Las cavernas eran como Dar las había descrito; no hubo sospecha alguna en la mente de ninguno de los hombres de que habían sido habitadas por seres pertenecientes al despertar de una civilización. La mayoría de los visitantes se sintieron atraídos por las pinturas de las paredes, pero los que sabían lo que hacían se pusieron a trabajar con extremo cuidado en los suelos.
Estos estaban cubiertos de tierra apelmazada, que fue quitada con cuidado, y capa por capa, y cribada por si tuviera algo de interés. Los nativos hacían comentarios de todo tipo sobre cuanto salía a la luz; no habían pensado nunca en ponerse ellos a cavar allí y aparentemente no reconocieron ninguno de los objetos que se encontraron. Estos podían lo mismo haber provenido de una caverna similar en la Tierra: herramientas de piedra y hueso y objetos que podrían haber sido ornamentales.
La excavación se sucedió durante varios días. Los científicos habían esperado en un principio que aparecieran esqueletos de los habitantes, pero sufrieron una desilusión. Uno le mencionó esto a Dar.
— No hay que sorprenderse — respondió el nativo —. Puedo ver que esta gente vivía de forma diferente a nosotros, pero no tanto. O morían en el momento adecuado sin dejar rastro o lo hacían violentamente, en cuyo caso esto no sucedería en las mismas cavernas.
— No sabes realmente si eran gentes de tu raza los que vivían aquí — respondió uno de los científicos secamente —. En algún punto de la historia de este tu planeta parece haber habido una gran interrupción. Podría haber sospechado que tu gente hubiera venido de otro planeta y que los «calientes» fueran nativos de éste si no hubiéramos sabido la relación padre — hijo que tienes con ellos.
— Tal vez vinimos ambos — sugirió Dar. El biólogo pareció haber recibido una gran revelación.
— Es una posibilidad. Querría que la gente que vivió en estas cavernas hubieran hecho uno o dos dibujos de ellos mismos.
— ¿Cómo sabemos que no lo hicieron? — los científicos miraron las extrañas criaturas, cuyas imágenes se extendían por las paredes y techos de caliza.
— No lo sabemos — dijo tristemente —. Tú has sido quien ha traído esto a colación. Por lo menos ninguno de ellos tiene seis miembros, lo que al menos sugiere que la vida animal cuando esta caverna se hallaba habitada estaba relacionada más íntimamente contigo que lo que encontramos en las rocas del lugar donde estuvimos antes.
El científico se puso a trabajar de nuevo, y Dar Lang Ahn, por primera vez desde que Kruger le conocía, se marchó solo. Vio cómo el chico le buscaba y le llamó con el equivalente de una sonrisa.
— No te preocupes. Tengo mucho que meditar. No temas llamarme si sucede algo interesante.
Kruger se sintió aliviado, pero no muy seguro de lo que entendería su amigo por interesante. Al principio, después de la llegada del Alphard, virtualmente todo parecía encajar en su casilla; el nativo tenía dificultad en fijar su atención en un objeto, ya que todo requería su examen. Con el paso del tiempo, esa tendencia había desaparecido.
Kruger empezó a preguntarse si Dar podría haber perdido el interés en las ciencias que tanto había querido desarrollar el chico. Decidió que el riesgo era escaso; este trabajo estaba resultando, incluso para Kruger, un poco aburrido. Había pasado ya el momento en que cada nuevo fósil, cuchillo de pedernal o trozo de caliza contara notablemente a la hora de incrementar sus conocimientos.
Se preguntaba si merecía la pena volver al Alphard para ver qué hacían los astrónomos. Significaría un cambio, y si Dar estaba empezando a perder su interés, lo cual parecía un poco improbable, aquello tal vez significara un cambio positivo. Le haría esta sugerencia cuando Dar abandonara su meditación.
Sin embargo, resultó que el pequeño nativo no estaba cansado de la geología. Su natural cortesía le hizo sugerir que volvieran con el otro grupo «un momento» antes de volver a la nave; no hubiera considerado en modo alguno la idea de un regreso de no haber visto que Kruger se estaba aburriendo.
El grupo de geólogos, cuando regresaron, habían progresado más de lo que ellos o cualquiera pudiera haber supuesto; tanto que el aburrimiento de Kruger desapareció segundos después de llegar al lugar de las operaciones. En resumen, se debía a que habían encontrado el «eslabón perdido» en la secuencia geológica.
Después de mucho trabajo infructuoso, se le había ocurrido a uno de los científicos que el drástico cambio climatológico de cada año largo tenía que producir un efecto similar, aunque más pronunciado, que los cambios estacionales producen en la Tierra en formaciones tales como la arcilla. Los lagos, por ejemplo, se debían secar por completo y alternar los sedimentos traídos por el viento con los depositados por el agua de una forma mucho más evidente de lo que nunca se hubiera visto en el planeta madre. Pensando esto, seleccionaron un lago grande y poco profundo. Unas muestras tomadas del borde comparadas con otros similares de la parte más profunda condujeron a resultados capaces de poner muy contentos a los astrónomos.
Los cambios estacionales, como los describiera el Profesor en el lejano poblado de los géiseres, se habían estado desarrollando, al parecer, durante poco menos de seis millones de años, de acuerdo con la teoría de uno de los científicos, y durante poco más de diez, según otro. Las dos escuelas de pensamiento estaban divididas casi por igual, basando la primera sus cifras en el supuesto de que el año largo había tenido siempre su duración de unos sesenta y cinco años terrestres y la segunda insistiendo en que el período estacional tenía que haber ido progresivamente decreciendo de tamaño. Este grupo no tenía ninguna sugerencia para interpretar el fenómeno, pero se atenía a su interpretación de los datos. Dar Lang Ahn estaba fascinado; era la primera vez que se daba cuenta de que el conocimiento positivo no surgía inmediatamente después de la investigación científica.
Fue el jefe del grupo quien resumió la situación geológica del planeta, después de la primera comida, tras el retorno de Dar y Kruger.
— Esta parece ser la historia del planeta, de acuerdo con la evidencia presente — dijo —.
Se originó hace tanto tiempo como la Tierra, aproximadamente; digamos unos mil millones de años, con todas las naturales reservas. Pasó por el habitual proceso de enfriamiento y finalmente el agua se pudo condensar. Su atmósfera primitiva fue probablemente retenida algo mejor que la de la Tierra, ya que la velocidad de elusión es aquí más de un veinte por ciento mayor. La vida nació, probablemente, de modo espontáneo y de la forma usual, aunque es posible que lo hiciera a partir de ciertas esporas, y se desarrolló de una forma comparable a la de los planetas con los que estamos familiarizados, esto es, modificando drásticamente la atmósfera primitiva hasta que se convirtiera en una muy parecida a la de la Tierra.
«Durante este período, que duró la mayoría de la existencia del planeta, los tremendos cambios climáticos que ahora se presentan al pasar periódicamente su sol cerca de Alcyone no parecen haberse presentado; al menos no se encontró la evidencia al respecto y un número de hechos muy significativos indican lo contrario. Por ejemplo, se ha encontrado en alguno de los yacimientos de fósiles gran cantidad de mariscos y otras criaturas de, aparentemente, la misma especie, pero muy diferentes en tamaño, sin poderse suponer por los estratos que los más pequeños murieran antes. Parecía como si en aquel momento la vida en Abyormen fuera en sus hábitos reproductivos normal desde nuestro punto de vista: las criaturas nacían, crecían y morían de una forma más o menos fortuita.