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— Apostaría que hay miles. Admito que aún no los hemos encontrado, pero hay aún mucha galaxia por explorar. Incluso si no hubiera ninguno, pueden aprender a vivir en naves, e incluso así les iría mejor, con numerosos miembros de ambas razas vivos a la vez. Puedo imaginarme una nave con una parte caliente y otra fría, con gente viviendo a ambos lados y moviéndose de uno a otro cuando sus vidas llegan al estado adecuado.

Esa situación será ciertamente mejor para los abyormenitas que establecerse en un planeta del tipo de la Tierra, y estoy seguro de que el gobierno pensará lo mismo.

Volveremos aquí para fundar escuelas técnicas antes de que llegue a almirante, comandante, fundándolas para las dos razas. No me preocupa lo que digan los actuales profesores «calientes»; un poco de astronomía les hará cambiar de opinión.

— Si es que puedes enseñar astronomía a una raza que ve por medio de ondas sonoras — señaló secamente Burke —. Sin embargo, eso no tiene demasiada importancia. Estoy de acuerdo contigo — el rostro de Kruger demostraba alivio; ninguna cara hubiera podido expresar lo que Dar sentía —. Dar Lang Ahn puede seguir aprendiendo de nuestros científicos el tiempo que crea conveniente, y volver a dar su información a su propia gente tan pronto como lo desee. En cierto modo estoy corriendo un ligero riesgo al permitir esto, pero no tengo ninguna duda seria en lo que respecta a la decisión oficial. Mi joven amigo — se volvió implacable hacia Kruger —, éste es un excelente ejemplo del riesgo de tomar una decisión sin una evidencia suficiente. No dejes que esto te impresione demasiado. Nunca tendrás todos los datos relativos a un asunto, en particular si estás al mando de cualquier tipo de nave espacial. Tendrás que aprender a aceptar el riesgo de hacer un juicio prematuro. Si alguna vez te matara, no me hagas oír tus quejas.

— No, señor — replicó Kruger.

— Muy bien. Dar, no voy a disculparme de la política que previamente había anunciado.

Sin embargo, te daré cualquier ayuda que puedas necesitar mientras estés aún con nosotros, si está en mi mano hacerlo.

— Gracias, comandante. Mis profesores agradecerán su acción.

— ¿No ha llegado ya el momento de cerrar tu refugio?

— Dentro de un año. Sin embargo, debo volver tan pronto como me permitas, ya que tengo mucho de que informar.

— Te bajaremos en cuanto sea posible. Señor Kruger, presumo que usted querrá ir con él. Yo manejaré el módulo; cualquier persona más a quien se lo permitan sus deberes puede venir, hasta completar la capacidad del aparato. Nos quedaremos abajo hasta que el refugio se cierre, así que cualquiera que desee observar la operación, que se prepare para una estancia de tres semanas fuera del Alphard. Saldremos dentro de veinte horas, lo que dará tiempo suficiente para que quien quiera llevar aparatos los meta a bordo.

— Dar Lang Ahn, ¿crees que tus profesores podrán encontrar algún uso para una radio que no opere en la misma longitud de onda que la de tus fieros amigos, esto es, una con la que podríais hablar con nosotros sin que se enteraran? — Kruger evitó una sonrisa con dificultad; el viejo pájaro era humano, a pesar de su devoción al deber.

— Un ingenio tal sería posiblemente de gran utilidad, comandante. Lo agradeceríamos mucho.

— De acuerdo; ya meteremos varios a bordo del módulo. Se cierra la sesión.

El acercamiento a la plataforma de aterrizaje de las Murallas de Hielo fue esta vez muy diferente. El módulo espacial, sostenido y conducido por campos similares a los que lanzaban al Alphard por el espacio interestelar con total indiferencia de la ley de la velocidad de la luz, no tenía las limitaciones de maniobra de los planeadores. Menos mal, porque la plataforma estaba tan llena de aeroplanos que incluso a Dar Lang Ahn le hubiera resultado difícil. Por primera vez, Kruger vio Profesores en la superficie, a veces dirigiendo actividades y a veces limitándose a observar.

