— Segъn Bernaux, anoche — dijo Vorob'yev.
— Antes de que llegбramos nosotros. — Antes del pequeсo encuentro con el hombre sin cejas. No pueden estar relacionados… o sн?-. Desde cuбndo saben que asistirнamos a esta fiesta?
— Las embajadas prepararon las invitaciones hace unos tres dнas — dijo Vorob'yev.
— Muy poco tiempo para tratarse de una conspiraciуn — observу Ivбn.
Vorob'yev lo pensу un poco.
— Creo que tengo que aceptar su punto de vista, lord Vorpatril. Lo consideramos un desgraciado accidente entonces?
— Por ahora — dijo Miles. No fue un accidente. Me tendieron una trampa. A mн, personalmente. Cuando llega la primera salva, hay que darse cuenta de que ha estallado la guerra.
Excepto que, generalmente, uno conocнa las razones por las que se habнa declarado la guerra. La idea de jurar que no volverнan a atraparlo con la venda sobre los ojos era excelente, pero quiйn era el enemigo? Quiйn lo habнa atrapado esa primera vez?
Apuesto a que sus fiestas son excelentes, lord Yenaro. No me perderнa la prуxima por nada del mundo.
3
— El nombre correcto de la residencia imperial cetagandana es jardнn Celestial — dijo Vorob'yev-, pero en toda la galaxia lo conocen como Xanadъ. Enseguida verбn por quй. Duvi, por favor, por la entrada panorбmica.
— Sн, milord — dijo el joven sargento que conducнa. Alterу el programa de control. El auto de la embajada barrayaresa se elevу en el aire y se lanzу hacia un brillante conjunto de torres.
— Despacio, por favor, Duvi. A estas horas de la maсana mi estуmago…
— Sн, milord. — El piloto hizo una mueca de decepciуn y puso el vehнculo a una velocidad mбs sensata. Se elevaron, rodearon un edificio que, segъn calculaba Miles, debнa de tener mбs de mil metros de altura y se elevaron de nuevo. El horizonte desapareciу.
— Uauuu — dejу escapar Ivбn-. Es la mayor cъpula de fuerza que he visto en toda mi vida. No sabнa que se podнan expandir hasta este tamaсo.
— Consume la energнa de toda una planta generadora — dijo Vorob'yev-. Toda la planta dedicada a la cъpula. Y otra planta para el interior.
Una burbuja aplastada y opalescente de seis kilуmetros de ancho reflejaba el sol vespertino de Eta Ceta. Se alzaba en el centro de la ciudad como un enorme huevo en un bol, una perla de valor incalculable. Estaba rodeada por un parque de un kilуmetro de ancho lleno de бrboles y luego por una calle plateada, seguida de otro parque y una calle normal muy transitada. Desde ahн, se abrнan ocho anchas avenidas dispuestas como los radios de una rueda. La cъpula quedaba en el centro de la ciudad. En el centro del universo, fue la impresiуn de Miles. Una impresiуn intencional, buscada.
— El acto de hoy es una especie de ensayo general para la ceremonia que se desarrollarб dentro de una semana y media — siguiу diciendo Vorob'yev-. Asistirб todo el mundo: ghemlores, hautlores, visitantes de la galaxia y demбs. Seguramente se producirбn retrasos de organizaciуn. Eso no tiene importancia… siempre que no sean por culpa nuestra. Me pasй mбs de una semana negociando para conseguirles un rango oficial y un lugar.
— Y consiguiу…? — preguntу Miles.
— Ustedes dos estarбn entre los ghemlores de segundo orden. — Vorob'yev se encogiу de hombros-. Mбs, imposible.
Entre la multitud pero bien situados. El mejor lugar para observar los acontecimientos sin llamar la atenciуn, considerу Miles. Parecнa una buena idea. Los tres, Vorob'yev, Ivбn y йl se habнan puesto los uniformes funerarios de las Casas correspondientes, con galones y condecoraciones en seda negra sobre tela negra. El mбximo de formalidad, porque estarнan frente a la presencia imperial. A Miles le gustaba el uniforme de la Casa Vorkosigan, todos, el original marrуn y plata o la versiуn que usaba en este momento, severa y elegante. Le gustaba porque las botas altas no sуlo le permitнan dejar los hierros sino que se lo exigнan. Pero esa maсana ponerse las botas sobre las quemaduras habнa sido… doloroso. A pesar de que habнa tomado calmantes, seguramente iba a cojear mбs que de costumbre. No me olvido, Yenaro.
