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Fue entonces cuando Dar demostró la amistad que profesaba al ser humano. De haber estado solo hubiera evitado la ciudad lo más posible. No estaba tan contento como debiera con la afirmación de Kruger de que la ciudad se hallaba desierta; los Profesores habían sido bastante misteriosos con algunos aspectos del asunto del fuego. Pese a sus dudas, que estaban muy próximas a ser temores, Dar Lang Ahn no puso ninguna objeción a la propuesta de Kruger y los dos echaron a andar cuesta abajo hacia la ciudad.

Antes de llegar tuvieron que atravesar aún varias millas de selva. Dar notó con curiosidad que incluso los ruidos de animales de la vegetación que les rodeaba estaban desapareciendo. Si Kruger advirtió esto, no lo mencionó. Tal vez no se hubiera dado cuenta, pensó Dar, que sabía desde hacía ya tiempo que su oído era mucho más agudo que el de su amigo. La falta de animales salvajes podía significar que la ciudad no estaba tan desierta como creía Kruger, y Dar preparó su ballesta.

No hubo, aun así, razón alguna para utilizar el arma. De esta manera, los dos se situaron con la selva detrás y unas pocas yardas tan sólo de terreno relativamente claro entre ellos y la ciudad. Se pararon allí para examinarla con detenimiento.

Nada se movía y ni Dar podía oír algo sospechoso. Después de esperar unos minutos, Kruger siguió hacia adelante. No miraba atrás ni preguntaba si Dar le seguía. pero el piloto estaba con él, con pensamientos indescriptibles para un ser humano revolviéndose en su cabeza. Si algo fuera a pasar, si su ilógica confianza en Nils Kruger estaba injustificada, era ahora el momento de saberlo. Aún esgrimía su ballesta, pero en su honor se puede decir que no apuntaba adonde Kruger se encontraba.

El suelo de tierra se convirtió de repente en pavimento firme, sobre el cual las zarpas de Dar resbalaban levemente. Como los edificios, el piso estaba hecho con bloques de lava cuidadosamente cortados en ángulo recto y acoplados. Los edificios no eran, en términos absolutos, tan altos como Kruger había supuesto desde lejos; lo que sí tenían eran los tres o cuatro pisos que la disposición de las ventanas hacía suponer. Cada piso medía unos cinco pies de altura.

Los edificios no podían ser considerados como verdaderas casas, al menos desde el punto de vista de Kruger, pues estaban demasiado abiertos para ello. No sólo era que más de la mitad de las paredes las ocuparan las ventanas sin cristales, sino que el nivel del suelo estaba principalmente compuesto de puertas. Sí que tenían sólidos tejados para protegerles de la lluvia, probablemente, pero ahí terminaba su utilidad como vivienda.

Las puertas, si es que se las podía llamar así, eran un poco extrañas. Después de haber examinado el exterior de media docena de edificios, Kruger se sintió incapaz de decir si los pisos inferiores tenían cada pocos pies una puerta en forma de campana o si era que las paredes exteriores estaban formadas por unos extraños pilares. Esta última posibilidad parecía la mejor, ya que el llamar «puertas» a unas aperturas de cuatro pies de anchura en la parte inferior y de tres pies y medio de altura, y que tenían forma de curva de probabilidad, parecía estirar demasiado el significado de la palabra.

Ambos viajeros se dieron cuenta de una cosa con bastante rapidez: los dos habían dicho la verdad cuando negaron cualquier conexión con la ciudad. Los techos eran demasiado bajos para los seres humanos, y aunque Dar pudiera moverse dentro de cualquier habitación sin dificultad, estaba claro que las puertas tampoco estaban hechas para los de su especie. El advertir esto casi indujo a Dar a descargar su ballesta, pero aún esperó.

Kruger quería investigar los interiores de algunos edificios, pero a sugerencia de Dar decidió hacerse una idea de toda la ciudad primero. Bajaron por la calle que se encontraron al pisar por primera vez el pavimento.

Esto les llevaba hacia el mar, pero no parecían llegar a él. El plano de la ciudad era bastante complicado, ya que ninguna calle parecía cruzarla por completo. Kruger siguió hacia el mar, con la creencia de que los edificios que más información podían proporcionarles estaban situados frente al agua.

