Выбрать главу

—Renegad de vuestro juramento, matadme, y veréis a vuestra pequeña Beth morir estrangulada al extremo de una cuerda.

Los nudillos de Ser Rodrik estaban blancos, pero unos instantes después retiró la mano de la empuñadura de la espada.

—En verdad, he vivido demasiado.

—No estoy en desacuerdo con eso, ser. ¿Aceptaréis mis condiciones?

—Tengo un deber para con Lady Catelyn y la Casa Stark.

—Y vuestra propia casa, ¿qué? Beth es la última de vuestra sangre.

—Me ofrezco en lugar de mi hija. —El anciano caballero se irguió—. Soltadla y llevadme como vuestro rehén. Sin duda el castellano de Invernalia vale más que una niña.

—No para mí. —«Un gesto valiente, anciano, pero no soy tan imbécil»—. Y apostaría que tampoco para Lord Manderly ni para Leobald Tallhart. —«Tu triste pellejo, anciano, no vale más para ellos que el de cualquier otro hombre»—. No, me quedaré con la niña… y ella estará a salvo siempre que hagáis lo que os he ordenado. Su vida está en vuestras manos.

—Por los dioses, Theon, ¿cómo podéis hacer esto? Sabéis que debo atacar, que he hecho un juramento…

—Si este ejército sigue armado y frente a mis puertas cuando se ponga el sol —dijo Theon—, Beth será ahorcada. Otro rehén la seguirá a la tumba con la primera luz de la aurora, y otro al crepúsculo. Cada amanecer y cada atardecer significarán una muerte hasta que os larguéis. Tengo abundancia de rehenes.

No esperó una respuesta. Hizo que Sonrisas se diera vuelta y cabalgó de regreso al castillo. Al principio iba lento, pero pensar en todos aquellos arqueros a sus espaldas lo obligó a ir al trote. Las pequeñas cabezas lo veían aproximarse desde sus picas, sus rostros desollados y cubiertos de alquitrán crecían a cada paso; entre ellos se encontraba la pequeña Beth Cassel, llorando, con un lazo corredizo al cuello. Theon clavó las espuelas y puso el caballo al galope. Los cascos de Sonrisas resonaban en el puente levadizo como un repique de tambores.

Desmontó en el patio y tendió las riendas a Wex.

—Es posible que se larguen —le dijo a Lorren el Negro—. Lo sabremos al anochecer. Ten a la niña aquí dentro hasta esa hora, en algún lugar seguro. —Bajo las capas de cuero, acero y lana, sentía el cuerpo pegajoso de sudor—. Necesito una copa de vino. Un tonel de vino sería aún mejor.

Habían encendido el fuego en el dormitorio de Ned Stark. Theon se sentó junto a él y llenó una copa con un vino de mucho cuerpo, procedente de las bodegas del castillo, un vino tan ácido como su estado de ánimo. «Atacarán —pensó, sombrío, mirando las llamas—. Ser Rodrik ama a su hija, pero sigue siendo el castellano, y por encima de todo es un caballero.» Si hubiera sido Theon el que tuviera un lazo corredizo en torno al cuello, y Lord Balon el comandante del ejército exterior, los cuernos de guerra habrían dado ya la señal de ataque, no tenía la menor duda de ello. Debía dar gracias a los dioses por que Ser Rodrik no fuera hijo del hierro. Los hombres de las tierras verdes estaban hechos de un material más blando, aunque no todo lo blando que le hacía falta.

En caso contrario, si el anciano daba la orden de atacar el castillo a pesar de todo, Invernalia caería; Theon no se engañaba al respecto. Sus diecisiete hombres matarían cada uno a cuatro o cinco enemigos, pero al final serían aplastados.

Theon contempló las llamas por encima del borde de su copa de vino, rabioso por la injusticia de todo aquello.

—Cabalgué junto con Robb Stark en el Bosque Susurrante —masculló. Había sentido miedo aquella noche, pero nada semejante al que tenía en aquel momento. Una cosa es ir al combate rodeado de amigos, y otra muy diferente perecer solo y despreciado.

«Clemencia», pensó con tristeza.

El vino no le ofreció solaz alguno, así que Theon envió a Wex en busca de su arco y fue al viejo patio de armas. Allí estuvo lanzando flechas una tras otra a los blancos de la arquería hasta que le dolieron los hombros y le sangraron los dedos, haciendo una pausa sólo para arrancar las flechas de los blancos para comenzar una nueva ronda. «Con este arco salvé la vida de Bran —recordó—. Quisiera poder salvar la mía.» Varias mujeres se acercaron al pozo, pero se fueron al momento; lo que veían en el rostro de Theon las espantaba al instante.

