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Wex lo ayudó a vestirse para la batalla. Bajo el jubón negro y la capa dorada llevaba una cota de malla bien engrasada, y debajo de ella una coraza. Una vez estuvo vestido y armado, Theon subió a la torre del vigía en la esquina donde se unían las murallas este y sur, para contemplar el destino que lo aguardaba. Los norteños se desplegaban para rodear el castillo. Era difícil calcular su número. Por lo menos un millar; quizá el doble. «Contra diecisiete.» Habían traído catapultas y escorpiones. No vio torres de asedio avanzando por el camino real, pero en el Bosque de los Lobos había madera suficiente para construir todas las que hicieran falta.

Theon estudió sus estandartes, mirando por el tubo de lentes del maestre Luwin. El hacha de guerra de Cerwyn ondeaba con bravura por todas partes, y también se veían los árboles de Tallhart, así como los tritones de Puerto Blanco. Los blasones de Flint y Karstark eran menos. Aquí y allá pudo divisar el alce de los Hornwood. «Pero no hay ningún Glover, Asha se ha encargado de eso; tampoco están los Bolton de Fuerte Terror, ni los Umber han bajado desde la sombra del Muro.» Y tampoco hacían falta. Al poco tiempo, el niño Cley Cerwyn apareció ante las puertas con una bandera de paz en una larga asta, para anunciar que Ser Rodrik Cassel quería parlamentar con Theon el Renegado.

Renegado. El nombre era amargo como la bilis. Recordó que había ido a Pyke para guiar los barcos de su padre contra Lannisport.

—Saldré enseguida —gritó hacia bajo—. Solo.

Lorren el Negro lo desaprobó.

—La sangre sólo se lava con sangre —declaró—. Los caballeros pueden respetar los armisticios con otros caballeros, pero no cuidan tanto su honor cuando tratan con aquellos a los que consideran bandoleros.

—Soy el príncipe de Invernalia y el heredero de las Islas del Hierro —replicó Theon, airado—. Ve a buscar a la chica y haz lo que te dije.

—Como ordenéis, príncipe —respondió Lorren el Negro, con una mirada asesina.

«Él también se ha vuelto contra mí —constató Theon. Últimamente le parecía que hasta las mismas piedras de Invernalia se habían vuelto en su contra—. Si muero, lo haré sin amigos, abandonado.» ¿Qué opción le dejaba eso que no fuera vivir?

Cabalgó hasta la torre de la entrada con la corona en la cabeza. Una mujer estaba sacando agua del pozo, y Gage, el cocinero, lo observaba ante las puertas de la cocina. Ocultaban su odio bajo un aspecto malhumorado y rostros tan inexpresivos como la piedra, pero de todos modos él podía percibirlo.

Cuando bajó el puente levadizo, un viento gélido llegó del otro lado del foso. Le produjo un estremecimiento. «Es el frío, nada más —se dijo Theon—, sólo estoy tiritando, no temblando. Hasta los valientes tiritan.» Cabalgó en las fauces de aquel viento, bajo el rastrillo, sobre el puente levadizo. Las puertas exteriores se abrieron para permitirle el paso. Cuando apareció al pie de las murallas, casi sintió cómo los niños lo observaban desde las órbitas vacías donde habían estado sus ojos.

Ser Rodrik lo esperaba en el mercado, a horcajadas sobre su caballo pinto. Junto a él, el lobo huargo de los Stark tremolaba en el asta que llevaba el joven Cley Cerwyn. Estaban solos en la plaza, aunque Theon podía ver arqueros en los techos de las casas circundantes, así como lanceros a su derecha, y a su izquierda una línea de caballeros en sus monturas, bajo el tritón y el tridente de la Casa Manderly.

«Todos ellos me quieren muerto.» Algunos eran chicos con los que había bebido, jugado a los dados o incluso ido de putas, pero si cayera en sus manos eso no lo salvaría.

—Ser Rodrik. —Theon tiró de las riendas y su caballo se detuvo—. Lamento que nos tengamos que encontrar como enemigos.

—Lo que yo lamento es que deba esperar todavía para colgaros. —El viejo caballero escupió en el suelo fangoso—. Theon el Renegado.

—Soy un Greyjoy de Pyke —le recordó Theon—. El manto en el que me envolvió mi padre tenía un kraken, no un lobo huargo.

