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—Mil perdones, Alteza. —El anciano se arrodilló—. Ya está muerta. ¿Os he roto la mano?

—Me parece que no. —Dany abrió y cerró los dedos, con una mueca.

—Tenía que quitároslo de la mano —empezó a explicar.

Pero en aquel momento sus jinetes de sangre cayeron sobre él. Aggo le arrebató el cayado de una patada, y Jhogo lo agarró por los hombros, lo tiró al suelo y le puso la daga en la garganta.

—Hemos visto cómo te golpeaba, khaleesi. ¿Quieres ver tú el color de su sangre?

—Soltadlo. —Dany se puso en pie—. Mira el extremo de su cayado, sangre de mi sangre. —El eunuco había conseguido derribar a Ser Jorah. Se interpuso entre ellos justo en el momento en que el arakh y la espada larga salían centelleantes de sus vainas—. ¡Guardad los aceros! ¡Basta!

—¿Qué decís, Alteza? —Mormont bajó la espada sólo unas pulgadas—. Estos hombres os estaban atacando.

—Me estaban defendiendo. —Dany sacudió la mano, le hormigueaban los dedos—. El que me atacó fue el otro, el qarthiano. —Miró a su alrededor, pero ya había desaparecido—. Era un Hombre Pesaroso, en ese cofre enjoyado que me dio había una manticora. Este hombre me la quitó de la mano. —El vendedor de bronce seguía rodando por el suelo. Dany se dirigió hacia él y lo ayudó a ponerse en pie—. ¿Os ha picado?

—No, buena señora —dijo, tembloroso—. Si me hubiera picado ya estaría muerto. Pero me rozó, agh, cuando salió volando de la caja me cayó en el brazo.

Se había ensuciado los calzones, y no era de extrañar. Le dio una moneda de plata a modo de compensación, y se despidió de él antes de volverse hacia el anciano de la barba blanca.

—¿A quién debo mi vida?

—No me debéis nada, Alteza. Me llaman Arstan, aunque durante el viaje que nos ha traído aquí, Belwas ha empezado a llamarme Barbablanca.

Aunque Jhogo lo había soltado, el anciano seguía con una rodilla en tierra. Aggo cogió el cayado, le dio la vuelta, masculló una maldición en dothraki, raspó los restos de la manticora contra una piedra y se lo devolvió.

—¿Y quién es Belwas? —preguntó ella.

—Yo soy Belwas. —El corpulento eunuco de piel morena se adelantó al tiempo que envainaba el arakh—. Belwas el Fuerte me llaman en los reñideros de Meereen. No he sido derrotado jamás. —Se dio una palmada en la barriga cubierta de cicatrices—. Dejo que todos los hombres me hieran una vez antes de matarlos. Contad las heridas y sabréis a cuántos ha matado Belwas el Fuerte.

—¿Y qué haces aquí, Belwas el Fuerte? —A Dany no le hizo falta contar las cicatrices, a simple vista se veía que eran muchas.

—De Meereen me vendieron a Qohor y de allí a Pentos, al hombre gordo del pelo con hedor dulce. Él fue el que envió a Belwas el Fuerte a cruzar el mar, con el viejo Barbablanca para servirlo.

«El hombre gordo del pelo con hedor dulce…»

—¿Illyrio? —preguntó—. ¿Os envía el magíster Illyrio?

—Así es, Alteza —respondió el anciano Barbablanca—. El magíster os ruega que lo perdonéis por enviarnos a nosotros en su lugar, pero ya no puede montar a caballo como cuando era joven, y los viajes por mar le alteran la digestión. —Antes había hablado en el valyrio de las Ciudades Libres, pero en aquel momento cambió a la lengua común—. Sentimos haberos alarmado. Para ser sinceros, no estábamos seguros, pensábamos que tendríais un aspecto más… más…

—¿Regio? —Dany se echó a reír. No llevaba ninguno de sus dragones, y su atuendo no era precisamente el propio de una reina—. Habláis bien la lengua común, Arstan. ¿Sois de Poniente?