A sus espaldas se erigía la torre rota, con la cima dentada como una corona en el lugar donde, mucho tiempo atrás, el fuego había hecho derrumbarse los pisos superiores. La sombra de la torre se movía con el sol, alargándose de manera gradual, un brazo negro que se extendía en busca de Theon Greyjoy. Cuando el sol tocó la muralla, él estaba a su alcance.

«Si cuelgo a la chica, los norteños atacarán de inmediato —pensó mientras arrancaba una flecha—. Si no la cuelgo, sabrán que mis amenazas son en vano. —Colocó otra flecha en el arco—. No hay manera de salir de esto, ninguna.»

—Si contarais con cien arqueros tan buenos como vos, tendríais una oportunidad de retener el castillo —dijo quedamente una voz.

Cuando se volvió, el maestre Luwin estaba detrás de él.

—Lárgate —le dijo Theon—. Ya estoy harto de tus consejos.

—¿Y de la vida? ¿También de la vida estáis harto, mi señor príncipe?

—Una palabra más y te atravesaré con esta flecha —amenazó levantando el arco.

—No lo haréis.

—¿Qué te apuestas? —Theon tensó el arco, llevando las plumas grises de ganso hasta su mejilla.

—Soy vuestra última esperanza, Theon.

«No tengo ninguna esperanza», pensó, pero de todos modos bajó un poco el arco.

—No voy a huir —dijo.

—No hablo de huir. Vestid el negro.

—¿La Guardia de la Noche? —Theon dejó que el arco se destensara lentamente y apuntó la flecha hacia el suelo.

—Ser Rodrik ha servido a la Casa Stark toda su vida, y la Casa Stark siempre ha sido amiga de la Guardia. No os lo negará. Abrid las puertas, rendid vuestras armas y él se verá obligado a dejaros vestir el negro.

«Un hermano de la Guardia de la Noche.» Eso significaba que no habría corona, ni hijos, ni esposa… pero significaba la vida, y una vida con honor. El propio hermano de Ned Stark había elegido la Guardia, al igual que Jon Nieve… Tengo mucha ropa negra, sólo habría que arrancarle los krakens. Hasta mi caballo es negro. Podría ascender en la Guardia, a capitán de los exploradores, incluso a Lord Comandante. Que Asha se quede con las malditas islas, son tan lúgubres como ella. Si sirviera en Guardiaoriente, podría capitanear mi propia nave, y más allá del Muro hay muy buena caza. Y, en lo tocante a mujeres, ¿qué hembra salvaje no querría un príncipe en su cama? —Su rostro se distendió en una lenta sonrisa—. No es posible cambiar una capa negra. Allí seré tan bueno como cualquiera…»

—¡Príncipe Theon! —El grito súbito rompió su ensoñación en pedazos. Kromm llegaba corriendo del otro lado del cuartel—. ¡Los norteños!

Sintió una punzada súbita de miedo que le dio náuseas.

—¿Atacan?

—Aún hay tiempo. —El maestre Luwin le oprimió el brazo—. Izad bandera blanca…

—Combaten entre sí —informó Kromm con urgencia—. Llegaron más hombres, centenares, y al principio hicieron como que se unían a los otros, ¡pero ahora han caído sobre ellos!

—¿Será Asha? —«Después de todo, ¿habría venido a salvarlo?»

—No —dijo Kromm con un gesto de negación—. Os digo que son norteños. En su estandarte llevan un hombre ensangrentado.

«El hombre desollado de Fuerte Terror.» Theon recordó que Hediondo había pertenecido al bastardo de Bolton antes de ser capturado. Era difícil creer que una criatura tan vil como él pudiera hacer que los Bolton cambiaran su alianza, pero era lo único que tenía sentido.

—Voy a verlo —dijo Theon.

El maestre Luwin lo siguió. Cuando llegaron a las almenas, toda la plaza del mercado al otro lado de las puertas estaba cubierta de cadáveres y caballos agonizantes. No pudo ver líneas de batalla, sólo un caótico remolino de estandartes y hojas afiladas. El aire otoñal vibraba con gritos y gemidos. Ser Rodrik tenía más seguidores, pero los hombres de Fuerte Terror parecían tener mejores mandos, y habían pillado a los otros por sorpresa. Theon los vio cargar, retroceder y cargar de nuevo, dejando al ejército más numeroso convertido en fracciones sangrantes cada vez que intentaban formar entre las casas. Podía oír el choque de las picas de hierro contra escudos de roble por encima del bramido de terror de un caballo herido. Alcanzó a ver que la posada estaba en llamas.