Descendieron en espiral hasta una pista de aterrizaje junto a la entrada sur de la cъpula, frente a un estacionamiento lleno de vehнculos. Vorob'yev hizo un gesto para que se retirara el auto de superficie.
— No tenemos escolta, milord? — dijo Miles, con dudas, mirando cуmo se iba la gente de la embajada mientras cambiaba de una mano a otra la larga caja de madera de abeto pulida.
Vorob'yev meneу la cabeza.
— De seguridad, no. Sуlo el emperador cetagandano puede urdir un asesinato dentro del Jardнn Celestial y si йl quisiera eliminarle, lord Vorkosigan, ni un regimiento de guardaespaldas lograrнa sacarlo de ahн con vida.
Unos hombres altos de la Guardia Imperial Cetagandana, enfundados en uniforme formal, los llevaron hacia la puerta cerrada de la cъpula y los desviaron hacia una serie de plataformas flotantes dispuestas como autos abiertos, con asientos de seda blanca, el color del duelo imperial en Cetaganda. Cada uno de los grupos de las embajadas se ubicу en uno de los vehнculos junto a sirvientes de la mбs alta jerarquнa, vestidos de blanco y gris. Aunque, a pesar de su aspecto, tal vez no eran sirvientes. Las plataformas, programadas automбticamente para seguir una ruta predeterminada, arrancaron a paso tranquilo a unos diez centнmetros del suelo, sobre senderos pavimentados de jade blanco que se bifurcaban en un jardнn vasto poblado de arbustos de distintas especies. Aquн y allб, Miles vislumbraba los techos de los pabellones esparcidos por el parque, asomando por detrбs de los бrboles, como espiбndolos. Todos los edificios eran bajos y privados, excepto algunas torres muy elaboradas que surgнan en el centro del cнrculo mбgico, a casi tres kilуmetros de distancia. Aunque en el exterior el sol de la primavera de Eta Ceta brillaba con fuerza, el clima dentro de la cъpula estaba programado para simular una humedad gris, nubosa, apropiada para el luto, un cielo que prometнa lluvia y que sin duda se negarнa a cumplir su promesa.
Finalmente flotaron hacia un extenso pabellуn al oeste de las torres centrales, donde otro sirviente se inclinу cuando bajaron de la plataforma y los condujo hacia el interior, junto con otra docena de delegaciones. Miles mirу a su alrededor, tratando de identificarlas.
Los marilacanos, sн, ahн estaba la cabeza plateada de Bernaux, alguna gente vestida de verde que tal vez procedнa de Jackson, una delegaciуn de Aslund, que incluнa al jefe de Estado — hasta tenнan dos guardias, aunque desarmados los embajadores betaneses ataviados con casacas de brocado pъrpura sobre negro y sarong del mismo color, todos presentes en honor de una mujer muerta que nunca los habrнa recibido cara a cara cuando estaba con vida. Surrealista era una palabra suave en estas circunstancias. Miles sentнa que habнa cruzado la frontera hacia el Paнs de las Maravillas y que cuando emergiera, apenas unas horas mбs tarde, habrнan pasado cien aсos en el exterior. La galaxia entera tuvo que detenerse en el umbral para dejar pasar a la escolta del gobernador hautlord de una satrapнa. Miles reconociу la pintura formal que le cubrнa la cara, anaranjada, verde, con lнneas blancas.
La decoraciуn interior era de una sobriedad sorprendente — de buen gusto, supuso Miles— y se basaba en motivos orgбnicos: arreglos de flores frescas y plantas y pequeсas fuentes, como para llevar el jardнn al interior. Los salones estaban silenciosos, sin ecos, y sin embargo la voz se difundнa fбcilmente: el lugar tenнa una acъstica extraordinaria. Circularon mбs sirvientes del palacio ofreciendo comida y bebida.
Un par de esferas color perla pasaron lentamente por el otro extremo del salуn y Miles parpadeу mirando a las hautladies por primera vez. Mirбndolas… o algo parecido.