— Entonces, ¿cómo pudo asar la carne?
— Sobre un fuego.
El ponerse a comentar esta palabra de Dar le pareció a Kruger la primera reacción lógica que había obtenido de esta gente, aunque pronto se dio cuenta de que le entendieron bien.
— ¿Estaba el fuego cerca de aquí? — fue la siguiente pregunta —. Tenemos que informar a los Profesores cuando un volcán distinto de los que hay cerca de la Gran Ciudad entra en actividad.
— No era un volcán. Hizo el fuego él mismo — todos los ojos giraron hacia Nils Kruger y se produjo un silencio de muerte. Nadie pidió a Dar que repitiera sus palabras, ya que el abyormita medio tenía demasiada confianza en su oído y en su memoria para suponer haber entendido mal una frase tan sencilla. Sin embargo, había una clara atmósfera de incredulidad. Dar hubiera casi apostado sus libros sobre la pregunta que siguió. Hubiera ganado.
— ¿Cómo se hace? Parece extraño, pero no poderoso — la última palabra no se refería sólo al poder físico, sino que era un concepto general que abarcaba todo tipo de habilidades.
— Tiene un artefacto que produce un fuego muy pequeño cuando es correctamente tocado. Con él enciende pequeños trozos de madera que luego utiliza para encender otros mayores.
La criatura tenía sus dudas, al igual que la mayoría de los demás. Hubo un murmullo general de aprobación cuando dijo: — Tengo que verlo.
Dar se abstuvo cuidadosamente de darle su equivalente de una sonrisa.
— ¿Querrá tu Profesor esperar hasta que te lo haya enseñado a ti, o debemos mostrárselo a él también? — esta pregunta hizo que los habitantes se pusieran a discutir durante breves instantes, terminando en un rápido viaje de uno de ellos a una cabaña que se levantaba en un lado del racimo de habitáculos. Dar miró con interés cómo el tipo desaparecía dentro y se esforzó por descifrar los breves murmullos que salían. No lo consiguió y tuvo que esperar el regreso del mensajero.
— El Profesor dice que llevemos madera como la que necesita este extraño y que le dejemos ver cómo hace fuego.
Los nativos se dispersaron a sus cabañas mientras que Dar le rellenaba a Kruger los numerosos huecos que tenía sobre la conversación. Antes de terminar con esto empezaron a traer madera por todos lados.
No traían ninguna de la selva; era evidente que había sido cortada hacía ya tiempo y que se estaba secando en las cabañas. No había razón aparente para deducir por la forma de los trozos que había sido cortada en un principio para hacer fuego, y su trasfondo cultural tampoco lo indicaba, pero allí estaba. Kruger seleccionó unas cuantas piezas y rebanó unas astillas con su cuchillo; después hizo un pequeño montón de trozos mayores y se puso de pie, dando a entender que estaba dispuesto. Dar se dirigió hacia la cabaña donde había ido el mensajero, pero fue detenido inmediatamente.
— ¡Por ahí no, extranjero!
— ¿Pero no es ahí donde están tus profesores?
— ¿En un lugar como ése? Claro que no. Hablan ahí, es cierto, pero quieren veros a ti y a tu fabricante de fuego. Venid por aquí — el que hablaba empezó a recorrer de nuevo el camino que habían seguido para venir al poblado y los prisioneros le siguieron. El resto de la gente siguió sus pasos.
Un sendero bien marcado discurría entre los surtidores termales. Los cautivos lo siguieron hacia una poza especialmente grande que había al borde del claro, lejos ya del mar. Al parecer, éste afloraba a la superficie con mayor frecuencia que los demás, o al menos tenía mayor cantidad de mineral en la fuente subterránea de la que salía, ya que su borde medía unos tres pies de altura. Dentro de él, el agua se agitaba y borboteaba con furia.
La zona alrededor de la poza parecía estar vacía, excepto por un sitio donde se proyectaba desde el borde un objeto que parecía un trozo desprendido de travertina.
