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Es la voz afalsetada de siempre, parecida a la de una mas-carita. "¿Estás ahí?", me dice. "¿Estás oyendo bien, miserable? Quiero que oigas bien todo, que prestes atención. Tu padre fue ladrón, y tu madre una puta. Tu mujer, la más puta de todas. Y debería haber una ley que mandara quemar vivos a todos los invertidos. ¡Familia podrida! Habría que hacerla desaparecer de la faz de la tierra. Vergüenza de esta ciudad. Ya vamos a darle su merecido. Deberían aparecer en el diario con sus nombres y apellidos, para que todo el mundo se dé cuenta." Hace una pausa: "¿Estás ahí todavía, cobarde? Cobardón. Gallina. Hijo de una putísima madre. ¿Estás ahí? Sabrás que la puta de tu mujer ha andado armando otro de sus escandaletes en el Country. La poca gente decente que queda en esta ciudad va a tomar alguna iniciativa uno de estos días. Vamos a darte una emplumada uno de estos días, como se hace con los amorales. ¡Y pensar que estás allá arriba en los Tribunales administrando justicia! ¿Me oís, mariquita? Estás ahí. Estoy seguro de que estás ahí, oyendo todo y riéndote de mí y de toda la gente sana que tiene que aguantar de todo en esta ciudad podrida. Vamos a darte tu merecido, gallina. No es la primera vez que te lo advierto. Ahora cuelgo, pero ya vas a saber de mí, vos y todos los de tu casta de amorales". Cuelga. Cuando oigo el sonido del interruptor, cuelgo a mi vez. Después apago la luz y me echo en el sofá doble. Quedo un momento en la penumbra del estudio con la mente vacía, sin pensar en nada, respirando apagadamente. Después me incorporo y quedo sentado. Comienza el extrañamiento.

Viene de golpe. Es un sacudón -pero no es un sacudón- brusco -pero no es brusco-, y viene de golpe. Por medio de él sé que estoy vivo, que esto -y ninguna otra cosa- es la realidad y yo estoy dentro de ella enteramente, con mi cuerpo, atravesándola como un meteoro. Sé que ahora estoy completamente vivo, y no puedo eludir eso. Pero no es nada de eso tampoco, porque eso ya ha sido dicho, muchas veces, y si ha sido dicho no es esto. Me ha venido muchas veces el extrañamiento, pero nunca este extrañamiento, y éste no podía venirme sino ahora. Porque cada milímetro del tiempo está desde el principio en su lugar, cada estría en su lugar, y todas las estrías alineadas una junto a la otra, estrías de luz que se encienden y apagan súbitamente en perfecto orden en algo semejante a una dirección y nunca más vuelven a encenderse, ni a apagarse.

Levanto ahora mi mano derecha en la penumbra del estudio -tengo una mano derecha y estoy en un lugar al que llamo mi estudien- y sigo con la mente el movimiento, la mano derecha que se alza desde el muslo, donde había estado apoyada, con la palma hacia abajo, los dedos ligeramente encogidos, hasta la altura del pecho. Seguir con la mente ese movimiento, todo, paso por paso, es el extrañamiento. Algo que va contra el recuerdo, que lo agrieta, y deja que la realidad se cuele y ascienda en una marea lenta por sus fisuras, hasta cuajar plena. Así, pues, estoy en un lugar, y tengo una mano derecha, y una mente para seguir su movimiento desde el muslo hasta la altura del pecho, porque también tengo un muslo y un pecho. Y ahí acaba todo.

