— Y cуmo describen la invasiуn cetagandana de Barrayar en tiempos de mi abuelo? — preguntу Miles-. Reconocimiento? Prueba de fuerza?
— Cuando la mencionan, sн.
— Una prueba de fuerza de veinte aсos? — preguntу Ivбn, sonriendo.
— No suelen entran en detalles conflictivos.
— Expuso usted a Illyan su punto de vista sobre las ambiciones cetagandanas en cuanto a Marilac? — preguntу Miles.
— Sн, tenemos a su jefe perfectamente informado. Pero en la actualidad no se produce ningъn movimiento, nada que apoye mi teorнa… Por ahora, me limito a razonar. SegImp vigila los indicadores principales y nos mantiene al corriente.
— No estoy… en eso — dijo Miles-. A pesar de que necesitarнa saberlo y todo eso…
— Pero supongo que entiende el panorama estratйgico de la cuestiуn.
— Ah, sн, eso sн.
— Y… los rumores de las clases altas no siempre estбn tan guardados como debieran. Ustedes dos tal vez oigan algo interesante en la fiesta de hoy. Informen al jefe de protocolo, el coronel Vorreedi. Йl tambiйn les proporcionarб informaciуn en cuanto vuelva. Que йl decida despuйs quй es importante y quй no. — Control. Miles hizo un gesto a Ivбn, quien se encogiу de hombros como si reconociera la verdad de lo que habнa dicho su primo-. Ah, y traten de no soltar mбs informaciуn de la que reciban, eh?
— Bueno, yo estoy tranquilo — dijo Ivбn-. No sй nada. — Sonriу con alegrнa. Miles tratу de no hacer una mueca de vergьenza o mascullar algo como Eso ya lo sabemos, Ivбn.
Todas las delegaciones de los planetas exteriores se alojaban en la misma secciуn de la capital, asн que el viaje fue corto. El auto de superficie descendiу a nivel de la calle y redujo la velocidad. Entrу en el garaje del edificio de la embajada marilacana y se detuvo frente a una entrada profusamente iluminada, un escenario que parecнa menos subterrбneo de lo que era gracias a las superficies de mбrmol y las plantas decorativas que colgaban en tubos o macetas. El auto se abriу. Los guardias de la embajada de Marilac se inclinaron frente al grupo barrayarйs, que se dirigiу hacia los tubos elevadores. Ademбs de hacer reverencias, habнan examinado a los invitados discretamente con los rastreadores, de eso no cabнa duda alguna. Era evidente que Ivбn habнa tenido el acierto de dejar el destructor nervioso en el cajуn de su escritorio.
Salieron del tubo elevador a un vestнbulo ancho que daba a varios niveles de бreas pъblicas conectadas, ya ocupadas por los invitados. El volumen de las conversaciones era alto e invitador. En el centro de la habitaciуn destacaba una gran escultura multimedia, una escultura real, no una proyecciуn. Una cascada de agua brillante caнa por una fuente que parecнa una montaсa pequeсa surcada de senderos por los que se podнa transitar. Unos copos irisados se arremolinaban en el aire sobre aquel laberinto en miniatura formando tъneles delicados. Por el color verde, Miles supuso que representaban las hojas de los бrboles de la Tierra incluso antes de acercarse lo suficiente como para distinguir los detalles realistas. En ese momento, los colores empezaron a cambiar, y pasaron de veinte verdes diferentes a amarillos, dorados, rojos y cobrizos brillantes. A medida que giraban parecнan formar esquemas fugaces, caras y cuerpos humanos, sobre un fondo de sonidos vibrantes como el de los carillones de viento. Pretendнan que hubiera caras y mъsica, o era sуlo un truco para que el cerebro del espectador proyectara imбgenes coherentes sobre el azar absoluto? Esa incertidumbre sutil atrajo a Miles.
— Eso es nuevo — comentу Vorob'yev, atraнdo tambiйn-. Muy bonito… Eh, buenas noches, embajador Bernaux.
— Buenas noches, lord Vorob'yev. — El anfitriуn de cabello plateado intercambiу una cordial inclinaciуn de cabeza con su colega de Barrayar-. Sн, nos gustу bastante. Es un regalo de un ghemlord local. Todo un honor. Se llama «Hojas de otoсo». Mi personal de cуdigos estuvo tratando de descifrar el nombre durante medio dнa y finalmente decidieron que significaba «Hojas de otoсo».