Tenía forma de cúpula si quitamos su parte superior, que aproximadamente tenía la misma altura del borde y unos cinco pies de diámetro. Su superficie era lisa, pero había un buen número de profundos agujeros por sus lados.
Kruger no lo hubiera mirado dos veces a no ser por el hecho de que se pararon delante de él y todos los habitantes del poblado se reunieron alrededor. Esto hizo que el chico se pusiese a examinarlo con mayor detenimiento y que concluyese por deducir que era una experta obra de albañilería. Tal vez los Profesores estaban en su interior; los agujeritos debían servir de puntos de mira y de ventiladores. No se distinguía ninguna entrada, que por otra parte podía estar en el borde de la poza donde no podía verla o incluso fuera en otro lugar y conectada por un túnel. No le sorprendió oír una voz proveniente del montón de piedras.
— ¿Quién eres? — la pregunta no era nada ambigua; la estructura gramatical del idioma no dejaba lugar a dudas de que se dirigía a Kruger. Por un instante, el chico no estaba muy seguro de cómo responder, pero luego se limitó a decir la verdad.
— Soy Nils Kruger, piloto — cadete del crucero Alphard.
Tenía que cambiar los nombres por sonrisas en el idioma abyormita, pero se sintió satisfecho en conjunto. Sin embargo, la siguiente pregunta le hizo pensar si estaba haciendo lo correcto.
— ¿Cuándo morirás?
Kruger se quedó perplejo con la pregunta. Parecía limitarse a ser una pregunta directa sobre cuánto iba a vivir, pero se encontró incapaz de responder.
— No lo sé — fue lo único que pudo decir. Esto produjo un silencio de la roca, tan largo por lo menos como el provocado por su anterior titubeo. Con sus siguientes palabras, el oculto orador dio la impresión de haber diferido indefinidamente una cuestión enigmática.
— Se supone que eres capaz de hacer fuego. ¡Hazlo! — Kruger, sin saber para nada su situación respecto al invisible interrogador, obedeció. No tuvo problemas para ello; la madera estaba seca y Arren proporcionaba a su batería toda la radiación que necesitaba.
El chasquido de las chispas de alta tensión hizo retirarse a los pobladores, repentinamente alarmados, aunque Kruger reparó en ello tan poco como en la ballesta de Dar. Las cortezas prendieron inmediatamente y sesenta segundos después un fuego respetable ardía en la piedra situada a unas pocas yardas del pétreo refugio de los Profesores. Todo el rato se fueron sucediendo preguntas sobre el desarrollo de la operación, que Kruger iba respondiendo: por qué la madera tenía que ser pequeña al principio, por qué había elegido madera seca, y qué era lo que producía las chispas.
Responder resultaba extremadamente difícil. Kruger se encaró con aproximadamente los mismos problemas que hubiera tenido un estudiante de bachillerato al que se hubiera pedido diese una conferencia al mismo nivel sobre física o química en francés después de haber estudiado dicho idioma durante un año. Consecuencia de esto fue que aún estaba tratando de improvisar signos cuando el fuego se apagó.
La criatura de dentro del pétreo refugio pareció por fin satisfecha con los fuegos, o al menos con lo que Kruger sabía de ellos, y pasó a otro tema que parecía interesarle más.
— ¿Eres de otro mundo que se mueve a la vez que Theer o de alguno que gire en torno a Arren?
Dar no entendió, pero Kruger lo hizo demasiado bien. Dar fue golpeado como por un trueno, de la misma manera que los seres humanos cuando se dan cuenta de que sus teorías favoritas no tienen ya ninguna validez.
— ¡Buen ojo de lince! — murmuró para sí, pero por el momento fue incapaz de encontrar ninguna respuesta coherente.
— ¿Qué ha sido eso? — Kruger había olvidado por un instante que los oídos superagudos parecían de lo más corriente en este planeta.
— Una expresión de sorpresa en mi propio idioma — respondió con prontitud —. No creo haber entendido bien la pregunta.