Me levanto y camino hacia el escritorio y enciendo la luz. Después llamo a Elvira. Cuando llega, le pregunto si ha preparado todo para la cena y me dice que sí. "Tráigame hielo, entonces, doña Elvira, y prepare una mesa con bebidas aquí en el estudio." Después me siento ante el escritorio, abro el cuaderno con la traducción, y comienzo a trabajar. A las nueve y veinticinco en punto, suena el timbre de la puerta de calle. Bajo las escaleras y encuentro a Ángel en la puerta, "Se te esperaba", le digo. "Está lloviznando otra vez", dice Ángel. "Lluvia podrida que no quiere parar." Me sigue por la escalera y vamos al estudio. Ángel va directamente hacia el escritorio y se inclina a mirar la traducción. "Letra difícil", dice. "Chica y apretada", digo yo. "¿Vas adelantado?", dice Ángel. "Yes, Harry, I know what you are going to say. Something dread ful about marriage. Don't say it. Don’t ever say things of that kind to me again. Two days ago I asked Sibyl to marry me. I am now going to break my word to her. She is to be my wife", digo yo. "Exactamente, en la palabra wife". "Interesante", dice Ángel. "Conviene que te sirva otro whisky", digo yo. "Tu vaso está vacío." "Sí, exactamente", dice Ángel. "Ángel", le digo. "¿Sabías que yo soy separado?" "Algo había oído decir", dice Ángel. "Mi mujer me dejó", digo. "¿Sabías?" "No sabía quién dejó a quién", dice Ángel. "Me habían pasado el chimento de que estabas separado, pero nada más." "No. Ella me dejó. Me abandonó. No por otro hombre ni por nadie. Me abandonó. Vine una noche, y ya no estaba. Dejó una nota donde decía que se iba porque yo no tenía alma. Y es verdad, no tengo alma", dije yo. "¿Qué es eso de alma?", dice Ángel. "No sé", digo yo. Ángel se acerca a la ventana y se pone a mirar los árboles del parque a través de los vidrios. Tiene el vaso de whisky en la mano y me da la espalda. Es delgado, pero no demuestra la menor fragilidad. "Es agradable, tu casa", dice. "Sí, es muy agradable", digo. "Cuando leí la nota, pensé que de todos modos ella esperaba que yo tuviese alma. Por lo tanto, pensaba que hay un alma", digo yo. "Posiblemente", dice Ángel, "era una manera de decir". "Entiendo", digo yo. "Pero de todos modos, esperaba algo. Si tuvieras que exigirle a alguien que tenga alma, ¿qué pretenderías?", digo yo. "No sé, que me guste, que me haga sentir bien, no sé", dice Ángel. "Los hombres no tienen alma, Ángel", digo. "No tienen más que cuerpo. Un cuerpo que comienza en la punta de los dedos y termina dentro del cráneo, en una explosión. Los hombres son un rebaño de gorilas salido de la nada. Y eso es todo."Tal vez son algo más que gorilas", dice Ángel. "No, nada más", digo yo. "Gorilas que buscan alimento y se devoran unos a otros, de mil maneras. La única bendición que los hombres han recibido es la muerte", digo yo. "Yo, en tu lugar, ya estaría muerto", dice Ángel, riéndose.

Después pasamos al comedor. Nos quedamos parados un momento cerca de la mesa. "He elaborado una teoría interesante", dice Ángel. "No hay más que un solo género literario: la novela. Todo puede concebirse como una novela: lo que hacemos, lo que pensamos, lo que decimos. Y también todo lo que se escribe. Todo es novela: la ciencia, la poesía, el teatro, los discursos parlamentarios, y las cartas comerciales. Algunas buenas, algunas regulares, algunas malas, pero siempre mejores que las novelas de Manuel Gálvez. ¿No te parece interesante, como teoría?" "No soy un hombre de teorías", digo yo. Oigo que suena el teléfono en el estudio. Dejo mi vaso de whisky sobre la mesa y voy al estudio. Oigo una voz completamente desconocida, que pregunta por el doctor Ernesto López Caray. "Soy yo", digo. "Doctor" dice la voz, "habla el suboficial Loprete, de la guardia de Tribunales. Han llamado de jefatura por un homicidio preguntando si usted no le puede tomar declaración al inculpado mañana de mañana, porque en jefatura no tienen lugar donde alojarlo". "¿Un homicidio?", digo yo. "Un hombre mató a la mujer", dice el suboficial. "Le dio dos tiros en la cara, en barrio Roma." "¿Cuándo fue el hecho?", digo yo. "Hace un par de horas nomás, en el patio de un almacén", dice el suboficial. "¿Se presentó detenido?", digo yo. "No sabría decirle, doctor", dice el suboficial. "Dicen de jefatura que si usted pudiera tomarle declaración esta noche, en vez de mañana de mañana, sería mucho mejor." "Esta noche, de ninguna manera", digo yo. "Y mañana de mañana tengo audiencia. Y por otro lado, tengo que interrogar a los testigos primero, si es que hay testigos." "No sabría decirle, doctor", dice el suboficial. "Dígale al que lo llamó de jefatura que yo no tengo la culpa si ellos no tienen lugar", digo yo. "Y diga que en todo caso le den una habitación en el Palace, si les parece. ¿O creen que yo puedo estar a disposición de lo que le parece a cada vigilante?" "Tiene razón doctor. Estoy de su parte. Tiene toda la razón", dice el suboficial. "¿Cómo me dijo que era su nombre, suboficial?", digo yo. "Loprete, suboficial Loprete", dice el suboficial. "Bueno", digo yo. "Informe lo que le dije. Y diga que es probable que hasta pasado mañana no voy a poder tomar declaración al inculpado. De todos modos, voy a ver qué puedo hacer mañana por la tarde." "A sus órdenes, doctor", dice el suboficial. "Está bien", digo yo. Cortamos. Vuelvo al comedor. Ángel está tomando un trago de su copa en el momento en que entro en el comedor. Nos sentamos a la mesa. Ángel no habla una palabra durante largo rato. Después le cuento la charla que he tenido por teléfono y me pregunta si no puede presenciar la indagatoria. "No es fácil", digo yo. "No está permitido." "Deberían permitir", dice Ángel. "No te pongas a hacer críticas a la justicia", digo yo. "Que es la que me da de comer". "¿De modo que este pollo proviene de la justicia?", dice Ángel. "De ahí mismo", digo yo. "Es como si me estuviese comiendo a un preso", dice Ángel.