— De todas formas, me parece un logro tecnolуgico considerable. Provoca el movimiento con antigrav?
— No. Los generadores serнan demasiado voluminosos y se desperdiciarнa energнa. La misma fuerza desarrolla el movimiento de las hojas y el cambio de color… o por lo menos eso me explicaron los tйcnicos.
— Tйcnicos? Yo suponнa que usted habнa hecho todo esto con sus propias manos.
Yenaro abriу las manos (pбlidas, delgadas, de dedos largos) y las mirу como si se sorprendiera de encontrarlas al final de los brazos.
— Claro que no. Las manos se alquilan, se pagan. El diseсo es una obra del intelecto.
— No estoy de acuerdo. Lo siento. Segъn mi experiencia, las manos forman parte del cerebro, casi como si fueran otro lуbulo cerebral. No es posible captar las cosas que no se conocen con las manos.
— Veo que es usted una persona de conversaciуn amena, lord Vorkosigan. Si su agenda se lo permite, me gustarнa presentarle a mis amigos. Celebramos una recepciуn en casa dentro de dos noches… Cree usted que…?
— Mmm, tal vez… — Dos noches despuйs no habнa ninguna ceremonia fъnebre… Serнa bastante interesante, una oportunidad para observar a los jovencitos de la casta de los ghemlores en su ambiente sin las inhibiciones que causaba en esa generaciуn la presencia de los mayores. Una mirada al futuro de Cetaganda-. Sн, por quй no»
— Le mandarй una invitaciуn y las indicaciones para llegar. Ah. — Yenaro mirу la fuente, que de nuevo empezaba a mostrar la paleta de verdes veraniegos-. Ahora ya podemos entrar.
A Miles el interior de la fuente no le pareciу muy distinto del exterior. En realidad, parecнa menos interesante porque de cerca se perdнa la ilusiуn de que las hojas formaban imбgenes. La mъsica se oнa con mбs claridad, eso sн. Cuando los colores empezaron a cambiar, el volumen aumentу bruscamente en un crescendo.
— No se pierda esto, vale la pena — dijo Yenaro, con evidente satisfacciуn.
La escultura era interesante, lo bastante para que Miles tardara un momento en darse cuenta de que estaba sintiendo algo: picazуn y calor en los hierros que le cubrнan las piernas, apoyados contra la piel. Intentу conservar la calma, pero el calor seguнa aumentando.
Yenaro parloteaba con entusiasmo artнstico mientras seсalaba los diferentes efectos. Ahora, mire esto… Un remolino de colores brillantes frente a los ojos de Miles. Una sensaciуn evidente: un ardor insoportable en la piel de las piernas.
Ahogу un grito y lo convirtiу en un gemido agudo. Logrу dominarse para no correr hacia el agua, pues sabнa que podнa electrocutarse… En los pocos segundos que le llevу salir del laberinto, el acero que le rodeaba las piernas alcanzу la temperatura de ebulliciуn del agua. Miles olvidу la dignidad, se tirу al suelo y tratу de arrancarse los hierros de las piernas. Cuando tocу el metal, se quemу las manos. Se sacу las botas de un tirуn, soltу los hierros y los lanzу a un lado. Se retorciу en posiciуn fetal, aullando de dolor. Los hierros le habнan dejado en las rodillas y tobillos unas marcas blancas y punzantes, con el borde en carne viva.
Yenaro corrнa de un lado a otro, desesperado, pidiendo ayuda a pleno pulmуn. Miles levantу la vista y descubriу que era el centro de atenciуn de unas cincuenta personas sorprendidas e impresionadas, que miraban con horror sus frenйticos movimientos. Dejу de retorcerse y de maldecir y se quedу sentado, jadeando; el aire producнa un siseo profundo al salir por entre los dientes apretados.
Ivбn y Vorob'yev se abrнan paso a codazos desde distintos lugares del salуn.
— ЎLord Vorkosigan! Quй pasa? — preguntу Vorob'yev con urgencia.
— Estoy bien — dijo Miles. No era cierto, pero йse no era ni el lugar ni el momento de entrar en detalles. Se volviу a poner los pantalones, para esconder las heridas.
Yenaro tartamudeaba, desesperado.
— Quй ha pasado? Quй… quй ha pasado? No tenнa ni idea… Estб usted bien, lord Vorkosigan? Ay, Dios… Dios…
Ivбn se agachу y tocу uno de los hierros, aъn caliente.
