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—Muchos, sin duda —replicó irritado—. ¿Qué importa eso?

—Estoy tratando de poner precio a uno de los tres dragones vivos que hay en el mundo. —Dany le dedicó una dulce sonrisa—. Me parece que lo justo sería un tercio de todos los barcos del mundo.

—¿No os advertí que no entrarais en el Palacio de Polvo? —Las lágrimas corrieron por las mejillas de Xaro, a ambos lados de la nariz enjoyada—. Esto es lo que tanto temía. Los susurros de los brujos os han vuelto tan loca como la esposa de Mallarawan. ¿Un tercio de todos los barcos del mundo? Bah. Bah, bah y bah.

Desde entonces, Dany no había vuelto a verlo. Su senescal era el encargado de hacerle llegar los mensajes, cada uno más frío del anterior. Tenía que irse de su casa. Estaba cansado de alimentarla a ella y a los suyos. Le exigía que le devolviera los regalos, porque los había aceptado de mala fe. Su único consuelo es que había tenido el sentido común de no casarse con él.

«Los susurros de los brujos hablaron de tres traiciones: una por sangre, una por oro y una por amor.» La primera traición había sido sin duda la de Mirri Maz Duur, que había asesinado a Khal Drogo y a su hijo nonato para vengar a su pueblo. ¿Habían sido las de Pyat Pree y las de Xaro Xhoan Daxos la segunda y la tercera? Le parecía improbable. Pyat no había actuado para conseguir oro, y Xaro nunca la había amado de verdad.

Las calles estaban cada vez más desiertas mientras atravesaban un barrio destinado a sombríos almacenes de piedra. Aggo la precedía y Jhogo iba tras ella, con lo que Ser Jorah Mormont iba a su lado. La campanilla tintineaba suavemente, y Dany descubrió que una vez más sus pensamientos volvían al Palacio de Polvo, igual que la lengua vuelve al espacio que ha dejado un diente al caerse. «Hija de tres —la habían llamado—, hija de la muerte, exterminadora de mentiras, esposa del fuego.» El tres, siempre el tres. Tres fuegos, tres monturas, tres traiciones.

—El dragón tiene tres cabezas —suspiró—. ¿Sabéis qué significa eso, Jorah?

—¿Cómo decís, Alteza? El blasón de la Casa Targaryen es un dragón de tres cabezas, rojo sobre negro.

—Ya lo sé. Pero no hay dragones de tres cabezas.

—Las tres cabezas eran Aegon y sus hermanas.

—Visenya y Rhaenys —recordó—. Yo desciendo de Aegon y Rhaenys por vía de su hijo Aenys y su nieto Jaehaerys.

—Los labios azules sólo dicen mentiras, ¿no es eso lo que os dijo Xaro? ¿Por qué os preocupa lo que os susurraron los brujos? Lo único que querían era sorberos la vida, ya lo sabéis.

—Es posible —reconoció de mala gana—. Pero las cosas que vi…

—Un hombre muerto en la proa de un barco, una rosa azul, un banquete de sangre… ¿qué significa eso, khaleesi? Y un dragón de tela, según me contasteis. Por favor, decidme, ¿qué significa un dragón de tela?

—El dragón de una compañía de títeres —explicó Dany—. Los titiriteros los utilizan en sus espectáculos, para que los caballeros tengan algo contra lo que pelear. —Ser Jorah frunció el ceño. Dany se negaba a dejar el tema—. «Suya es la canción de hielo y fuego», me dijo mi hermano. Estoy segura de que fue mi hermano. Viserys no, Rhaegar. Tenía un arpa con las cuerdas de plata.

—Es cierto que el príncipe Rhaegar tenía un arpa así —reconoció Ser Jorah con el ceño tan fruncido que las cejas se le juntaron—. ¿Lo visteis?

Dany asintió.

—Había una mujer en una cama, amamantando a un bebé. Mi hermano dijo que era el príncipe que les había sido prometido, y le dijo que lo llamara Aegon.

—El príncipe Aegon era el heredero de Rhaegar, nacido de Elia de Dorne —dijo Ser Jorah—. Pero si él era el príncipe prometido, la promesa quedó rota junto con su cráneo cuando los Lannister le destrozaron la cabeza contra una pared.