En cierto modo tenía razón. La ciudad se iba extendiendo hacia el mar, apareciendo construcciones cada vez más imponentes conforme avanzaban. Sin embargo, las mayores no estaban frente al mar, sino bastante lejos de la bahía.

Kruger tardó un buen rato en digerir este hecho. A Dar le extrañaba aún más; había deseado poder aceptar la evidencia de que Kruger no tenía nada que ver con los constructores de estos edificios, pero estaba seguro que éstos eran amantes del fuego, lo que venía demostrado por la situación de la ciudad y los materiales empleados en ella.

Por otra parte, esta hipótesis no cuadraba demasiado bien con unas edificaciones construidas bajo el agua sin tener para nada en cuenta el cambio de medio. Aunque Dar no supiera mucho sobre el fuego, se daba cuenta del contrasentido. Se acercó un poco a su más grande amigo.

— Supongo que este sitio es más antiguo de lo que había pensado — recalcó con calma Kruger —. Debe haber transcurrido mucho tiempo para que el nivel de la costa bajara o para que el del agua subiera lo suficiente como para sumergir estos edificios. No ha podido ser un movimiento violento, o la ciudad no se mantendría en pie.

— ¿Qué vamos a hacer entonces?

— Bueno, tengo aún ganas de entrar en uno de estos edificios. No se puede decir que lo que vayamos a encontrar nos resulte útil, pero de cualquier modo siento curiosidad.

Dar se dio cuenta de que, pese a la inercia de ocho siglos de tradición, también la tenía, y siguió a Kruger sin objetar nada cuando el chico se encaminó a uno de los edificios cercanos, se puso de rodillas apoyando las manos en el suelo y se arrastró dentro a través de una de las aberturas de la pared. Una vez en el interior, Dar podía ponerse de pie con un cierto margen y se paseaba por allí, mientras que Kruger permaneció un rato de rodillas mirando a su alrededor.

El hecho de que la estructura de la pared exterior estuviera abierta tenía la ventaja de permitir el paso de gran cantidad de luz, pero también permitía ver casi todo lo que mereciera la pena desde afuera, que en este caso era bien poco.

Una habitación o corredor de unos quince pies de ancho se extendía por todo el edificio paralelamente a la calle; carecía de cualquier tipo de mobiliario. La pared interior de este pasadizo tenía puertas de tamaño y forma parecidos a las del exterior, pero en menor número. Kruger escogió una al azar y la cruzó arrastrándose. Dar le siguió.

Esta habitación era también larga y estrecha, aunque su lado mayor fuera perpendicular a la calle en vez de paralelo; la puerta por la que entraron estaba en un extremo y era mucho menor que el vestíbulo exterior. En cuatro sitios, al parecer fortuitos, había unas estructuras en forma de cúpula de unos dos pies de altura y dieciocho pulgadas de diámetro con los lados estriados, lo que les hacía parecer moldes de gelatina invertidos; estaban hechos de un tipo de piedra ligera y coloreada. Al fondo, a un pie de la puerta, había un dado. Kruger apenas podía empujar las cúpulas, apoyando para esto su espalda contra la pared y empujándola con las piernas. Su finalidad no estaba clara. La de otra parte de los muebles lo estaba un poco más; había un artefacto rectangular de metal con cajones deslizantes y una superficie de obsidiana altamente pulida que parecía un espejo adosada a una de las paredes laterales. El espejo, si es que tal era la función que se le quería dar, tenía aproximadamente la misma forma y tamaño que las puertas.

Los cajones del buró, o armario de clasificación, se hallaban sujetos sólo por picaportes. El de arriba estaba vacío. El segundo estaba casi lleno de objetos de metal sin una función obvia la mitad de ellos, mientras que los otros podían muy bien haber sido instrumentos de dibujo. Había dos compases, una especie de regla con marcas para que sirvieran de escala, un semicírculo dividido en dieciocho partes principales por profundos surcos en el metal de que estaba hecho y algunas herramientas que servían al parecer a la vez para cortar y grabar. Le señaló una de ellas a Dar, una especie de escalpelo de doble filo y con un mango de unas tres pulgadas, con la intención de que lo cogiera, ya que éste había estado utilizando el cuchillo de Kruger para la carne desde que descubriera las ventajas de una hoja de metal. El mango no se ajustaba muy bien a su mano, pero tampoco lo hacía el del cuchillo de Kruger, y éste al menos tenía el tamaño correcto.