En ningún momento se sintió Dar ofendido. Estaba un poco enfadado consigo mismo por no haber pensado en ello antes, ya que todas sus respuestas contenían un poco de matemáticas. Fue alegremente a buscar a Kruger, quien ya no le acompañaba a todas partes después de sus grandes progresos del inglés.
Dar no se dio cuenta de la pequeña consternación que su ruego había causado en su amigo humano; se sentó y quiso aprender en seguida el álgebra. Kruger hizo lo que pudo, pero no era el mejor profesor del mundo. Podría haberlo hecho mejor si no hubiera estado obsesionado con que esto iba a destruir el interés de Dar por la ciencia.
No tenía por qué preocuparse. La mayoría de la gente a quienes fastidian las matemáticas padecen esto porque las tratan como algo que hace falta memorizar, y la memorización no le producía ningún terror a Dar Lang Ahn. Tal vez por esa razón tardó tanto tiempo en aprender la idea básica del álgebra como herramienta para resolver otros problemas; podía aprender todas las reglas. Pero al enfrentarse con un problema tenía las mismas dificultades que tantos flamantes recién graduados. Sin embargo, fue más bien Kruger que Dar quien trató de cambiar de tema.
Encontrar una nueva materia que interesara a Dar no era difícil, pero por razones privadas Kruger sintió que debía ser esta vez una no matemática. Compartía la creencia general de que la biología no lo era, así que decidió que había llegado el momento de averiguar lo que descubrieron los científicos sobre la vida en Abyormen.
Resultó que este equipo había estado durante algún tiempo tratando de examinar la única forma disponible de vida «caliente», es decir, a alguno de los Profesores de los refugios caldeados por volcanes. El individuo del poblado de los géiseres no estaba muy dispuesto a cooperar, pero creyeron conocerle mejor que a ninguno; fue él quien quedó seleccionado para hacer de estrella invitada en un robot improvisado por los ingenieros del Alphard que llevaba un equipo de televisión incorporado. Dar, al ver este nuevo invento, se sintió de nuevo maravillado, y a Kruger se le encomendó que le explicara la televisión y el control remoto. Estaba aún intentándolo cuando todo el mundo se fue al módulo de aterrizaje con el robot.
De hecho, Dar creyó tener ya una buena idea de cómo funcionaba el aparato y empezaba a considerar sus posibilidades de saber cómo estaba hecho. Escuchó cuando Kruger habló con el Profesor en la radio del módulo, pero no hizo ningún comentario propio.
— Le agradeceríamos que permitiera que nuestro robot entrara en su retiro. Estamos seguros de que podrá soportar las condiciones.
— ¿Por qué debo hacerlo? ¿Qué beneficio reportaría a vosotros o a mí?
— Usted nos ha visto, y a partir de ello debe haber sacado algunas de sus conclusiones.
¿No opina que podemos modificar alguna de nuestras ideas después de verle? Al fin y al cabo, se ha quejado muchas veces de que no le comprendemos, dado que no compartimos sus puntos de vista sobre la difusión de la cultura. Me parece que está deseando hacer cualquier cosa que haga que le comprendamos mejor.
— ¿Cómo sabéis que os he visto alguna vez? Te dije que no sabía de ningún material capaz de mantener nuestros medios separados y a través del cual se pueda ver.
— Entonces no dijo toda la verdad, ya que tiene algún tipo de aparato de televisión. Veía lo suficientemente bien como para poder preguntar sobre las hebillas de Dar.
— Muy bien. Pero ¿en qué medida puedo estar seguro de que el verme os devolverá la cordura a vosotros, gente extraña?
— No puedo decirlo. ¿Cómo puedo prometer algo que deduciremos de unos datos que aún no poseemos? En cualquier caso, usted puede aprender más de nosotros.
— No tengo ningún interés particular en aprender más de vosotros.
— Lo tenía cuando me preguntaba todas esas cosas hace unos pocos años.
— Entonces es que he aprendido lo que necesitaba.
— Mucha gente ha aprendido cosas de nuestra ciencia, no sólo Dar Lang Ahn. Había muchos mirando cuando investigamos una caverna muy lejos, al sur.
— Parece que hay poco que pueda hacer.
— Pero si usted quiere también aprender de nosotros, podría al menos hacerse una idea de lo que su propia gente aprenda cuando llegue su época de vida.