—Lo recuerdo —dijo Dany con tristeza—. También asesinaron a la hija de Rhaegar, la princesita Rhaenys. Se llamaba igual que la hermana de Aegon. No había ninguna Visenya, pero dijo que el dragón tiene tres cabezas. ¿Qué es la canción de hielo y fuego?

—No la he oído nunca.

—Acudí a los brujos en busca de respuestas, y en vez de eso me dieron cien preguntas nuevas.

Ya volvía a haber gente en las calles.

—¡Abrid paso! —gritó Aggo.

—Ya me llega el olor, khaleesi —dijo Jhogo, olfateando el aire con desconfianza—. Es el agua envenenada.

Los dothrakis desconfiaban del mar y de todo lo que se moviera por él. No querían tener nada que ver con un agua que los caballos no bebían.

«Ya aprenderán —decidió Dany—. Yo me enfrenté a su mar con Khal Drogo. Ellos tendrán que enfrentarse al mío.»

Qarth era uno de los puertos más importantes del mundo, un auténtico espectáculo de colores, sonidos y olores extraños. En las calles había tabernas, almacenes y garitos, entremezclados con burdeles baratos y templos de dioses peculiares. Los rateros, asesinos, vendedores de hechizos y cambistas se mezclaban entre la multitud. Los muelles eran un gran mercado donde las compras y ventas tenían lugar día y noche, y se podían obtener mercancías por una fracción de su precio en un bazar, siempre y cuando no se indagara mucho sobre su procedencia. Ancianas encorvadas vendían aguas aromatizadas y leche de cabra, que llevaban en cántaros de cerámica cargados a los hombros y sujetos con cinchas. Marineros de cien naciones vagaban entre los tenderetes, bebían vinos especiados e intercambiaban chistes en idiomas extraños. El aire olía a sal, a pescado frito, a brea caliente, a miel, a incienso, a aceite y a esperma.

Aggo dio a un pilluelo una moneda de cobre a cambio de una brocheta de ratones asados con miel, y los fue mordisqueando mientras cabalgaba. Jhogo se compró un puñado de jugosas cerezas blancas. Por todas partes se vendían hermosas dagas de bronce, calamares secos, ónice tallado, un poderoso elixir mágico preparado con leche de virgen y color-del-ocaso, y hasta huevos de dragón cuyo aspecto recordaba demasiado al de rocas pintadas.

Al pasar junto a los largos atracaderos de piedra reservados para los barcos de los Trece vio cofres de azafrán, incienso y pimienta, que estaban descargando de la ornamentada nave de Xaro Beso bermellón. Al lado se amontonaban barriles de vino, balas de hojamarga y fardos de pieles a rayas, que estaban subiendo por la pasarela de la Novia de azul, que iba a partir con la marea vespertina. Un poco más allá se había congregado una multitud en torno a un galeón de los Especieros, el Rayo de sol, para pujar por los esclavos. Todo el mundo sabía que un esclavo salía mucho más barato si se compraba directamente del barco, y los estandartes que ondeaban sobre sus palos proclamaban que el Rayo de sol acababa de llegar de Astapor, en la Bahía de los Esclavos.

Dany no conseguiría ayuda de los Trece, de la Hermandad de Turmalina ni del Antiguo Gremio de Especieros. Recorrió con su plata muchos kilómetros de muelles, dársenas y almacenes, hasta llegar al final del puerto en forma de herradura, donde se permitía atracar a los barcos procedentes de las Islas del Verano, Poniente y las Nueve Ciudades Libres.

Desmontó junto a un reñidero donde un basilisco estaba despedazando a un perro rojo de gran tamaño, en medio del griterío de los marineros que lo rodeaban.

—Aggo, Jhogo, vigilad los caballos mientras Ser Jorah y yo hablamos con los capitanes.

—Como ordenes, khaleesi. Montaremos guardia mientras estáis ausentes.

Mientras se acercaba a la primera nave, Dany pensó que era agradable volver a oír a los hombres hablando en valyrio una vez más, e incluso en la lengua común. Marineros, estibadores y mercaderes le abrían paso, sin saber qué pensar de aquella jovencita esbelta con el cabello como oro blanco, que vestía al estilo dothraki y caminaba escoltada por un caballero. Pese a lo caluroso del día, Ser Jorah lucía su jubón de lana verde sobre la cota de malla, con el oso negro de los Mormont bordado en el pecho.