—Durante diez años habéis sido pupilo de los Stark.

—Yo más bien diría que he sido rehén y prisionero.

—Entonces quizá Lord Eddard debió teneros encadenado a la pared de una mazmorra. En lugar de ello, os educó entre sus hijos, los dulces niños que has asesinado, y para mi eterna deshonra yo os entrené en el arte de la guerra. Hubiera debido atravesaros el vientre con una espada, en lugar de poner una en vuestras manos.

—He venido a parlamentar, no a escuchar vuestros insultos. Decid lo que tengáis que decir, anciano. ¿Qué deseáis de mí?

—Dos cosas —respondió Ser Rodrik—, Invernalia y vuestra vida. Ordenad a vuestros hombres que abran las puertas y rindan sus armas. Los que no han asesinado niños serán libres de marchar, pero vos seréis llevado ante la justicia del rey Robb. Que los dioses se apiaden de vos antes de que él regrese.

—Robb no volverá a ver Invernalia —prometió Theon—. Su ejército caerá en el Foso Cailin, igual que todos los ejércitos sureños a lo largo de diez mil años. Ahora dominamos el norte, ser.

—Domináis tres castillos —replicó Ser Rodrik—, y me dispongo a recuperar éste, Renegado.

—Éstas son mis condiciones —dijo Theon sin prestar atención al insulto—. Tenéis hasta la caída de la noche para dispersaros. Los que juren lealtad a Balon Greyjoy como su rey, y a mí como príncipe de Invernalia, serán ratificados en sus derechos y propiedades, y no sufrirán daño alguno. Los que nos desafíen serán destruidos.

—¿Estáis loco, Greyjoy? —intervino el joven Cerwyn, que no daba crédito a sus oídos.

—Es sólo soberbia, hijo —le dijo Ser Rodrik sacudiendo la cabeza—. Me temo que Theon siempre ha tenido una opinión demasiado elevada de sí mismo. —El anciano apuntó hacia él con un dedo—. No penséis que necesito esperar a Robb para tratar con vos. Tengo conmigo a unos dos mil hombres… y si lo que cuentan es verdad, no tenéis más de cincuenta.

«En verdad, diecisiete.» Theon se obligó a sonreír.

—Tengo algo mejor que hombres. —Y levantó un puño por encima de la cabeza, la señal que Lorren el Negro debía esperar.

Las murallas de Invernalia estaban a su espalda, pero Ser Rodrik las tenía de frente y no podía evitar verlas. Theon vigiló su expresión. Cuando su barbilla tembló bajo las rígidas patillas blancas, supo qué era lo que el anciano estaba viendo. «No le causa sorpresa —pensó con tristeza—, pero tiene miedo.»

—Es una cobardía —dijo Ser Rodrik—. Usar a una criatura de esa manera… es despreciable.

—Oh, lo sé —replicó Theon—. Es un plato que ya he probado, ¿o acaso se os ha olvidado? Tenía diez años cuando me sacaron de la casa de mi padre, para garantizar que él no volvería a encabezar una rebelión.

—¡No es lo mismo!

—El lazo corredizo que yo llevaba no era de cáñamo —dijo Theon con el rostro impasible—, es verdad, pero como si lo hubiera sido. Y me laceró. Me laceró hasta dejarme en carne viva. —Hasta ese momento no se había dado cuenta plenamente de que había sido así, pero cuando las palabras brotaron de su boca vio que estaban llenas de verdad.

—No se os hizo ningún daño.

—Ni se le hará a vuestra Beth, siempre que…

—Víbora —masculló el caballero interrumpiéndolo, con el rostro púrpura bajo las patillas blancas—. Os di la oportunidad de salvar a vuestros hombres y morir con una pizca de honor, Renegado. Debí saber que pedía demasiado de un asesino de niños. —Su mano fue a la empuñadura de su espada—. Debería atravesaros ahora mismo, y poner punto final a vuestros engaños y mentiras. Por los dioses que debería hacerlo.

Theon no sentía miedo ante un anciano decrépito, pero los arqueros y la línea de caballeros eran algo bien diferente. Si sacaban las espadas, sus posibilidades de regresar vivo al castillo eran prácticamente nulas.