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Lorren el Negro apareció a su lado y permaneció un rato en silencio. El sol poniente estaba muy bajo, pintando los campos y las casas de un rojo brillante. Un agudo grito de dolor resonó por encima de las murallas, y tras las casas que ardían se oyó sonar un cuerno de guerra. Theon contempló a un hombre herido que se arrastraba con dolor por el suelo, manchando el fango con su sangre mientras intentaba llegar al pozo que se encontraba en el centro de la plaza del mercado. Murió antes de llegar allí. Llevaba un chaleco de cuero y un yelmo cónico, pero ninguna insignia que indicara de qué lado había peleado.

Los cuervos llegaron en la penumbra azul, con las estrellas vespertinas.

—Los dothrakis creen que las estrellas son espíritus de los valientes muertos —dijo Theon; el maestre Luwin se lo había dicho mucho tiempo atrás.

—¿Los dothrakis?

—Los señores de los caballos, al otro lado del mar Angosto.

—Ah, ésos. —Lorren el Negro hizo una mueca bajo la barba—. Los salvajes creen cualquier tontería.

A medida que oscurecía y el humo se disipaba, era más difícil ver qué ocurría abajo, pero el choque del acero disminuyó gradualmente hasta desaparecer, y los gritos y los cuernos de combate dejaron paso a gemidos y sollozos lastimeros. Finalmente, una columna de hombres a caballo apareció entre las columnas de humo. Los encabezaba un caballero con armadura oscura. Su yelmo redondeado era de un rojo mate, y de sus hombros colgaba una capa color rosa pálido. Hizo detenerse a su caballo ante las puertas exteriores, y uno de sus hombres gritó para que les abrieran el castillo.

—¿Amigos o enemigos? —gritó Lorren el Negro.

—¿Os traería un enemigo estos magníficos regalos? —Yelmo Rojo hizo un gesto con la mano, y tres cadáveres cayeron delante de las puertas. Una antorcha osciló sobre los cuerpos, para que los defensores pudieran ver los rostros de los muertos desde las murallas.

—El viejo castellano —dijo Lorren el Negro.

—Con Leobald Tallhart y Cley Cerwyn.

El jovencísimo señor había sido alcanzado en el ojo por una flecha, y Ser Rodrik había perdido el brazo izquierdo a la altura del codo. El maestre Luwin soltó un grito de angustia sin palabras, se apartó de la aspillera y, presa de las náuseas, cayó de rodillas.

—Ese gran cerdo de Manderly fue demasiado cobarde para salir de Puerto Blanco; si no, también lo habríamos traído —gritó Yelmo Rojo.

«Estoy salvado —pensó Theon. Entonces, ¿por qué sentía tal vacío interior? Era una victoria, una dulce victoria, la liberación por la que había rezado. Miró al maestre Luwin—. Y pensar lo cerca que estuve de rendirme y vestir el negro…»

—Abrid las puertas a nuestros amigos. —Quizá esa noche Theon dormiría sin miedo de lo que podrían traerle sus sueños.

Los hombres de Fuerte Terror atravesaron el foso y entraron por las puertas interiores. Theon, acompañado por Lorren el Negro y el maestre Luwin, bajó al patio a recibirlos. Del extremo de unas pocas lanzas colgaban pendones rosados, pero la mayoría llevaba picas de guerra, espadones y escudos casi convertidos en astillas.

—¿Cuántos hombres habéis perdido? —preguntó Theon a Yelmo Rojo cuando éste desmontó.

—Veinte o treinta.

La antorcha se reflejó en el esmalte astillado del visor. El yelmo y el gorjal habían sido moldeados con la forma del rostro y los hombros de una persona, sin piel y ensangrentados, con la boca abierta en un silencioso grito de angustia.

—Ser Rodrik os superaba por una ventaja de cinco a uno.