El aproximamiento del módulo fue advertido, y un grupo de nativos hicieron ademanes de que se dirigieran a uno de los lados de la plataforma, de donde se estaban apartando los planeadores para dejar un sitio libre.

Al abrirse la puerta de aire comprimido de la pequeña nave, Dar y Kruger salieron inmediatamente afuera, ambos cargados con los equipos de radio donados por Burke. El nativo les dirigió a través de los túneles y comenzaron el largo camino a la parte principal del refugio, situada muy por debajo del casquete polar. Kruger no se preguntaba ya la razón para esta localización; sin embargo, estaba aún algo sorprendido de que aquellas gentes hubieran sido capaces de construirlo.

Todo el lugar parecía mucho más activo de lo que había estado antes, con bandadas e incluso cientos de nativos correteando de un lado a otro con sus misteriosos recados.

— Debe haber mucho trabajo de librería que hacer — señaló Kruger a la vez que hacía señas a uno de estos grupos.

— Todos los libros han debido llegar hace mucho — replicó Dar —. El problema ahora son los alimentos. Normalmente, hay a mano la cantidad suficiente mucho antes de que llegue la hora, pero no se corren riesgos. Seguimos acarreando hasta el último momento.

— ¿Qué vas a hacer?

— Reunir unos cuantos Profesores que puedan dedicarme su tiempo y empezar a informar. Habrá algunos disponibles, ya que saben que vengo con conocimientos.

— Supongo que informar te mantendrá bastante ocupado de ahora en adelante.

— Sí, Nils. Supongo que querrás ver este lugar una vez más en la forma que lo preparamos para el tiempo de la muerte, pero no tendré tiempo para hacer de guía. Sin embargo, podré encontrar a alguien que esté dispuesto a ayudarte.

Kruger paró y puso una mano sobre el hombro del pequeño nativo.

— No permitirás que las puertas se cierren sin volver a verme, ¿verdad? — preguntó —. No quiero interferir en el trabajo que hay que hacer, pero no quiero verte por última vez, al menos por muchos años, tan pronto.

Sus dos ojos se movieron hacia arriba y se posaron durante un momento en la expectante cara de Kruger.

— Te prometo que nos volveremos a ver antes de que se cierren las Murallas — dijo Dar Lang Ahn. Continuaron su camino, satisfecho ya el chico.

La predicción de Dar de que habría un comité esperándoles resultó correcta. Estaba compuesto, notó el chico, por seres de su misma estatura: los nuevos Profesores. Uno de los gigantes con los que se habían encontrado antes, sin embargo, se ofreció como guía, y bajo su dirección Kruger vio las ahora completamente organizadas librerías, las cubas para almacenar la comida situadas en la parte superior a unos pocos metros tan sólo bajo el hielo que se encontraba sobre ellas y los grandes lechos en los ya más calientes niveles inferiores donde crecían plantas similares a los hongos de la Tierra.

Por fin, fue conducido arriba a la plataforma de aterrizaje, donde la actividad no había disminuido. Los planeadores se remontaban en el cielo, cargados para distantes ciudades, y si había tiempo antes de que volvieran, traían otra carga de comida. Otros aterrizaban en el relativamente pequeño espacio dejado para ese fin; ocupados tripulantes de tierra arrastraban todo el tiempo los planeadores de un lado a otro de la plataforma o dentro de la caverna para hacer sitio para los que llegaban.

— ¿No estoy robándole mucho tiempo? — preguntó Kruger cuando llegaron a la superficie —. Parece ser ésta la época más ajetreada en la vida de vuestra gente.

— No tengo nada más que hacer — fue la respuesta —. Mi sucesor ha ocupado ya mi lugar.

— Pero ¿no se queda esta vez en las Murallas de Hielo?

— No. Mi vida se ha acabado. Unos pocos de nosotros se quedarán para cerciorarse de que los cierres están correctamente colocados, pero ésa no es una de mis tareas. En cuanto deje de servir para algo, me iré.