Dar estuvo algo confundido por este argumento; no entendía por completo lo que el chico estaba tratando de lograr y mucho menos las operaciones mentales del lejano Profesor. No sabía si sorprenderse o no cuando este argumento pareció convencer a la criatura, pero pudo asegurar que Kruger estaba satisfecho con el resultado.
El robot, aunque pequeño, no lo era tanto como para entrar por la trampilla del lugar donde Dar y Kruger habían hablado con el Profesor. Por indicación de este último, el módulo aterrizó cerca del cráter donde los dos viajeros habían pasado tanto tiempo atrapados, y la maquina fue llevada al edificio donde habían encontrado los generadores.
Los hombres volvieron al módulo, donde se apelotonaron todos en torno a la pantalla de televisión conectada con el transmisor del robot.
— ¿Y ahora qué? — preguntó uno de los hombres al Profesor.
— Mandad vuestra máquina por la rampa abajo — el operador obedeció; la pequeña caja enrollada en torno a su oruga machacó la resbaladiza superficie. La luz se fue haciendo más escasa conforme llegaba hasta la parte inferior de la rampa, encendiéndose un foco en su parte superior para permitirles ver.
— Seguid el corredor. No giréis; hay otros pasajes — la máquina avanzaba. El corredor era largo y al parecer se adentraba bastante en la montaña; tardó algún tiempo en que una puerta bastante resistente le impidiera el paso.
— Espera — obedecieron, y al poco tiempo se abrió la puerta.
— Ven rápido — el robot rodó hacia adentro y la puerta se cerró de golpe detrás de él —.
Sigue; no hay más bifurcaciones. Me encontraré con vuestra máquina, pero tendrá que ir despacio, ya que tengo que llevar conmigo mi radio. Estoy aún cerca del poblado.
— No necesita tomarse la molestia de hacer todo ese camino a menos que no quiera que el robot vea esa parte de su estancia — replicó uno de los biólogos —. La máquina puede hacer el viaje sin fastidiar a nadie.
— De acuerdo. Esperaré aquí, y mis compañeros pueden también hablar con vosotros.
Debía haber un único largo túnel conectando los pasajes inferiores del edificio donde estaba el generador con el área situada bajo el poblado cercano a los géiseres. Tardó bastante tiempo en ser cruzada, pero de pronto el robot llegó a un punto donde el corredor se agrandaba de repente formando una cámara de unos ocho pies de altura, de la cual salían unas cuantas ramificaciones más. El locutor, que había aprendido lo suficiente del idioma abyormenita para no tener que depender todo el rato de Dar y Kruger, informó al Profesor de la situación del robot y pidió nuevas instrucciones.
— Estás muy cerca; será más sencillo mostrarte el camino. Espera ahí y en un momento estoy contigo — los hombres alrededor de la pantalla de televisión observaban atentamente.
Unos pocos segundos después apareció un breve movimiento por una de las aberturas y todos los ojos se fijaron en su figura reflejada en la pantalla. Su atención no se distrajo al aproximarse el recién llegado al robot.
Ninguno se sorprendió especialmente. Todos, excepto Dar, tenían más o menos experiencia en las naves exploradoras de la Tierra, y habían visto una amplia gama de criaturas que resultaron ser a la vez inteligentes y con cultura.
El abyormenita no había visto nunca en su vida nada semejante. Un cuerpo con forma de melón estaba sostenido por seis miembros tan gruesos en sus bases que se confundían unos con otros, aunque luego se estrechaban para tocar el suelo en unos puntos muy pequeños. Los observadores humanos pensaron en una, desusadamente gruesa de cuerpo, estrella de mar caminando sobre las puntas de sus extremidades en vez de deslizarse en lo plano. A la luz del robot, su tercio superior parecía a los ojos humanos de un rojo fuerte, con una banda del mismo color extendiéndose hasta el fin de cada apéndice; el resto era negro. Su cuerpo no estaba equipado ni con ojos, ni con orejas, ni cosa semejante, al menos que se pudiera ver, si exceptuamos una zona arriba del todo que podía ser desde una boca cerrada hasta una peculiar mancha de color. Dar no tenía forma de juzgar el tamaño de la criatura a partir de su imagen en la televisión; el que controlaba el robot, estimándola a partir de su distancia con las luces normalmente enfocadas, dedujo que tendría más o menos la misma que Dar y que debía pesar unas ochenta o noventa libras.