndolas… o algo parecido.

Cuando no estaban en sus habitaciones privadas, las hautmujeres se escondнan detrбs de escudos de fuerza personales, que en general utilizaban la energнa de sillas-flotantes, segъn le habнan dicho. Los escudos cambiaban de color segъn el humor o el capricho de sus dueсas, pero en ese dнa todos estarнan teсidos de blanco. La hautlady disfrutaba de una excelente visiуn pero nadie veнa lo que habнa tras el escudo. Nadie podнa tocarlas ni penetrar la barrera con bloqueadores, plasma, fuego de destructor nervioso, armas de proyectiles o explosiones menores. Desde luego, la pantalla tambiйn impedнa disparar hacia el exterior, pero al parecer este detalle no preocupaba a las hautladies. El escudo podнa cortarse en dos con una lanza de implosiуn gravitatoria, suponнa Miles, pero las armas de implosiуn, siempre voluminosas debido a los equipos de energнa, que pesaban varios cientos de kilos, eran estrictamente de campo, nunca de mano.

Dentro de las burbujas, las hautmujeres podнan estar vestidas de cualquier forma. Hacнan trampa alguna vez? Se ponнan cualquier pingajo y zapatillas cуmodas aunque la ocasiуn fuera muy formal? Iban desnudas a las fiestas del Jardнn? Quiйn podнa decirlo?

Se acercу un hombre alto, mayor, con el traje blanco que se reservaba a los haut y ghemlores. Tenнa los rasgos austeros, la piel casi transparente, con arrugas muy finas. Tenнa que ser el equivalente cetagandano de un mayordomo imperial, aunque con un tнtulo mucho mбs rimbombante: despuйs de recoger las credenciales de manos de Vorob'yev, les dio instrucciones exactas sobre el lugar y los tiempos de procesiуn. La actitud del hombre revelaba sus prejuicios: por ejemplo, la seguridad de que si repetнa las instrucciones en tono firme y las exponнa con tranquilidad y sencillez, habrнa alguna posibilidad de que la ceremonia no quedara interrumpida por faltas o errores graves debidos a la extrema torpeza de los bбrbaros extranjeros.

El hombre mirу la caja pulida con la nariz aguileсa.

— Este es su regalo, lord Vorkosigan?

Miles consiguiу destrabar la caja y abrirla sin que se le cayera. En el interior, en un nido de terciopelo negro, habнa una antigua espada niquelada.

— El emperador Gregor Vorbarra ha elegido este regalo de su colecciуn privada para honrar a su emperatriz. Es la espada que llevу su antepasado Dorca Vorbarra el justo en la Primera Guerra Cetagandana. — Una de las muchas espadas de Dorca Vorbarra… pero no hacнa falta entrar en detalles-. Un artefacto histуrico de valor incalculable e irreemplazable. Aquн estб la documentaciуn que acredita sus orнgenes e historia.

— Ah. — Las cejas blancas y pobladas del mayordomo se alzaron en un gesto inconsciente. Tomу el paquete, sellado con la marca personal de Gregor, con mucho mбs respeto-. Por favor, exprese el agradecimiento de mi amo imperial al suyo. — Les dirigiу una leve inclinaciуn y se retirу.

— ЎBueno, bueno! Eso sн que funcionу — dijo Vorob'yev con satisfacciуn.

— Mбs vale que funcione, diablos — gruсу Miles-. Estos cetagandanos me rompen el corazуn. — Le entregу la caja a Ivбn para que la llevara un rato.

Aparentemente, seguнa sin pasar nada… retrasos en la organizaciуn, supuso Miles. Se alejу de Ivбn y Vorob'yev en busca de un trago caliente. Estaba a punto de coger algo que emitнa vapor y que, segъn esperaba, no producirнa efectos demasiado sedantes. Justo cuando extendнa la mano hacia una bandeja que, pasaba, una voz tranquila entonу junto a йclass="underline"

— Lord Vorkosigan?

Miles se volviу y casi dejу escapar un suspiro. Un… una… mujer… no, un hombre… de baja estatura y rasgos andrуginos y ancianos. Estaba de pie a su lado, ataviado con la ropa gris y blanca del personal de servicio de Xanadъ. Tenнa la cabeza calva como un huevo y era completamente lampiсo. Ni siquiera tenнa cejas.

— Sн… seсor… seсora?

— Ba — dijo aquella persona, en el tono de quien corrige con amabilidad el error de un ignorante-. Una dama desea hablar con usted. Me acompaсarнa, por favor?

— Ah… claro, claro.

Su guнa empezу a caminar sin hacer ruido y йl siguiу sus pasos, alerta. Una dama? Con suerte, serнa Mia Maz de la delegaciуn vervani, que seguramente estaba en medio de esa multitud de mil personas. Miles sentнa que estaba desarrollando algunas preguntas urgentes para Mнa. Sin cejas? Yo esperaba un contacto, sн, pero… en este lugar?

Salieron del vestнbulo. Cuando perdiу de vista a Vorob'yev e Ivбn, Miles se puso aъn mбs nervioso. Siguiу a su guнa, que se deslizу por una serie de corredores y atravesу un jardнn lleno de musgo y pequeсas flores cubiertas de rocнo. Los ruidos del vestнbulo de recepciуn llegaban todavнa hasta ellos en el aire hъmedo. Entraron en un pequeсo edificio, abierto hacia el jardнn a los dos lados, con un suelo de madera negra que hacнa sonar las botas de Miles con el ritmo irregular que correspondнa a su cojera. En un rincуn oscuro del pabellуn flotaba una esfera color perla del tamaсo de una persona, quieta, unos pocos centнmetros por encima del suelo encerado que reflejaba el halo invertido de la luz interior del aparato.

— Dйjanos solos — dijo una voz desde el interior de la esfera y Miles vio que su guнa se inclinaba y se retiraba con los ojos bajos. La transmisiуn de la voz a travйs de la pantalla de fuerza le daba un timbre plano, monуtono.

El silencio se prolongу. Tal vez la mujer de la burbuja nunca habнa visto a nadie tan imperfecto fнsicamente hablando. Miles se inclinу y esperу, tratando de parecer tranquilo y cуmodo, en lugar de impresionado y sacudido por una curiosidad impresionante.

— Bueno, lord Vorkosigan — dijo la voz otra vez-. Aquн estoy.

— S… sн, cierto — dudу Miles-. Y quiйn es usted, milady, aparte de una hermosнsima pompa de jabуn?

Hubo una pausa mбs larga.

— Soy la haut Rian Degtiar. Sirvo a la Seсora Celestial y soy Doncella del Criadero Estrella.

Otro rimbombante hautнtulo que no daba muchas pistas sobre las funciones de quien lo llevaba. Miles era capaz de nombrar a cada uno de los ghemlores. del generalato de Cetaganda, a todos los gobernadores de satrapнas y sus ghemoficiales, pero ese hautнtulo era nuevo para йl. Lo que sн conocнa era el nombre de la Seсora Celestial, una manera cortйs de llamar a la emperatriz muerta haut Lisbet Degtiar…