Los dos hombres rieron. Ivбn sonriу sin entusiasmo: no entendнa del todo el chiste local. Vorob'yev los presentу formalmente al embajador Bernaux, que se atuvo a los rangos y a las edades con elaborada cortesнa. Les ofreciу una explicaciуn sobre los sitios donde se comнa y se excusу. Era el efecto «Ivбn», decidiу Miles con rabia. Subieron las escaleras hacia una de las mesas, y los embajadores, ahora que ellos estaban lejos, empezaron a intercambiar comentarios privados y complejos. Probablemente era sуlo amabilidad y contactos sociales, pero…
Miles e Ivбn probaron los entrantes, refinados pero abundantes y fueron a buscar una bebida. Ivбn eligiу un prestigioso vino marilacano; Miles, consciente de la hoja labrada que llevaba en el bolsillo, prefiriу cafй solo. Se separaron con un gesto leve y circularon por la fiesta cada uno a su aire. Miles se reclinу sobre la barandilla que daba sobre el vestнbulo de los tubos elevadores. Tomу traguitos cortos de la taza frбgil que tenнa entre las manos y se preguntу dуnde estarнa oculto el circuito que mantenнa la temperatura del lнquido — ah, ahн, en el fondo, entretejido en el brillo metбlico del sello de la embajada marilacana-. «Hojas de otoсo» se estaba helando hacia el final de su ciclo. El agua de las fuentes se congelaba, o parecнa que se congelaba, convertida en hielo negro y silencioso. Los colores aйreos se desvanecieron hasta convertirse en amarillo sepia y gris plateado, colores de un atardecer invernal, y las figuras que formaban, si es que eran figuras, sugerнan desesperaciуn y muerte. La mъsica de campanillas se desvaneciу hasta convertirse en susurros discordantes, quebrados. No era un invierno de nieve y celebraciуn. Era el invierno de la muerte. Miles se estremeciу. Mierda, quй efectivo.
Asн que… cуmo empezar a hacer preguntas sin revelar nada a cambio? Se imaginу acorralando a un ghemlord. Diga, alguno de sus ministros perdiу una llave en cуdigo con un sello como йste? No, no. Lo mejor era que sus… adversarios lo abordaran a йl, pero se estaban tomando demasiado tiempo y ya empezaba a aburrirse. Paseу la mirada sobre la multitud buscando hombres sin pestaсas… y no los encontrу.
Ivбn ya habнa encontrado a una mujer hermosa. Miles parpadeу al advertir su extremada belleza. Era alta y delgada, la piel de las manos y la cara tan suave y delicada como la porcelana. Unas bandas enjoyadas le sujetaban el cabello rubio, casi blanco, a la altura del cuello y luego mбs abajo, en la cintura. La sedosa y brillante melena le llegaba casi a las rodillas. El vestido escondнa mбs de lo que mostraba, con capas y mбs capas de tela, mangas abiertas y chalecos que le llegaban a los tobillos. Los tonos oscuros de la ropa de las capas superiores acentuaban la palidez de la piel, y un brillo de seda cerъlea repetнa el azul de sus ojos. Era una ghemlady de Cetaganda, de eso no cabнa la menor duda: tenнa ese aire de gnomo que sugerнa la existencia de genes hautlord en el бrbol genealуgico. Tambiйn cabнa en lo posible que ella hubiera imitado ese aire mediante cirugнa y otras terapias, pero el arrogante arco de las cejas tenнa que ser autйntico.
Miles oliу las feromonas del perfume de la mujer a mбs de tres metros de distancia. El perfume le pareciу innecesario. Ivбn ya estaba lanzado. Con un brillo de codicia en sus ojos oscuros, decantaba alguna historia en la que habнa tenido un papel heroico o al menos protagonista. Algo sobre ejercicios y entrenamiento, ah, claro, para enfatizar el estilo marcial barrayarйs. Venus y Marte, por supuesto. Pero ella estaba sonriendo, sн, sonriendo con las palabras de su primo.