—Sí, pero creyó que éramos amigos. Un error habitual. Cuando el viejo tonto me dio la mano, le corté medio brazo. A continuación, dejé que me viera la cara. —El hombre se llevó las dos manos al yelmo y se lo quitó, para sostenerlo en el hueco del brazo.

—Hediondo —dijo Theon, con inquietud. «¿Cómo ha conseguido un sirviente una armadura de tanta calidad?»

—¿Hediondo? —El hombre se rió—. No, ese pobre desgraciado está muerto. —Dio un paso y se aproximó—. Fue culpa de la chica. Si no hubiera huido tan lejos, su caballo no se hubiera quedado cojo y hubiéramos podido escapar. Le di el mío cuando vi a los jinetes desde la cordillera. En ese momento, yo había terminado con ella, y a él le gustaba aprovechar su turno cuando aún estaban calientes. Tuve que arrancarlo de encima de ella y meterle mis ropas en las manos: las botas de piel de becerro, el jubón de terciopelo, el cinto de la espada con incrustaciones de plata, hasta mi manto de marta cibelina.

»—Corre a Fuerte Terror —le dije—, y trae toda la ayuda que puedas. Llévate mi caballo, es más veloz, y toma, ponte el anillo que me dio mi padre, para que sepan que vas en mi nombre.

»Ni se le pasó por la cabeza preguntarme nada. Cuando lo atravesaron por la espalda con una flecha, yo había tenido tiempo de ponerme sus harapos y de untarme con la mierda de la chica. A lo mejor también me habrían ahorcado, pero fue lo único que se me ocurrió. —Se frotó la boca con el dorso de la mano—. Y ahora, mi querido príncipe me prometió que habría una mujer si yo traía a doscientos hombres. Bien, he traído tres veces esa cantidad, y no se trata de chicos bisoños ni labriegos, sino de la mismísima guarnición de mi padre.

Theon había dado su palabra. No era el momento de regatear. «Págale el precio de la traición y ocúpate de él después.»

—Harrag —dijo—, ve a la perrera y trae a Palla para…

—Ramsay. —En los labios regordetes de Hediondo había una sonrisa, pero no en los ojos pálidos—. Mi esposa me llamó «Nieve» antes de comerse los dedos, pero yo digo que mi apellido es Bolton. —La sonrisa se le congeló en el rostro—. Así que me ofrecéis a una chica de la perrera a cambio de mis buenos servicios, ¿no es así?

En su voz había un tono que a Theon no le gustó, como no le gustaba la manera insolente con que lo miraban los hombres de Fuerte Terror.

—Fue lo prometido.

—Huele a mierda de perro. Da la casualidad de que ya he tenido suficiente de malos olores. Creo que mejor tomaré a la que os calienta la cama. ¿Cómo se llama? ¿Kyra?

—¿Estás loco? —dijo Theon, airado—. Haré que os…

El revés del bastardo le dio de lleno, y el hueso de su mejilla se estremeció con un crujido repulsivo bajo el acero articulado. El mundo desapareció en una roja ola de dolor.

Un rato después, Theon volvió en sí sobre el suelo. Rodó sobre su vientre y tragó un buche de sangre. Intentó gritar para que cerraran las puertas, pero era demasiado tarde. Los hombres de Fuerte Terror habían eliminado a Rolfe el Rojo y a Kenned, y cada vez entraban más, un río de cotas de malla y espadas afiladas. Tenía un zumbido en los oídos y el terror reinaba en torno a él. Lorren el Negro había sacado su espada, pero cuatro atacantes lo arrinconaban. Vio caer a Ulf, alcanzado en el vientre por el disparo de una ballesta cuando corría hacia la sala principal. El maestre Luwin intentaba llegar hasta él cuando un caballero montado le clavó una lanza en la espalda y a continuación retrocedió para pasarle por encima. Otro hombre hacía girar una antorcha en grandes círculos en torno a su cabeza, y después la lanzó hacia el techo de paja de los establos.