—Así es. Nací en las Marcas de Dorne, Alteza. De niño serví como escudero para un caballero de la Casa de Lord Swann. —Sostenía el cayado muy recto junto a él, como si fuera una pica a la que le faltara un estandarte—. Ahora soy el escudero de Belwas.

—¿No sois un poco viejo para eso? —preguntó Ser Jorah, que se había abierto paso para situarse junto a Dany. Sujetaba con incomodidad la bandeja de bronce bajo el brazo. La cabeza de Belwas era muy dura, y la había abollado curvándola.

—No soy tan viejo como para no poder servir a mi señor, Lord Mormont.

—¿También me conocéis a mí?

—Os vi luchar en un par de ocasiones. En Lannisport estuvisteis a punto de desmontar al Matarreyes. Y también en Pyke. ¿No lo recordáis, Lord Mormont?

—Vuestro rostro me resulta familiar —contestó Ser Jorah frunciendo el ceño—, pero en Lannisport había cientos de hombres; y en Pyke, miles. Y no me llaméis lord, no tengo título de señor. La Isla del Oso me fue arrebatada. No soy más que un caballero…

—Un caballero de mi Guardia de la Reina. —Dany lo cogió del brazo—. Mi amigo leal y mi buen consejero. —Estudió el rostro de Arstan. Percibió en él una gran dignidad, una especie de fuerza tranquila que le gustó—. Levantaos, Arstan Barbablanca. Sed bienvenido, Belwas el Fuerte. A Ser Jorah ya lo conocéis. Ko Aggo y Ko Jhogo son mis jinetes de sangre. Cruzaron conmigo el desierto rojo, y vieron nacer a mis dragones.

—Chicos de los caballos. —Belwas mostró los dientes en una sonrisa—. Belwas ha matado muchos chicos de caballos en los reñideros. Caen tintineando cuando mueren.

—Nunca he matado a un moreno gordo —intervino Aggo echando mano del arakh—. Belwas será el primero.

—Envaina tu acero, sangre de mi sangre —dijo Dany—. Este hombre ha venido a servirme. Belwas, tendréis que mostrar respeto a mi pueblo, o dejaréis de estar a mi servicio antes de lo que os gustaría y con más cicatrices que al empezar.

La sonrisa mellada desapareció del rostro ancho del gigante, para dejar paso a una mueca ceñuda y confusa. No había muchos hombres que se atrevieran a amenazar a Belwas, y menos aún niñas que no abultaban ni la tercera parte que él. Dany le dirigió una sonrisa para suavizar la reprimenda.

—Bien, decidme, ¿qué quiere de mí el magíster Illyrio, para haceros venir desde Pentos?

—Quiere dragones —dijo Belwas en tono hosco—, y a la chica que los hace. Os quiere a vos.

—Belwas dice la verdad, Alteza —dijo Arstan—. Se nos ha pedido que os busquemos y os llevemos de vuelta a Pentos. Los Siete Reinos os necesitan. Robert el Usurpador ha muerto, y el reino se desangra. Cuando zarpamos de Pentos había cuatro reyes, y a ninguno se le podía pedir justicia.

El corazón de Dany se llenó de alegría, pero consiguió que no se le reflejara en el rostro.

—Tengo tres dragones —dijo—, y un khalasar de más de cien personas, con todas sus posesiones y caballos.

—No importa —tronó Belwas—. Los llevamos a todos. El hombre gordo alquila tres barcos para su reinecita de pelo de plata.

—Así es, Alteza —asintió Arstan Barbablanca—. La gran coca Saduleon está atracada al final del muelle, y las galeras Sol del verano y Travesura de Joso os esperan ancladas más allá de la escollera.

«Tres cabezas tiene el dragón», pensó Dany.

—Diré a mi pueblo que se disponga para partir de inmediato. Pero los barcos que me lleven a casa deberán tener otros nombres.