— Sн… quй diablos…?
Miles pensу en la secuencia de sensaciones y en sus posibles causas. No se trataba de antigrav, nada importante para una persona que no padeciera sus problemas уseos, un truco que habнa pasado inadvertido ante las narices de Seguridad de la embajada marilacana. Habнan logrado esconderlo manteniйndolo a la vista de todos.
— Un efecto de histйresis. Los cambios de color de la escultura obedecen a un campo magnйtico en reversiуn… un campo de nivel bajo. Para la mayorнa de la gente no constituye ningъn problema. Para mн, bueno, no fue tan horrendo como poner los brazos en un horno microondas pero… ya me entienden…
Se puso en pie con una sonrisa. Ivбn, que parecнa muy preocupado, ya habнa recogido las botas y los hierros. Miles lo dejу con ellos en las manos. No querнa ni tocarlos. Se acercу a Ivбn tropezando con gesto de ciego y susurrу en el oнdo de su primo:
— Sбcame de aquн. — Estaba temblando.
Ivбn sintiу el estremecimiento en la mano que tenнa apoyada sobre el hombro de su primo. Lo mirу, hizo un gesto con la cabeza y avanzу rбpidamente entre la multitud de hombres y mujeres muy bien vestidos, algunos de los cuales ya se estaban retirando.
El embajador Bernaux apareciу inmediatamente despuйs y agregу sus contritas disculpas a las de Yenaro.
— Quiere usted pasar por la enfermerнa de la embajada, lord Vorkosigan? — le ofreciу
— No. Gracias. Prefiero ir a casa. — Pronto, por favor.
Bernaux se mordiу el labio y mirу a lord Yenaro, que seguнa disculpбndose.
— Lord Yenaro. Lamento decirle que…
— Sн, sн, apбguela enseguida, enseguida — dijo Yenaro-. Ordenarй a mis sirvientes que vengan a buscarla inmediatamente. No tenнa ni idea… le gustaba tanto a todo el mundo… tengo que volver a diseсarla. O destruirla, sн, la destruirй enseguida. Lo siento muchнsimo… Dios, quй vergьenza.
Sн, vergonzoso?, pensу Miles. Un despliegue de sus debilidades fнsicas frente a un nutrido pъblico, justo cuando acababa de poner un pie en el planeta…
— No, no, no la destruya — dijo el embajador Bernaux, horrorizado-. La haremos revisar por un ingeniero de seguridad y la modificaremos, o tal vez pondremos un cartel de advertencia…
Ivбn reapareciу junto a la multitud que se dispersaba y levantу el pulgar frente a Miles. Despuйs de unos minutos terriblemente dolorosos de sutilezas sociales, Vorob'yev e Ivбn se las arreglaron para escoltarlo hacia el tubo elevador y luego hacia el auto de superficie de la embajada de Barrayar. Miles se arrojу en el asiento y se quedу ahн, con la cara retorcida de dolor, jadeando. Ivбn vio que temblaba, se sacу la guerrera y se la echу sobre los hombros. Miles no protestу.
— De acuerdo, veamos los daсos — exigiу Ivбn. Apoyу una de las pantorrillas de Miles sobre su rodilla y enrollу la pernera del pantalуn-. Jo, esto tiene que ser muy doloroso.
— Bastante — aceptу Miles.
— No puede haber sido un intento de asesinato, eso no — dijo Vorob'yev, con los labios apretados, la mente febril, buscando respuestas.
— No — confirmу Miles.
— Segъn Bernaux, su gente examinу la escultura antes de instalarla. La registraron pero, claro, andaban buscando bombas y micrуfonos.
— Seguro que la examinaron. Esa cosa no puede hacer daсo a nadie… excepto a mн…
Vorob'yev seguнa el razonamiento sin dificultades.
— Una trampa?
— Demasiado elaborada, me parece — hizo notar Ivбn.
— No estoy seguro — dijo Miles. Se supone que no debo estar seguro. Йsa es la gracia del asunto-. Tiene que haberles llevado dнas, tal vez semanas, prepararlo todo. Ni siquiera nosotros sabнamos que нbamos a venir hasta hace dos semanas. Cuбndo llegу ese trasto a la embajada marilacana?